PSICOLOGíA
El autor adelanta en esta nota la conferencia que dictará el 21 de este mes sobre "Lo que no llega al diván", en el marco del Curso de Clínica Psicoanalítica de la EOL Sección Rosario.
› Por Oscar Zack*
Los nuevos desafíos que el psicoanálisis y los psicoanalistas debemos enfrentar en los tiempos actuales van determinando una modificación sustancial a nuestra práctica, llevando a que nos transformemos en un objeto más dúctil, más maleable, más al alcance de todos. Objeto útil no sólo para responder a las llamadas nuevas angustias y nuevos síntomas (anorexia, bulimia, adicciones, ataques de pánico, etc.) sino también para que podamos aportar alguna respuesta a las tragedias que viniendo del campo de lo social irrumpen en la subjetividad moderna creando así nuevas causas para el sufrimiento subjetivo y constituyendo una "nueva inseguridad social". Las grandes catástrofes de los últimos años (las Torres Gemelas, Atocha y, entre nosotros, los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, e incluso la tragedia de Cromañon), pusieron al descubierto no sólo la fragilidad de los sistemas de cuidado que todo Estado moderno debiera proveer, sino también la insuficiencia de los recursos sanitarios para actuar en un tiempo de urgencia (signado por la abrupta ruptura del sentido). Esta descripción fenoménica inaugura una categoría clínica que pone de manifiesto cómo los sujetos quedan expuestos a cualquier forma de intrusión de la violencia. De este modo, se consolida el ascenso de lo traumático a una nueva categoría clínica, signada por la desprotección del sujeto ante esta existencia: es una nueva forma de manifestación de lo real. Estos acontecimientos traumáticos, estas contingencias catastróficas no calculadas ni programadas, exceden una simple lectura sociológica. Trauma y urgencia se van constituyendo en nuevos significantes amo. Como se puede captar, el estatuto de lo traumático no está dado por la dimensión fenoménica de un hecho sino por la cualidad que puede tener de impactar sorpresivamente de manera singular en la subjetividad y por producir un exceso de goce, para lo cual el sujeto carece de los significantes que lo harían simbolizable; o sea, es un goce imposible de dialectizar.
Los efectos de los acontecimientos traumáticos que desencadenan situaciones de urgencia también nos llegan a los analistas. Evidentemente no llegan al diván, pero si llegan a nosotros es, sin lugar a dudas, para demandar una escucha y un uso diferente de la palabra. Las problemáticas que no necesariamente llegan al diván también son cuestiones que atañen a los psicoanalistas que no se refugian en la nostalgia de las épocas pasadas ni en los significantes amo de la tradición psicoanalítica. Las urgencias y los traumas no sólo son el efecto de causas claramente instituidas, de causas que provienen de catástrofes perfectamente ubicables; también tenemos lo que llamamos urgencias subjetivas, cuya causa es ignorada, inespecífica, y que son aquéllas con las que habitualmente nos vemos concernidos en tanto analistas. Es evidente que se trata de sujetos que recién admiten proferir una demanda cuando despiertan en el límite; es decir, cuando se encuentran de lleno en una situación que los desborda. Puede ser un desencadenamiento psicótico, la emergencia de un sentimiento de angustia que se vuelve insoportable para el sujeto, una sobredosis de drogas (permitidas o prohibidas), casos de anorexia en las cuales se pone en riesgo la vida del sujeto, intentos manifiestos de suicidio, etc. Los que llegan a estas situaciones de urgencia son sujetos que se caracterizan por rechazar una saludable preocupación por sí mismos, por instalarse bien en el mal del goce que los invade, son sujetos sostenidos en identificaciones que condicionan esta característica. Sujetos que, a través de la urgencia, se presentan al Otro como una forma de conminarlo a encontrar una salida a su malestar. Es una manera de tratar de obtener una respuesta, sin haber transitado por la pregunta previa. Frente a estas situaciones, el psicoanálisis le ofertará al sufriente la apertura de un espacio que permita la interrogación por sus síntomas, que pueda constatar que si bien el pasado condiciona, dependerá de él impedir que se convierta en condena. Es una cuestión que siempre compromete al sujeto, a sus palabras, a sus dichos, a sus formas de goce, a sus síntomas. En suma: se trata siempre de su inconsciente. Nuestra orientación considera que de lo que se trata es de instaurar al síntoma, para ubicar el goce que encierra. Es lo que llamamos orientación por lo real. La nueva ubicación que debemos adoptar es la del analista ciudadano feliz expresión de Eric Laurent: "un analista sensible a las formas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora". Desde esta perspectiva, para responder a las problemáticas que nos plantea la hipermodernidad, debemos ofertar el beneficio indudable que es posible esperar del psicoanálisis de orientación lacaniana. Se trata de generar las condiciones para que el sujeto se haga responsable de aquello que le toca y elige vivir. Se admita o no, los tiempos actuales nos desafían a sostener una renovación constante en la practica analítica.
*AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). [email protected](Versión para móviles / versión de escritorio)
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