SOCIEDAD › DECLARARON BEATRIZ BARONIO Y ADRIANA ALVIRA, HERMANAS DE DESAPARECIDAS
Después de 35 años, pudieron contar sus historias frente al tribunal que lleva adelante el juicio a represores en San Nicolás.
› Por Sonia Tessa
Desde San Nicolás
Buscaron a sus hermanas durante años. Querían volver a verlas vivas o, al menos, saber qué había pasado con ellas. Después de 35 años, ayer pudieron contar sus historias frente a un tribunal. Beatriz Baronio y Adriana Alvira se abrazaron con ganas al final de la primera jornada de testimonios del juicio oral y público de la primera causa por delitos de lesa humanidad cometidos en San Nicolás. Fue en el hall del Concejo de esta ciudad, adonde ayer se trasladó el Tribunal Oral Federal número 2 de Rosario para tomar los primeros testimonios. Las dos testigos --de los cinco que pasaron en la primera jornada-- eran adolescentes cuando la vida de sus familias se desbarató. Adriana brindó un minucioso y conmovedor relato de la desaparición de sus hermanas Raquel y María Cristina, y su yerno, Horacio Martínez, el 5 de mayo de 1977 en su casa de Alvear 1519. Cada historia que se despliega en estos juicios renueva el dolor, le da carnadura al terrorismo de estado.
Baronio tenía 15 años el día que recibió un anónimo en su casa, en Elortondo, destinado a su padre. Atinó a abrirlo: la esquela escrita a máquina por "un buen amigo" les avisaba que Rosa Baronio y su pareja, Eduardo Reale, habían sido secuestrados en San Nicolás. Los cinco desaparecidos forman parte de la causa Alvira, que incluye a María Regina Spotti, secuestrada en su casa, en el kilómetro 4 de la ruta 188, el 21 de abril de 1977.
Para la familia Baronio, la cosa había empezado un mes antes: el 21 de abril, en Zárate, el Ejército mató a Alberto Baronio y a Mónica, su pareja, embarazada de cinco meses. Esos cuerpos pudieron recuperarlos un mes después. Por entonces, con 20 días de demora, les llegó el aviso sin firma del secuestro de Rosa y Eduardo. La pareja fue privada de la libertad en la calle, el 4 de mayo de 1977. El padre, Carlos Alberto, hombre de campo, viajó una y otra vez a Buenos Aires para averiguar sobre el destino de su hija, pero jamás obtuvo respuestas. "Lo único que pedían mis padres, y es lo que yo quiero, es saber qué hicieron con ella", dijo ayer Beatriz.
El último testimonio de la tarde fue el de Adriana Alvira. El dolor se respiraba en la sala. María Cristina y Horacio, el esposo, eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista en 1975, y tras ser suspendidos en la Universidad Nacional del Litoral decidieron mudarse a San Nicolás. "La persecución política era muy fuerte", contó Adriana. Raquel, la otra hermana, estudiaba Derecho y también fue suspendida de la UNL y decidió volver a Colonia San Roque, la población del norte de la provincia, donde vivía la familia.
María Cristina y Horacio tuvieron un bebé en San Nicolás. "Fernandito está hermoso. Se parece mucho a Horacio. Dice ma-ma y pa-pa. Lo pongo así porque el mocoso lo dice así", son algunas de las frases que leyó Adriana de las cartas que enviaba su hermana.
A fines de abril, Raquel viajó 550 kilómetros para visitar a su sobrino. Estaba en la casa de su hermana el 5 de mayo, al mediodía, cuando entró el Ejército. María Cristina cocinaba. Los militares dejaron a Fernando, de nueve meses, al cuidado de un vecino, por instrucciones del propio coronel Manuel Fernando Saint Amant, jefe del área 132 del Primer Cuerpo de Ejército, que ordenó llevarlo a un orfanato.
Vicente Marcial Alvira debió firmar un papel acusatorio de sus hijas para recuperar a Fernando. Rogó por datos. Empeñó su vida en la búsqueda. Viajó desde Colonia San Roque a Buenos Aires una y otra vez, en soledad. Sembraba a destiempo, se endeudó, vendió una parte del campo. "No sabíamos ni siquiera en qué día vivíamos. Para nosotros había lluvia y sol, porque de eso dependía que mi padre pudiera salir a la ruta para tomar el tren a Buenos Aires", rememoró Adriana. Ellos mismos redactaban los hábeas corpus porque no conseguían un abogado que lo hiciera. En 1984, uno de los sobrevivientes de San Nicolás, Pablo Leonardo Martínez, le escribió a Adriana para contarle que había compartido cautiverio con María Cristina, Raquel y Horacio. "Escuchó cuando torturaban a mis hermanas", dijo Adriana, y parecía que no podría continuar. "Es un dolor indecible, imposible de definir. Es como alguien que se muere muchas veces, y uno está ahí al lado. O no está", sintetizó.
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