Dom 08.03.2009
rosario

SOCIEDAD › DíA INTERNACIONAL DE LA MUJER

La conquista del espacio

› Por Alicia Simeoni

Conquistar el espacio público, salirse del 'calentito' y jamás cuestionado territorio doméstico que nos fue asignado hace tanto tiempo, tiene un costo muy alto. Pagamos con miedos, angustias, culpas, y casi siempre con fuertes y diversas tensiones la osadía de al menos querer intentarlo. Las tensiones que aparecen como contrapuntos de intereses pueden tener varios protagonistas, además de la mujer que está en ese sayo: el grupo familiar completo, o una parte de sus integrantes -la pareja y/o los hijos-, y a veces también los padres con algún otro 'colado' para emitir juicios cuestionadores cuando no condenatorios. Pero para hablar de estos costos que pagamos, tal vez el castigo mayor sea el de la soledad, hay que decir que para muchas mujeres la posibilidad de emprender la conquista nunca se presentará, para otras la carga a afrontar se hará insoportable y una gran parte que es difícil de cuantificar se apropiará del logro y tratará de resolver, como pueda, la madeja de conflictos. Los costos extremos han llegado a la pérdida de la vida porque la osadía se metió además con los grandes lastres de la sociedad, la corrupción policial o la pobreza, ya no puedo dejar de pensar en las figuras de Sandra Cabrera y de Graciela Acosta. Una puso su fuerza, pero sobre todo su voz para quienes se ensañaban en perseguir a las trabajadoras sexuales y trabajó por menguar el estado de vulnerabilidad que las rodea; la otra pudo superar la marginalidad e imagino que cambió el sólo tomar mates durante muchas horas para dedicarse a organizar a los desocupados. A Cabrera la mataron cinco años atrás, y en el caso de Acosta, una de las víctimas del diciembre trágico y vergonzoso del 2001, sólo un policía fue culpabilizado pero nada pasó con la responsabilidad del Estado que quitó la madre a 5 chicos, uno de ellos en peligro extremo y a quien se puede encontrar consumiendo sustancias varias en las inmediaciones del Monumento.

Muchos, muchísimos años atrás, la división sexual del trabajo, ésa que ubicó a la mujer no sólo como procreadora, cuidadora del hogar, de los hijos y enfermos -además la convenció de que era dueña de un reinado-, y al hombre como proveedor del dinero y protagonista del espacio público, respondió a un sentido económico de apropiación de la riqueza. Sin duda ese componente que tuvo siempre que ver con la dominación de una clase hacia otra -durante la esclavitud, las formas feudales de producción y también las capitalistas-, derivaron en la inequitativa relación que quedó establecida en la distribución de la riqueza entre los integrantes, hombres y mujeres, de un mismo sector social. De allí que el elemento dinero quedó como potestad de hombres y el recurso que permitió y permite 'parar la olla', para usar aquí un término propio de la más rancia masculinidad.

El camino desde el ámbito 'calentito' y 'protegido' del hogar, del mundo doméstico -así se tengan vidrios rotos o pobreza extrema-, hacia otro que signifique algún grado de participación, sobre todo remunerada, siempre sitúa a las mujeres en la inquietud por conciliar, por cubrir todos los agujeros que aparecen ante su movimiento.Aún así la tensión se plantea invariable. A esta altura del camino y para el lector que pueda dibujar un gesto desaprobatorio por lo dicho hasta ahora, se puede redoblar la apuesta enumerativa para decir que otras veces el pago de esta suerte de 'castigo social' por atreverse y poder llegar a tener actuación, voz y figura pública puede pagarse con el carísimo precio antes invocado de la soledad.

Se puede empezar a hablar de la ocupación de un espacio público

a partir de la realización de una tarea que suponga una remuneración, ya sea formalizada o no en las distintas variables que adquieren la informalidad y el fraude laboral. Pero esto quiere decir que la mujer gana dinero que aporta a la economía familiar. La diputada provincial del Partido Socialista (FPCyS) Lucrecia Aranda tiene una reflexión de mucha utilidad: "Cuando ella se convierte en aportante de dinero, en alguien que crece en esa posibilidad, también se incrementan las tensiones familiares a modo de reclamos o cuestionamientos...Ni qué decir si esa mujer se transforma en una figura dentro de su comunidad, adquiere responsabilidad pública, y si por algo más, sale en los medios de comunicación y es sujeto de críticas, elogios o mix de situaciones". La conclusión de Aranda es que cuando el lugar-poder que es tradicionalmente masculino es ganado por la mujer se desatan esas tensiones varias: en su entorno más inmediato, la familia, en la sociedad que también le tiene asignado un rol y que espera que lo cumpla -la mujer además tiene incorporado ese mandato-, y las que tienen que ver consigo misma. "Cuando se toma una decisión acerca de crecer profesional, laboralmente, de emprender nuevos desafíos personales o de aprovechar alguna oportunidad para hacer lo que siempre se quiso hacer, se contrabalanceará con lo que pasará en el mundo privado". Una idea final es que cuando más atributos se toman de los lugares simbólicos o reales reservados al mundo masculino, más fuerte es la ruptura con el rol tradicional.

Aranda recuerda una experiencia que ocurrió durante la crisis del 2001 cuando ella estaba a cargo del Area Mujer de la Municipalidad de Rosario. En los días de diciembre muchísimas mujeres salieron a las calles y reclamaron. Hasta allí lo hicieron por alimentos y bienestar para sus familias. Pero después, en el marco de un clima de mucha desazón, comenzaron las experiencias comunitarias, los microemprendimientos. Y muchas de ellas se animaron a organizarse, a estar fuera de sus casas muchas horas, a ver cómo hacían con los chicos. Cuando el recorrido empezó a significar un mínimo ingreso para las familias -se habla de una economía de subsistencia-, aparecieron otras tensiones al interior del mundo doméstico. Las mujeres hicieron una experiencia y demostraron que podía haber pequeños logros: verduras de la huerta o algún producido chico, en dinero, por las ventas. Según Aranda la experiencia del plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, también dejó una inscripción importante en el mundo simbólico de muchas mujeres, el Estado les pagaba directamente a ellas como cabezas de familias. Desde Promoción Social se hicieron en esa época talleres relacionados con economía, contabilidad, liderazgo y las participantes fueron creando un sentido de pertenencia, de identidad, eran las mujeres huerteras, para poner un ejemplo. En cada uno de los encuentros las expresiones eran casi similares: se sentían satisfechas por haber dado un paso hacia algo nuevo, que además legitimaba con su producción las horas que no estaban en su casa y, a la vez, narraban las discusiones frente a reclamos de hijos, maridos o parejas ante el clásico "¿otra vez te vas?". Luego, en la medida en que las huertas comenzaron a ser nombradas, a tomar estado público, cuando se empezaron a entregar herramientas a las familias, se produjeron -cuenta Aranda- disputas varias por parte de los hombres que querían acceder a ese lugar que se había demostrado que tenía un valor. Las tensiones, explica, se resolvieron a veces con adaptaciones, otras con rupturas de parejas ante la que se presentaba como una nueva realidad que no se podía asumir.

De todas maneras ella lanza un alerta: "Estamos en un momento en que corremos algunos riesgos...Hay algunas ideas acerca de que ya hemos obtenido lo suficiente y aún de que aquellas mujeres que están dispuestas a romper con los esquemas y pagar todos los costos mencionados pueden llegar a los distintos niveles del espacio público. También a la presidencia de la Nación. Pero en la medida en que el costo sea tan pesado no se avanzará hacia una sociedad con igualdad".

Si hay algo que sabemos perfectamente las mujeres es el valor del espacio privado, y si los costos a pagar siguen siendo tan altos, podemos quedar trabadas en las formas de buscar la resolución de los conflictos, y entonces, retroceder. Aranda lanzó el alerta.

A la diputada nacional Silvia Ausburguer se le atribuye el planteo acerca de que el Estado debe poner en agenda el armado de estructuras que ayuden a resolver la problemática doméstica, por ejemplo a través del armado de guarderías. "Por qué si queda tan claro que hay que reclamar porque se hagan rutas para la circulación de la economía, no resulta igual de indiscutible, la necesidad de que existan políticas públicas para sostener las realidades domésticas, que están íntimamente ligadas al desarrollo de la sociedad". Todos estos nuevos aspectos y miradas parecen ser los debates por venir, de lo contrario aparece como muy difícil la construcción de una paridad e igualdad de oportunidades entre mujeres y varones.

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