CORREO
La fiesta de los violentos
Siento mucha bronca, dolor e impotencia por lo sucedido el domingo 20 de enero. Así, debemos terminar con la falacia de que Rosario es la capital del fútbol argentino. Los delincuentes le ganaron a todo y a todos. Los hechos violentos que sufrimos desde el 4 de enero hasta el 19 de enero, no fueron suficientes para que los funcionarios se dieran cuenta que el partido debía suspenderse con mucha antelación. El clima estaba muy enrarecido. El clásico rosarino se ha transformado, en los últimos años, en una guerra sin cuartel. Esto es muy grave. Y más grave aún es que el partido se haya suspendido una hora antes del comienzo y no una semana antes. Hay dirigentes de todos los sectores a los cuales les queda muy grande el cargo que ocupan. Las declaraciones de Guillermo Lorente, Norberto Speciale y Raúl Lamberto son una muestra cabal de la incapacidad para manejar situaciones cruciales. La hipocresía es tal que muestran una máscara para la foto y la realidad es muy distinta. Mienten, mienten y mienten. Se echan la culpa uno a otro pero nadie se hace cargo de sus responsabilidades. La culpa también cae en muchos hinchas y periodistas que siembran la semilla del odio en cada una de sus palabras. Ganaron los violentos porque los dejaron crecer y les dieron el protagonismo que perdieron los jugadores. Ahora sabemos que los barrabravas de Newell's entran, con total impunidad, armados al club a pasar un día de pileta, agreden a los periodistas que cumplen con su trabajo, cortan las cámaras de seguridad para que no queden evidencias y Guillermo Lorente se hace el desentendido. Ese día, mi hijo no estaba en el club por obra de Dios. Pudo haber sido una masacre. Mientras todo esto sucede, los funcionarios municipales, las autoridades provinciales, las fuerzas policiales y los dirigentes futbolísticos hablan estupideces y se exponen al ridículo. Todos los culpables deben ser expuestos, con nombre y apellido, para someterlos al escarnio público. Soy pesimista ante lo que nos deparará el futuro. Todo esto me da mucho asco. Es algo insoportable. Nuestra sociedad está muy enferma y no quiero que Rosario se convierta en una ciudad maldita.
Maximiliano Reimondi
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