Jue 23.01.2014
rosario

PSICOLOGíA › LAS HUELLAS DEL SUJETO

El Saber del niño

› Por Daniel Roy y Eric Zuliani*

Saber no sabido, saber escondido. De entrada, el niño tiene que moverse en un registro de realidades en donde ese saber roza verdades, medio﷓dichas, hechos de deseo﷓erráticos tanto como posiciones morales, astillas de lo real. Ese saber toca entonces al sujeto: a su cuerpo, a sus orígenes, a su destino. Implica al Otro, que desde ese punto de vista es previo. El saber, no se resume a lo que se puede aprender o tomar en las palabras del entorno-sueños educativos. Mantiene una dimensión de incidencia de buen encuentro o de mal encuentro, dejando las huellas equívocas en lo más íntimo del sujeto.

El orden duro de nuestra civilización se muestra reacio a esta operación, por eso el encuentro con un psicoanalista participa siempre de un refugio para el niño a fin de que él capte el saber del cual es depositario.

Un saber nuevo. Un saber es nuevo cuando viene a contrapunto de otro tipo de saber, marcado para un sujeto, con el sello de la rutina y del sentido común, el saber de la tradición, de la novela familiar y de eso que hace sostener las costumbres sociales.

Este nuevo saber no es de esos. No se refiere a ningún aprendizaje, surge por sorpresa: antes, el sujeto no sabía, ahora, en un destello, sabe y a veces incluso puede decir que lo sabía desde siempre. Su aparición vale, para él como franqueamiento. Esta temporalidad del instante, de lo percibido, es debido a las relaciones que este saber mantiene -siempre necesariamente﷓ con las verdades demasiado lacerantes que tocan al ser, o un real demasiado insoportable?eso que le hace en el cuerpo.

Para que este nuevo saber pueda advenir en un sujeto, es necesario que haya una falta: que el Otro se calle, por ejemplo, contrariamentea lo que se promueve en clase. Y curiosamente, es desde este lugar inédito que el sujeto puede, a partir de los poderes inventivos de la lengua, explorar eso que le interesa.

El saber de la lengua. La lengua es Babel y los saberes en su lugar han olvidado su humilde origen en el balbuceo del niño que anuda el placer de los sonidos hablados, los primeros impactos sobre el cuerpo y las nominaciones que se esbozan. Desde que es recibido como ser hablante de pleno derecho -y no como-ser a devenir-como les gusta considerar a los adultos-, el niño está tomado en el gran fluir de la lengua y en los pequeños riachos de sus epifanías. Son en efecto los encuentros vivos y contingentes que forman el curso. A través de ellos, tomará el gusto por las palabras, palabras encontradas, palabras percutidas, palabras impuestas, pero también palabras elegidas, palabras creadas, palabras incorporadas.

Pero la lengua es una chica buena, no es totalmente dependiente de la buena voluntad del Otro, también se divierte en soledad y no adquiere menos fuerza por eso. Así no sabemos nada de antemano sobre las palabras que cuentan para el niño, que nosotros recibimos, que enseñamos, que acompañamos. El saber de la lengua, previo al encuentro con un enseñante, un educador, un psicoanalista, no se puede sin embargo, explorar mas que a partir de este encuentro. Ahí se descubre que efectivamente las palabras han golpeado violentamente el cuerpo, sucede que la gramática se engrama de manera bizarra. Las significaciones están lejos de estar fijadas, nuevas lenguas se inventan todos los días.

*Psicoanalistas. Trabajo presentado en la 2 jornada del Instituto del niño del Campo Freudiano. Fragmento del artículo publicado en Lacan Cotidiano n 352. Traducción Marcela Errecondo.

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