CORREO
Honduras
¿Cómo olvidar esa madrugada de junio del año dos mil nueve cuando uno de nuestros presidentes democráticos fue sacado de la cama a punta de fusil y fletado al exterior desde la base estadounidense de Palmerola?
Aquellos días en que la dignidad de otros presidentes democráticos, incluida nuestra presidenta que puso el Tango 01 a disposición, intentaron acompañar el regreso del presidente depuesto a su país, y les fue impedido aterrizar mientras en el nuestro la conductora de los almuerzos elegantes, exultante porque las urnas acababan de castigar al kirchnerismo tras la crisis del campo, exclamaba "¡A mí qué me importa Honduras!". Aquel golpe fue dado con el apoyo mal disimulado de Obama, que aseguraba deplorarlo y que a cinco años y medio no ha dejado de ser el soporte imprescindible de políticas sociales desvastadoras y de una feroz represión. Hoy no es muy distinto a que aquí hubiera vuelto el Proceso. Porque Honduras ya lo vivió como nosotros en los malditos 80, y volvió a eso. O a algo peor, aunque cueste creerlo. La criminalidad se ha disparado hasta alcanzar la tasa de 104 muertes violentas cada cien mil habitantes, la más alta de América Latina (en Argentina es de 6).
Sumado a desapariciones forzadas como ejercicio del terror, escuadrones de la muerte, el ejército como fuerza de ocupación, tortura, asesinatos selectivos de jóvenes ligados a partidos progresistas y movimientos sociales, además de 44 periodistas, 85 abogados y 140 líderes campesinos, sangre y más sangre de un pueblo que, sin embargo, increíblemente, no ceja en la resistencia a través de movilizarse ...y desangrarse. ¿Y qué más? Y nosotros, nosotros hoy demasiado en silencio.
No por indiferencia sino porque nos dispersa un poco el clamor de tantos otros agravios. Pero no debe ser. Hemos sufrido el secuestro de este hermanito bajo nuestras narices, y pasó demasiada agua bajo el puente como para que UNASUR y la CELAC no vuelvan a reclamar a voz de cuello contra esta feroz dictadura neoliberal. No se entiende que todavía no entre en su agenda de puteadas oficiales con más urgencia y tanta razón que Malvinas o el bloqueo semidesbloqueado a Cuba que, precisamente en estos días vino a demostrar el formidable poder de erosión del aislamiento, y nada menos que sobre el país más poderoso de la tierra. Honduras exige de Latinoamérica cortar con una cortina de silencio que pareciera hecha a medida de estos Pinochet. Y la de escarnecerlos internacionalmente, aislarlos con un reclamo machacante a través de nuestras gargantas más poderosas, repito: las de UNASUR y CELAC. No nos olvidemos de Honduras.
Héctor Cepol
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