PSICOLOGíA › LA OBESIDAD PLANTEA PREGUNTAS AL PSICOANáLISIS SOBRE BIOLOGíA Y CUERPO
Ya Freud, a principios del siglo XX, había planteado la existencia de "las pulsiones". Así que, desde el punto de vista psíquico, la "epidemia del siglo XXI" no es una "nueva patología". Sí es la enfermedad actual de la ignorancia.
› Por Margarita Scotta*
En congresos médicos se habla de "la epidemia del Siglo XXI" para dimensionar uno de los fenómenos más notables de nuestra época: la obesidad. Desde hace aproximadamente 30 años, el incremento de personas con sobrepeso y obesidad presenta una masividad que escapó a todo cálculo. Parece que nadie se lo había imaginado. Y sorprenden aun más las proyecciones estadísticas que nos amenazan: La humanidad que tiene acceso a la comida será obesa en apenas unas décadas. Un mundo obeso que no para de comer aunque no cese de intentar conseguirlo, nos anticipa inmensos problemas en el campo de la salud, que recién comienzan a vislumbrarse.
Pero, ¿qué ha sucedido? Inmediatamente surgen explicaciones obvias de variables en juego: gran accesibilidad a comidas rápidas repletas de grasa, azúcar y harinas refinadas; sedentarismo; pérdida de la regularidad del hábito alimentario; pésimos modos de comer generadores de una resistencia a la insulina que, habiendo instalado un grave problema metabólico, comenzó a transmitirse generacionalmente. Sí. Razones que no nos atreveríamos a refutar; pero, sin embargo, ninguna termina de dar cuenta de una pregunta inquietante: ¿Por qué la gente no puede parar de comer? ¿Por qué el sometimiento reiterado a dietas no sólo no alcanza para mantener el peso del cuerpo sino que produce rebotes que lo redoblan? ¿Por qué desaforados desquites con la comida son el final esperable de la obediencia consentida a dietas inservibles? ¿Acaso será que nos hemos convertido en seres carentes de voluntad? ¿O estamos ante el estallido de novedosos impulsos indominables que en esta vuelta de la historia hacemos caer sobre la comida, justamente sobre aquello que necesitamos para nutrirnos y vivir? ¿Será que la culpa la tiene el capitalismo? ¿Habrá algún logro, conquista o quizás resarcimiento en haber inventado, en estos tiempos, un ansia irrefrenable por un objeto que no está marcado por ninguna prohibición, el alimento? ¿Hemos logrado burlar, perversamente, la prohibición sobre un objeto que nos aporta satisfacción provocando su retorno en el rechazo a nuestros cuerpos gordos? ¿Nos quedó prohibido el cuerpo por haber disuelto a escondidas la prohibición sobre el objeto incorporado?
Ya Freud, a principios del siglo XX, había planteado la existencia de "las pulsiones". Así que, desde el punto de vista psíquico, de "nueva patología" podríamos decir que la obesidad no tiene, casi, nada. Con Freud aprendemos que las pulsiones son impulsos constantes, excitaciones sin interrupción que tienen su fuente en el cuerpo; instintos que no logran calmarse por la satisfacción alcanzada. Así, las pulsiones terminan habitando un espacio de insatisfacción intermedio entre lo psíquico y los procesos somáticos, afectando ambas dimensiones aunque se ignora cómo. (Me pregunto si la resistencia metabólica de la que hablan los médicos, esa tendencia ineludible a engordar luego de haber perdido peso, el efecto "dumping" descripto por la desesperanza de los nutricionistas, me pregunto si no está forzado por la tendencia de las pulsiones a recuperar el estado anterior que fueron obligadas a dejar por una fuerza o estimulo externo. Esa fascinación por la anterioridad que Freud había notado brillantemente en el comportamiento pulsional a la que llamó "elasticidad orgánica"; o sea, regresión propia de lo vivo).
Freud descubre, además, algo sorprendente: Que los órganos del cuerpo que le prestan a la pulsión un carácter sexual pueden funcionar como verdaderas zonas erógenas. Entonces, el hambre, que Freud clasifica dentro de las pulsiones del yo o de autoconservación, ¡puede llegar a sexualizarse y comportarse como una cabal pulsión sexual! Esto implica una perversión del acto de alimentarnos que podrá cargar, de ahí en más, con todas las significaciones de lo sexual. Se trata de una perversión normal en tanto es lo que nos permite encontrar deleite en la comida, a la que, por otra parte, jamás valoramos por su aporte de nutrientes sino por el grado de placer y de alivio reconfortante que nos regala con sólo llamar al delivery.
El fenómeno creciente de la obesidad nos impone a los psicoanalistas incluir la realidad del cuerpo y su biología. En la obesidad, el psiquismo inconciente se mezcla con los procesos somáticos y sale a la superficie como comportamiento compulsivo. En la conciencia sólo consigue filtrarse la acción de comer en piloto automático, sin ningún comercio asociativo con ideas o representaciones concientes que le pongan resistencia. El inconciente se reduce a una conciencia escindida. Mientras tanto, y a espaldas del atracón sin sujeto, en el organismo la grasa crónicamente depositada decanta de energía que ha dejado de funcionar como tal. Los pacientes obesos nos refieren desgano, agotamiento y sensaciones de cansancio constantes que no ceden con descansar. Mientras los médicos encuentran valores de laboratorio que diagnostican una insulino resistencia o prediabetes. La glucosa en sangre no entra a las células del cuerpo, donde efectivamente podría procesarse o quemarse como energía disponible, por un trastorno del funcionamiento de la hormona insulina, convirtiéndose entonces en grasa. Un hambre voraz pretende incorporar todo lo que esté al alcance de la mano respondiendo a una necesidad de tener energía que, de todos modos, no podrá generarse. Un ansia paradojal sin energía. Una máquina devoradora sin combustible que, sin embargo, sigue en marcha. Más impulso motor que libido, termina provocando el nacimiento de una pulsión del yo que funciona con un ímpetu raro haciendo desaparecer todos los objetos del mundo que pueda meterse adentro. Un hambre que no es ni biológica (el estómago está repleto) ni psicológica (carece de motivación) ni emocional (la persona no siente nada). Un yo que se queda sin objeto afuera por culpa de una pulsión que hace rato dejó de servir a la autoconservación pues termina devorándose al propio yo. Un yo más metabólico que producto de identificaciones delata la ausencia absoluta de un sujeto que sólo tendrá la chance de aparecer ante la pregunta del psicoanalista: "¿Qué le pasa que come así?" y la respuesta que siempre surge: "No sé" se haga escuchar en serio. La obesidad resulta de este modo la enfermedad actual de la ignorancia, tanto de los pacientes como de los profesionales comprometidos en su tratamiento.
*Psicoanalista. Integrante Equipo Multidisciplinario de Cirugía y Tratamiento de la Obesidad, Sanatorio Británico.
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