Jue 26.11.2015
rosario

PSICOLOGíA › NUDOS DEL INCONSCIENTE Y ABISMOS DE LA NO RELACIóN

De soñar despierto al desastre del amor

› Por Carmen González Táboas*

En "El revés de la soltería" -preciso y precioso trabajo en el Boletín n° 25-, Graciela Brodsky comentaba el Capricho n° 54 de Goya (Museo del Prado). La Dirección de las Jornadas Anuales de la Escuela de la Orientación Lacaniana tuvo el gusto de mostrarlo con las diferentes inscripciones del propio Goya. Se ven "dos jóvenes amancebados" forcejeando para soltarse por sí mismos de la cuerda que los ata bajo los redondos ojos de una gran lechuza. Ellos gritan: "¿No hay quien nos desate?", a lo que Goya agrega: "Nudos hay"; por cierto, hay la escritura de Lacan, de los nudos triples del amor. Nudos de cuerpo, goce y lenguaje que hacen que haya inconsciente y que el amor haga resonar en los cuerpos ese saber.

Graciela Brodsky lee en el grabado de Goya al partenaire síntoma, "que no es el que consuela, como en las fantasías", sino "nuestro compañero, ese que padecemos, la pareja insoportable" de lo que nos perturba cada día. Freud sabía del irreductible malestar en la civilización, porque antes había escrito sus tres: "Inhibición, síntoma y angustia". La inhibición, dice Lacan, es el síntoma en el museo, y la angustia es el padecer de un deseo mudo que no se reconoce como tal. Ni una ni el otro tendrán otra vía que el amor de transferencia. La angustia es puro sinsentido a menos que un sentido le venga del síntoma, que llama al inconsciente como saber interpretable. La práctica lacaniana no rechaza ese saber, pero lleva más lejos. Va hacia el nudo que el parlêtre es en tanto experiencia de goce, acontecimiento de cuerpo, allí donde "la interpretación como perturbación exige ser investida por el analista". Al pez de la angustia no se lo atrapa con los medios del significante en la palabra; el incauto del inconsciente (el analizante) bordea lo que solo se atrapa en los bordes, en los frunces, en los pliegues, donde no cesa de no escribirse lo real de una experiencia de goce en la que anidan las paradojas del sexo y del amor.

En Los no incautos yerran, el Seminario XXI, Lacan dice, "no alcanzaremos la menor comprensión del nudo si no vemos a los cuerpos bañados en las tres dimensiones, imaginaria, simbólica, real". Hablamos del goce, eso que a uno le pasa por el cuerpo. Hay un buen gozar de las buenas cosas, entre las que se cuenta el sexo, que así sea y ojalá, porque el tropiezo más nimio puede malograr un encuentro sexual. ¿Por qué? Porque hay el goce del cuerpo desde que se entró al mundo. Fuimos afectados por algo "del orden" del lenguaje, un bullir en el cuerpo de esa lengua materna primera, que afectó, cosquilleó, acarició, o tal vez golpeó, subyugó, rodeó, asfixió, rechazó un cuerpo inerme. Par a bien o para mal, ese goce de lalengua que estremece al cuerpo no cesará de palpitar en el lenguaje, estará entre uno y su mundo, entre uno y su sexuación, producida en la travesía de una serie de impredecibles encuentros.

Hay los goces. Los no incautos del inconsciente se engañan; los desengañados por los desastres del amor, los solos y solas de las soledades contemporáneas, en vano sueñan. Todo lo que no es el nudo se puede soñar. Es preciso contar tres antes de llegar al dos. Es simple, estoy yo, estás tú, pero es imposible que seamos dos. Pues entre yo y lo insabido de mí está el nudo que soy y que dicta mi modo de gozar. Del mismo modo hay, entre tú y tú, el nudo inconsciente que te determina en el goce. Si hacemos entrar en la cuenta esa trama inconsciente no hay dos que valga. Entre tú y yo se abre el abismo de la no relación. Solo el amor suple, el amor que hace condescender el goce al deseo; un amor menos tonto, un amor más real aligerado de sus sueños de eternidad.

Cada vez que el amor sueña dos que son uno, pronto se presentará para cada uno lo que del otro no quería, y surgirá el odio inevitable y saludable que, como fue bien dicho, al menos rebaja el narcisismo. Y si de amor se trata, dice Lacan, el juego del amor no tiene reglas pero es mejor inventarlas cada día. En la Carmen de Bizet la gitana canta: "el amor es hijo de la bohemia y no se ata a ley alguna", casi una muerte anunciada. Del sueño despierto a los desastres del amor y de estos a las soledades desoladas de los solos y solas, no hay más que un paso.

*Psicoanalista. Publicó "Abrir el juego del decir de Lacan" (Letra Viva, 2013).

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