PSICOLOGíA › EL AMOR, EL DESEO Y EL GOCE SE CONVIERTEN UN DíA EN INSOPORTABLE
En la siguiente nota su autor anticipa la temática que desarrollará en el Seminario "La verdad y lo real en el psicoanálisis de orientación lacaniana", que se desarrollará en la EOL Rosario, desde la semana que viene.
› Por Roberto Bertholet *
La felicidad ideal -como objetivo de la vida que se lograría consumiendo atractivos objetos del mercado resulta un engaño infantil; engaño que es propio de una época que logra hipnotizar con las imágenes de un Paraíso terrenal. Pero también es engañoso el mensaje cada vez más frecuente de que vivir es un infierno, un Apocalipsis, porque nada funciona, empujando a la denuncia permanente. Así, pasamos espasmódicamente de una a otra escena, poniendo en evidencia un síntoma de nuestra civilización, un enloquecedor modo de gozar.
Vivir es una experiencia. Y una experiencia para la que nadie está suficientemente preparado. ¿Por qué? Porque toda experiencia implica lo incalculable, los actos y sus consecuencias imposibles de prever. Una experiencia implica siempre algo que falla, no neuróticamente sino por estructura, tanto del lado del sujeto como del lado del Otro. La inconsistencia está en el nudo de la vida misma, si bien es cierto que cada quien puede construir maneras de amar, desear y gozar de las que disfrutar.
El problema aparece cuando alguna de esas formas de vivir el amor, el deseo y el goce se convierten un día en insoportable. Y ese síntoma -que hasta ese momento venía sosteniendo los lazos y no era considerado problema sino parte integrada a la vida , se ha transformado en una complicación. Por ejemplo, un hombre o una mujer dedicados con amor a su trabajo o a su familia (síntoma neurótico con un sentido particular), ven conmovidos tal sentido ante un encuentro inesperado, sorpresivo, que provoca angustia y deseo, un nuevo deseo que no deja de ser "contradictorio". También podemos tomar el ejemplo opuesto y valdría para el caso.
Las relaciones de pareja, los encuentros y desencuentros amorosos y sexuales, son un campo propicio para que esto se despliegue con intensidad. Pero también los lazos familiares, tanto como las experiencias vividas en el pasado y los proyectos y fantasías hacia el futuro. Freud escuchó tales contradicciones de la vida humana como paradojas. A tal punto que las definió como "conflicto". Una paradoja es la co existencia de dos afirmaciones contradictorias pero que resultan verdaderas, una y otra, al mismo tiempo. La vida aparece de pronto ocupada tanto por lo que tiene sentido como por lo que no lo tiene.
Tal situación provoca malestar. Aparecen los síntomas, los que molestan, los que no tienen sentido, los que están demás en la vida, síntomas que al decir de Freud son "una tierra extranjera interior". Esto permite revisar la posición de víctima. Ubicarse como víctima nunca lleva más que a perpetuar la impotencia, a culpar a otros y a negar lo imposible.
Una vez que está situado el síntoma y que el deseo del analista ha permitido avanzar hacía el trabajo de análisis, nos encontramos con una sorpresa: el síntoma del que esperamos extraer las verdades inconscientes, también implica un modo de satisfacción, aunque no sea placentero. Satisfacción extraña, satisfacción pulsional, sostenía Freud. Es lo que mantiene con más fuerza al síntoma en su repetición. Y es en lo que han concluido las enseñanzas tanto de Freud como de Lacan: destacando el aspecto de lo real que hay en el síntoma.
La repetición sintomática, en tanto obstáculo en la cura, fue reconocida por Freud no como un fracaso de la práctica sino como un real que debía ser considerado, aún cuando por ello tuviera que reformular el edificio conceptual. De allí que Freud conceptualiza el "Más allá del principio del placer". De modo equivalente, Lacan a medida que avanza en su trabajo epistémico y clínico sobre los modos de goce, considera al síntoma, ante todo, como una satisfacción autista, más allá de cualquier sentido a descifrar.
Se plantea un más allá del inconsciente como productor de los efectos de verdad, para sostener que lo que es más real en el síntoma es lo que sirve al goce, a esa satisfacción pulsional que exige repetirse sin solución de continuidad. La consecuencia necesaria es la reformulación de la interpretación, de la dirección de la cura y del fin de análisis. Lacan, en la continuación de Freud, anudó lo imposible a la sexualidad. Y en tal sentido, reafirmó el espíritu del legado freudiano, recuperando la dimensión de la experiencia para todo análisis.
Contrariamente a la promoción de lo imaginario y del "nada es imposible" propio de la época actual, el psicoanálisis de orientación lacaniana propone incluir, desde el vamos, a lo imposible. Vivir un análisis, dejarse tomar por el deseo que ahí despierta, escuchar las verdades que surgen de algún lugar inesperado, escribir lo que nunca lo estuvo y sin embargo se inscribe en el acto mismo, resulta una experiencia que genera y estimula una relación más digna y vivificante con el deseo, con el amor y con el goce.
Miembro de la EOL y de la AMP. Docente en la Facultad de Psicología UNR.
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