PSICOLOGíA › EVIDENTE FRACASO DEL PROGRAMA DE LA FELICIDAD
› Por Clara Schor Landman*
Los hechos ocurren, el Estado se debate entre las medidas y las normas, la legitimidad y la legalidad, el control y el orden social. Los medios de comunicación no descansan, ciberespacio, imágenes, noticias, comentarios y entrevistas de diferentes signos políticos que ponen en la escena pública a los "chicos malos" actuales: los adolescentes. En la gran movida mediática hay también encuestas al respecto, sondeos de opinión que parecen decir lo que quiere la gente, que forman opinión, se meten en la cultura y arman tendencias socio políticas.
Es así como la escena pública nos ofrece un abanico de posibilidades que van desde la banalización del problema a la cuestión de la responsabilidad social en relación a los jóvenes demonios, indomables, violentos.
Ahora bien, si damos algunas vueltas entre el espacio público y el privado, los hechos ocurren, el Estado se debate, los medios no descansan y los analistas en la ciudad atendemos en la escena privada, más íntima, "entre cuatro paredes porosas", del hospital o del consultorio, donde los enjambres de las condiciones sociales, culturales, económicas y políticas entran a la escena privada y en el mejor de los casos se tensan con el decir de algún joven que intenta armar preguntas y encontrar respuestas para saber arreglárselas con su padecer de violencia, de errancia, de desamarre, de intolerancia, de lo inhóspito e insoportable de la vida que vive.
Me aventuro a decir que a los analistas ciudadanos nos compete y nos interesa practicar la reflexión crítica, interrogarnos y elaborar pensamiento sobre las condiciones socioculturales de la época, que se traduce en responsabilidad clínica. Una ida y vuelta entre experiencia y teorización, entre ideas y conceptos que se juegan tanto en el espacio privado como en el público.
Si por un momento reflexionamos sobre el mundo actual, que habitamos, en clave de lectura psicoanalítica, es decir con la hipótesis del inconsciente, tomando en cuenta que el yo no es dueño en su propia casa, que el superyo es una instancia imperativa y feroz que empuja a lo peor del sujeto y la sociedad, no es difícil arribar a la evidencia freudiana que el programa de felicidad de la civilización fracasó.
*Psicoanalista. Miembro de la EOL (BA) y de la AMP.
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