PSICOLOGíA › EL CULTO A LA IMAGEN DE Sí COMO UN RASGO DE LA SUBJETIVIDAD DE LA éPOCA
La deflación del deseo y del amor a favor del empuje al goce desenfrenado arroja a las mujeres a confundir coquetería con adoración a la figura, independencia con tabú a enamorarse, y erotismo con exhibición del cuerpo entre otras cuestiones.
› Por Graciela Giraldi*
La vez pasada, escuchaba en un programa radial que los resultados de las encuestas realizados a las mujeres sobre sus intereses actuales, inclinaban la balanza hacia el consumo, en detrimento del amor y el interés por el otro sexo. Comentaban entre los locutores y su invitada que las conversaciones que reúnen hoy a las mujeres no consisten en hablar de sus amores como en épocas pasadas, sino sobre lo que hay para hacer en tren de lograr la mejor figura, ya sea mediante cirugía plástica con y sin prótesis, aplicación del botox, programas de nutrición eficaces a corto plazo, listas sobre comestibles que se pueden comer porque no engordan, terapias de refuerzo del Yo.
El escuchar esta charla me motivó para reflexionar, desde el psicoanálisis, que si bien en nuestra época ya no comandan los ideales sino el empuje a gozar de los objetos que nos ofrece el mercado, éste mismo se convierte en un generador del culto a la imagen de sí, del Yo la diosa, lo cual repercute especialmente en el mundo de las jóvenes mujeres, en detrimento de sus sueños más íntimos, y de su femineidad. Los intereses actuales de las mujeres se inclinan más por el consumo, que por el amor y el interés por el otro sexo.
Como en los tiempos que corren nuestra civilización padece de la deflación del deseo y del amor a favor del empuje al goce desenfrenado, las chicas suelen desorientarse confundiendo la coquetería femenina con la adoración a la imagen, hacer el amor con la práctica sexual, ser buena madre con ser una madre buena, libertad sexual con libertinaje, independencia con el tabú a enamorarse del partenaire, el erotismo con la exhibición del cuerpo, entre otras cuestiones.
Los mismos síntomas sociales que padecen ellas y que se presentan al modo de epidemias, expresan los impases subjetivos de nuestra civilización.
La anoréxica, mediante su rechazo a comer lo que le impone el otro demuestra una verdad, y es que el apetito o lo deseado no tienen nada que ver con la comida y que el deseo sólo nace de la falta.
Pero la cárcel subjetiva de la anoréxica es su rechazo a la sexualidad femenina, de allí que se satisface comiendo nada, en algunos casos consumiéndose hasta hacerse un huesito en tanto no quiere saber nada de tener un cuerpo con formas femeninas, un cuerpo apetecible al deseo de los hombres.
Las jóvenes que padecen de bulimia, buscan tapar su vacío de ser comiendo compulsivamente y hasta el hartazgo cualquier cosa, para expulsarla luego mediante la provocación del vómito, circuito repetido que aprisiona muchas veces al sujeto entre la culpa y el castigo por tener un cuerpo sexuado.
Otras formas duras con las cuales se presentan los síntomas hoy día son las adicciones, las depresiones, la tristeza, la abulia, la angustia de pánico, entre otros. ¿Por qué digo formas duras de estos síntomas?, porque surgen abruptamente, haciendo mucho ruido, y sin llamar a la puerta, de ese modo el padeciente se siente invadido por su presencia y si viene a la consulta expresa que quiere desembarazarse rápidamente del mismo, porque no tiene tiempo para pensar ni quiere saber qué le está pasando. Y el problema es que cuando se rechaza al síntoma o lo que es peor, se busca erradicarlo con medicación, no se hace más que cronificarlo.
Algunas mujeres sabemos, por nuestro propio análisis, que en relación a la cuestión femenina el sexo anatómico no es causal ni es determinante el género, ni el ser mujer se reduce a una máscara social; tampoco se resuelve teniendo hijos, novios, esposos o amantes, en tanto que la lógica del tener nos da por resultado una madre.
Dicho de otra manera, definimos al deseo de la madre por su querer tener lo que le falta completándose con el hijo; así como el hombre se enlaza a una mujer en tanto objeto que provoca su deseo viril.
Desde la perspectiva analítica, no se accede a la femineidad por la vía del tener, sino por la del hacerse un ser a partir de un agujero de significaciones, sin contar con ningún molde, ni modelo, ni nada.
Así, reconocemos fácilmente a la madre a partir de su deseo enlazado a su objeto hijo. Pero se nos complica la cuestión cuando se trata de encontrar una mujer, porque no existe un indicador que las identifique en una clase.
Entonces, si resulta imposible encerrarlas en una definición o armar un concepto válido para todas, es porque faltan las palabras para predicarlas. En esa perspectiva, constatamos que no existe La mujer prototipo, sino que cada una es diferente a la otra. Y que el acceso a la femineidad se hace una por una.
*Psicoanalista EOL y AMP. Publicado en Aperiódico Psicoanalítico nº 26.
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