Jue 12.06.2008
rosario

PSICOLOGíA › UN LIBRO QUE SE ADENTRA EN PREGUNTAS SOBRE EL PRINCIPIO DE PLACER

Del profundo miedo a gozar

Un acercamiento a la estructura bifronte (placer y sufrimiento) del "goce", que constituye la meta final e ignorada en la búsqueda de satisfacción del ser hablante. También se anuncia como un oscuro peligro a la integridad del yo.

› Por Norberto Rabinovich*

No llaman la atención las lágrimas en la cara de quien ha perdido un ser amado por muerte o abandono. Es comprensible el llanto impotente de quien es objeto de una violencia arbitraria o sufre una gran desilusión. Un intenso dolor de muelas también puede hacer llorar. Nada nos interroga cuando las lágrimas brotan a causa de una experiencia de sufrimiento evidente.

Pero hay otras lágrimas que, aún cuando nos parecen naturales, no resultan fácilmente explicables: son las que surgen en situaciones de intensa dicha. Lágrimas que aparecen, por ejemplo, en el momento de un reencuentro largamente esperado, o cuando alguna prolongada y penosa búsqueda se ve coronada con el éxito. Es habitual ver llorar a quien recibe emocionado la noticia de un embarazo, o a quien ve por primera vez al hijo recién nacido. Un orgasmo particularmente intenso, a veces, desencadena el llanto. La lista es extensa. Estas lágrimas se presentan, entonces, como signos de algún desgarro ignorado en el seno mismo de una profunda experiencia de satisfacción. Las llamaremos "lágrimas de lo real".

Las lágrimas de lo real constituyen una buena vía de entrada para nuestra interrogación, porque ponen de manifiesto la estructura bifronte (placer y sufrimiento) de aquello que Lacan ha definido y nombrado como "goce". Constituye la meta final e ignorada en la búsqueda de satisfacción del ser hablante y, al mismo tiempo, se caracteriza por anunciarse bajo la forma de un oscuro peligro a la integridad del yo.

El sujeto se encuentra profundamente dividido ante el goce: busca alcanzarlo y se protege de su proximidad. Por eso, cuando accede a él, es a través de un acto que generalmente está comandado por un impulso inconsciente, no controlable, como sucede en el síntoma. En estos casos, el impulso no evita el peligro sino que transgrede las barreras de seguridad y, por consiguiente, el goce es alcanzado al unísono con la consumación del peligro. Las lágrimas de lo real son un índice de tal conjunción: el sujeto encuentra el goce en el lugar en que se produce un trauma.

El goce y su contracara, el displacer, por lo general no se muestran simultáneamente. El sujeto se siente desdichado o culpable por haber gozado y tiende, sobre el goce experimentado, un manto de olvido. Otras veces, la conciencia ignora que una situación dolorosa es el disfraz visible de un goce alcanzado. Como muestra la estructura de los síntomas, el sujeto sufre con su síntoma sin advertir que ahí goza.

Freud descubrió un principio general que guía y regula los comportamientos del sujeto en su búsqueda de satisfacción, al que llamó "principio del placer". Lo más significativo de este principio es que recorta y descarta un campo donde el placer sería excesivo, y al que el sujeto no puede acceder por resultarle angustiante, imposible o prohibido. En relación a ese terreno vedado, el Principio del placer procede en dos direcciones opuestas: orienta la búsqueda de satisfacción hacia allí y al mismo tiempo erige en torno a él innumerables defensas que refuerzan su inviolabilidad. Resulta de ello que todos los placeres permitidos por el Principio del placer son satisfacciones parciales que aseguran siempre un resto sin alcanzar. Ese resto más allá del Principio del placer ciñe precisamente el campo central del goce.

Debo aquí recordar que lo que he desarrollado largamente en un año ﷓que he evocado en uno de nuestros últimos encuentros﷓ bajo el título de "La ética del psicoanálisis" articula que la dialéctica misma del placer, a saber, lo que ella comporta de un nivel de estimulación, es a la vez búsqueda y evitación, un justo límite de un umbral que implica la centralidad de una zona interdicta, digamos, porque el placer sería allí demasiado intenso. Que esta centralidad es lo que designo como el campo del goce, el goce, definiéndose él mismo, como siendo todo lo que realiza de la distribución del placer en el cuerpo. (Lacan, De otro al Otro).

En la medida que el Principio del placer conserve el control sobre las satisfacciones, el goce ﷓en el sentido que estamos delineando﷓ permanecerá excluido de la experiencia subjetiva. Por el contrario, el acceso del sujeto a esa zona prohibida llevará la marca del descontrol, de algo ingobernable, y arrojará al sujeto a lo desconocido, sin la garantía del Principio del placer.

Si hay algo que nos indica el Principio del placer es que si hay un temor es el temor de gozar, siendo el goce, hablando con propiedad, una abertura de la que no se ve el límite y de la que no se ve tampoco la definición. (Lacan, El objeto del psicoanálisis).

*Miembro fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Autor de Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce, de Homo Sapiens Ediciones, en la Colección Clínica en los bordes.

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