PSICOLOGíA › A PARTIR DE LA EMERGENCIA EXPLOSIVA DEL SINSENTIDO EN LOS LINCHAMIENTOS
La muerte de un hombre por otro es siempre convulsiva para una sociedad que se quiere civilizada. Lo pulsional siempre, de una forma oportunista, encuentra una fisura por la que emerger y decir "aquí estoy". La búsqueda de un sentido.
› Por José Manuel Ramírez*
No es posible eludir los hechos, una reflexión sobre los hechos dolorosos, lesivos para una sociedad. En los medios, de distinta manera, se hace referencia a los linchamientos que de pronto han tomado la escena de las calles en las ciudades, empezando por la querida Rosario, en boca de todos últimamente por los asesinatos, por el tráfico de drogas, y por las lacras propias del mundo que vivimos.
La muerte de un hombre por otro es siempre convulsiva para una sociedad que se quiere civilizada. Sabemos que la civilización tiene sus límites, que lo pulsional siempre de una forma oportunista encuentra una fisura por la que emerger y decir 'aquí estoy'. El malestar en la civilización justamente está en relación al disgusto que ocasiona al hombre (y a las mujeres), digamos al sujeto, la constricción de sus apetencias más espantosas e ignoradas. Apetencias que, hay que decirlo, son las que nos hacen humanos, pero dominadas, simbolizadas, o civilizadas. La civilización no deja de ser una forma desocultamiento, de aplastamiento de dichas mociones espantosas e ignoradas, profundamente inconscientes.
El psicoanálisis desde Freud y hasta la actualidad no ha hecho más que hacer patente que la violación y el deseo de muerte están en la efervescencia, en la ebullición del infierno personal de cada uno. Es inimaginable de lo que seríamos capaces sin la obra de la civilización. Por eso, todas las protestas que se levantan ante los hechos bestiales y brutales no dejan de tener un tufillo moral, tranquilizador de nuestras inmundas conciencias. El término inmundo lo uso en el sentido casi literal in mundo, es decir dentro del mundo, el mundo implica, contiene la inmundicia. Todo lo demás es higiénico.
El Caín y Abel bíblico muestran la sabiduría de quienes desde la religión dictaron el evangelio. La muerte de un hermano por otro está en el origen de nuestra civilización y de su lectura religiosa. Aunque todas las religiones tuvieron su "cruzada" y justificaron la muerte en nombre de alguna creencia o ideal.
El espanto de la muerte cotidiana, de los linchamientos muestra la emergencia de esas pulsiones que la civilización quiere siempre domeñar y que no alcanza nunca a lograrlo por esa discordia que nos constituye desde el principio de los tiempos. Como en 2001 Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, el descubrimiento inicial no es el de la herramienta --como lo hubiese querido Marx o el materialismo histórico--, sino de que con ella se puede matar a otro. Allí está el inicio de nuestro mundo. Real, imaginaria o simbólicamente.
La política no deja de ser una guerra simbolizada donde no importa destruir a otro, asesinarlo y si es por la espalda, como me decía un político recientemente, si es por la espalda mejor y con cuchillo para que sea silencioso, decía. Qué tal ese sinceramiento?
En una época de nuestra civilización en que el orden simbólico se ve desestabilizado, donde la autoridad está cuestionada en todos sus estamentos, desde la familia hasta la cúspide de los gobiernos, quizás -ojalá- porque estemos ante las proximidades de un nuevo orden mundial leía no hace mucho. Podrá cambiarse el capitalismo, cima de nuestra civilización?
Ese simbólico orden cuestionado, casi conmovido en sus cimientos y en sus cuatro costados, que hace surgir o despertar patologías inesperadas, sorpresivas, nuevas, o tan sólo nuevas formas de lo destructivo. De la destrucción personal y social, que es casi lo mismo: no hay personal sin social, y no hay sociedad sin los que la componen.
Lo conmocionante de esos hechos de locura y pasión como los linchamientos, y por lo demás todos los hechos delictivos, de muerte y violación, está basado en la emergencia sorpresiva, como la explosión de una bomba, de un sinsentido basal, es el sinsentido que se hace presente, es lo real que surge por fuera de toda regulación, "lo real es sin ley", decía Lacan en sus últimos años de enseñanza.
Los discursos posteriores a la sorpresa de esos sucesos siempre son discursos que quieren darle sentido a lo que no lo tiene, sentido político, religioso o filosófico o de cualquier otra naturaleza, fundamentalmente moral, no importa cuál. Claro, vivimos en sociedad y necesitamos aquietar la angustia concomitante y nos apresuramos a encontrar un sentido o a castigar o también a perdonar, y perdemos el hilo del sinsentido que gobierna la vida.
Hay que ver que el criminal con su acto, ya sea de robo, violación, homicidio o linchamiento también busca con su acto un sentido a la vida. Y la justicia también busca restaurar el sentido perdido. De ahí su importancia para toda civilización. Extremando los términos podríamos decir que la civilización misma es la imposición de sentido a lo que no lo tiene.
Dicho de otra manera, la esencia de la justicia necesaria sin duda y de la carecemos junto a esa caída del orden simbólico en que desarrollamos nuestra vida, decía Freud es la realización de una compensación y en la base la realización de una venganza simbólica, lícita. Tanto el crimen como la venganza por mano propia son anticivilización. Pero también vale considerar que el crimen mismo es una forma de venganza velada, de odio ya sin contención. Siempre es el deseo de muerte y/o de violación. Pero, para finalizar quisiera recordar aquí lo que sostiene Osvaldo Delgado en un escrito publicado el jueves 20 de marzo en Página/12, en el que habla de la risa de Videla. Vale leerlo, donde más allá de todas las intenciones, la risa del capitalista, la sonrisa de Videla, más allá de todas las intenciones, de robo, de apropiación, de muerte, de venganza, de tortura, de violación, de linchamiento, está el goce, el goce de matar a otro, de apropiarse de lo que otro tiene, ese goce real, sin ley, sinsentido, que va contra la obra de la civilización.
*Coordinación Página de Psicología Rosario/12.
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