PSICOLOGíA › LOS PSICOLOGOS Y ESTUDIANTES EN PLENA DICTADURA
Aquí se reproduce el texto "Encomio de la subversión". Un fragmento de las palabras que el autor mencionó en ocasión del homenaje: "Tres generaciones honran a los psicólogos y estudiantes de psicología desaparecidos o asesinados en los oscuros años de la última dictadura militar en la Argentina". Aquellos días de apuntes y el Hombre Nuevo.
› Por David Alberto Fuks *
Subvertir. Mucho antes que Subversión se popularice en Informática como la marca de un sistema de control de versiones, (es decir un software que administra el acceso a un conjunto de ficheros, y mantiene un historial de cambios realizados), para los que nos considerábamos trabajadores de la salud mental o del campo psi, para muchos psiquiatras, antropólogos enfermeros y psicólogos de nuestra generación, aquella nacida alrededor de los '50, subversión en el campo psi tenía otros sentidos.
Desde entonces en muchas sociedades democráticas se transmutaron significativamente las condiciones de sujeción al derecho de los pacientes, en cierto modo también el imaginario colectivo acerca de la locura.
Los procesos de desmanicomialización u otras estructuras institucionales comunitarias alternativas se hallan en marcha para enfrentar a la cronicidad con la misma energía con que se apela a las biologicistas innovaciones psicofarmacológicas. A veces porque dichos cambios son funcionales al poder político de un Estado heredero de la crisis del llamado estado del bienestar.
La globalización de la economía en un planeta donde la riqueza está cada día más concentrada, el incremento de la exclusión social y otros factores han producido alteraciones intensas en las condiciones de existencia de la vida social.
La historia de nuestro pensamiento y nuestra práctica en el campo psi está atravesada por cuestionamientos al orden establecido o por la defensa de las transformaciones revolucionarias instituidas contra las fuerzas restauradoras. Subversión era la sustantivación que las dictaduras y sus aliados proferían para amedrentar a quienes temían se les alterase el pensamiento y la propiedad.
Muchos temían identificarse con la adjetivación totalizante de subversivos con que los defensores de los sistemas injustos pretendían tildar a sus enemigos porque quizás, asumirse como subversivo, implicaba confirmar el estereotipo de un indiscriminado revolucionario destructor.
Lo cierto es que amábamos la subversión, nos complacía toda alteración del orden, ejercitábamos maniobras creativas para obrar y resistir a la estupidez y al miedo.
Nos embrollábamos trazando ardites, rediseñando revueltas contra todo lo que nos limitaba en nuestro impulso ante la bronca que nos despertaba la injusticia. Eran revueltas contra los estómagos revueltos por el asco ante la miseria. Motines contra los corsets morales.
Demandas contra los mandamás. Reclamos contra los amos que no nos amaban.
Acusaciones a los enjuiciadores que siempre interpretaban la Ley de acuerdo a su bolsillo o al de sus poderosos defendidos. Condenábamos a la burla descalificatoria. Desaprobábamos sus pruebas porque intuíamos que escondidos en sus mangas se guarecían abundantes y ominosos ases marcados. Criticábamos la crisis desordenando los sentidos instituidos.
Nuestros disturbios pretendían turbar la marcha de todopoderosos mecanismos aceitados. No teníamos propósitos tibios: queríamos cambiar el mundo, todo el mundo, cambiar a los hombres, a todos. A menudo en nuestra prisa de sublevación no cabía la confusión. Para la resistencia una empecinada actitud desafiante constituía nuestra identidad hecha de las artes de la confabulación para las zancadillas a los regímenes despóticos. Eramos los conjurados para cambiar el curso de los torrentes hambreadores más caudalosos. Nuestra protesta era por otra testa aquella que imaginamos en un hombre nuevo a veces dispuesto ante la emergencia a trocar el consultorio por el fusil.
Rebelión y juventud eran cuasi sinónimos pero nosotros conocíamos a jóvenes viejos y engominados con sospechosos escuditos en sus solapas y a viejos amantes, insubordinados ante Dios, apasionados de las asonadas y las algaradas.
Amantes cándidos, a veces, irresponsables con respuestas, contestadores contestatarios, presionados torpemente apresurados. Inventando estratagemas como inhallables gemas. Sedición era sed de dicción de la palabra libre. Levantamiento indicaba poner de pie a una ciudad dormida.
Insubordinarse significaba no ordenarse ante el orden preceptivo. Alzamiento era nuestra caliente condición sexual contra la arbitrariedad de los abusivos corazones helados. Alboroto, algo roto que tenía como imperativo categórico la misión de la insumisión. Clamor de amor. Revolución: el sueño amoroso, difícil de lograr, pero no imposible, a veces muy cercano, que debíamos defender una vez conquistado. Los soviets y Chile: lo que no pudo ser. Cuba lo que estaba siendo, China lo que queríamos creer que era, Vietnam que triunfaba y subvertía y confirmaba a la vez el concepto de Utopía.
* Psicólogo y Escritor Miembro del Foro en Defensa de los DD.HH. del Colegio de Psicólogos.
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