CORREO
Perdón y gracias
Las conocí en mayo de 1979, cuando recuperé mi libertad. Recién salido de la cárcel de Coronda vine a vivir a Buenos Aires y el primer jueves, aquí en esta ciudad, me acerqué a la Plaza de Mayo para conocerlas, siendo consciente qué ellas habían sido artífices, por su lucha, de mi libertad. Eran las 15.20 cuando, parado, en la esquina del Banco Nación, esperaba verlas dar vueltas alrededor de la pirámide. A las 15.30 veo unas mujeres con pañuelos blancos sobre sus cabezas, así salidas de la nada, que comienzan a girar alrededor de la pirámide. Comencé a cruzar la Avenida Rivadavia, rumbo a su encuentro. Las piernas me temblaban de la emoción, en mi cabeza rondaban mis compañeros aún presos en Coronda detrás de las rejas de las ventanas de la celda, el corazón me latía a mil, mis ojos que iban humedeciéndose, me acordaba de mis compañeros desaparecidos, con los cuales había compartido no sólo la militancia, sino el horror de la tortura.
Cuando llegué a ellas, paré a un par de esas mujeres y les dije quién era y de dónde venía. Todas... pero absolutamente todas, dejaron de dar la vuelta y vinieron a mi encuentro. Y me preguntaban, con esas voces desgarradoras, dónde había estado, si había visto a su hijo, fue conmovedor. No pude responder ni a una sola de sus preguntas, yo solo lloraba, lloraba como un niño. Atiné a tocarlas, abrazarlas, quería sentirlas, y ¿por qué no? Me refugiaba en sus brazos, como hace un hijo, cuando se siente vulnerable. Todas esas mujeres eran mis madres del alma.
Queridas madres, nosotros los sobrevivientes, los compañeros del exilio interno y externo y los 30.000, tenemos el orgullo y el privilegio de ser sus hijos. Sí, ustedes nos parieron, de sus pechos mamamos el amor a la vida, a la libertad, a la solidaridad, el amor al prójimo y la entrega sin par.
No sólo quiero agradecerles, sino darles a conocer mi autocrítica. Yo tuve el coraje, en su momento, de bancarme la tortura, de soportar la humillación a la que fuimos sometidos junto a mis compañeros de cautiverio, pero ese mismo coraje no lo tuve con ustedes, no pude decirles entonces, mirándolas a los ojos, lo que habían hecho con sus hijos, mis compañeros, mis hermanos. No pude, no me animé... Callé.
Por eso madres del alma, solo les digo: Perdón y gracias.
(Esto dije en Plaza de Mayo cuando las Madres cumplieron su 30º aniversario. Hoy quiero compartirlo porque creo que no ha perdido vigencia. Es mi humilde homenaje a mis madres del alma).
Pacho Reydó
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