Lun 15.10.2007
rosario

OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD

Cuatro años de convivencia

› Por Leo Ricciardino

El gabinete que armó el gobernador electo Hermes Binner sorprendió en más de un sentido. Primero por la cantidad de independientes convocados y, segundo porque no impuso tantas "bajas" al equipo del intendente Miguel Lifschitz para encarar su segundo período de gobierno, teniendo en cuenta que sólo tuvo que ceder a dos funcionarios para integrar el elenco ministerial provincial. Pero se trata de dos funcionarios clave que habían sido "prestados" -y ahora queda claro- por Binner para sacar adelante dos áreas estratégicas: Miguel Capiello y Chiqui González.

El primero llegó una vez más al área de Salud Pública municipal tras el desgaste político que le impusieron los médicos autoconvocados a la ex secretaria Mónica Fein, en una sucesión de huelgas como nunca había enfrentado el socialismo.

Mientras que la segunda, ascendió a la secretaría de Cultura (cargo de la que estuvo larga e inexplicablemente relegada) tras el desafío político que le planteó en el área la provincia con el despliegue y competencia en el mismo terreno que impuso Jorge Llonch. Aquí también el municipio -aunque lo niegue- sufrió como nunca una disputa en un segmento que lideraba con tranquilidad. Es más, no hubo en todos los años de gobiernos peronistas una acción de la administración provincial que pusiera tan incómoda a una gestión socialista de Rosario como la llegada de este sonidista y productor cultural al ministerio de Cultura. Llonch tenía varios puntos a favor: conocía Rosario y podía -por su trabajo previo- disputar cualquier show grande para ofrecerlo gratuitamente al público. Y así lo hizo en la Plaza Cívica, un lugar que desde entonces se transformó en un enclave molesto para la gestión local.

Tan personal fue el armado del gabinete provincial por parte de Binner que fue inútil una gestión del propio Lifschitz para que la actual secretaría de Servicios Públicos, Clara García, tuviera una oportunidad de jugar en las grandes ligas. La ex directora del Banco Municipal se queda en la ciudad y, posiblemente, se recicle en alguna otra área del gobierno de mayor perfil político. Según dicen, pensando en una futura candidatura a intendente de Rosario que -algunos sostienen- disputará con otro encumbrado hombre de confianza de Lifschitz, el concejal Horacio Ghirardi. Pero para eso falta todavía.

Binner actuó como actúan los jefes políticos, los dueños de los votos. Y no está mal porque es su pellejo el que está en juego en estos cuatro años y, a partir de allí también se juega la suerte y la continuidad en el poder del Partido Socialista. El gobernador electo armó con su círculo de confianza, y con técnicos que -por haber sido nombrados por él- le jurarán su lealtad.

No eran esas condiciones las que tuvo Lifschitz cuando llegó al poder en 2003, siendo un desconocido y habiéndole ganado las elecciones al peronismo por poco más de 5 mil votos. En ese momento, al gabinete se lo armaron Binner y Rubén Giustiniani. Aunque con el correr de los años el intendente supo darle su impronta a los funcionarios de primera línea y fue haciendo "suyos" a muchos que antes fueron de "otro"; lo que en gran medida explica por qué muchos secretarios de Lifschitz no tuvieron lugar en los renovados ministerios de Binner.

Si Binner no ganaba las elecciones santafesinas, se sabía, las cosas se iban a poner difíciles para Lifschitz en Rosario, donde el presupuesto ya está desde hace tiempo al límite en varias áreas clave. Entre ellas, nada menos que la Salud Pública. El auxilio del próximo gobierno provincial y la coordinación de programas en áreas como la mencionada y la promoción social; serán un importante factor de desahogo financiero para la administración municipal.

Pero superado el momento de algarabía por ver plasmado después de tantos años un proyecto que nació en la década del '80 con la banca de concejal que llegó a ocupar Héctor Cavallero; los socialistas tienen por delante también el desafío de la convivencia política.

Binner y Lifschitz no tendrán problemas personales entre sí; pero la competencia polìtica entre la provincia y el municipio más grande del territorio es inevitable esté quien esté sentado en el sillón del Brigadier. Y así como Jorge Obeid tuvo que -en sus primero años de gobierno- exagerar la atención que prestaba a la ciudad de Rosario; Binner quizás deba hacer lo mismo con la capital provincial. Y en ese esquema Rosario deberá esperar sus turnos, sin quedar relegada, pero tampoco sin contar con recursos extraordinarios que puedan mostrar asimetrías no deseadas en todo el territorio. En pocas palabras, sin el triunfo de Binner en Santa Fe, Rosario hubiera visto comprometido el sostenimiento del nivel de prestaciones que viene llevando adelante. Pero con el triunfo, tampoco hay que esperar que todo sea sentarse y esperar que lleguen los recursos. Y en ese sentido, un tema clave será ver cómo la nueva administración provincial lleva a la práctica la prometida y mentada autonomía para los municipios. Es decir, habrá que ver hasta qué profundidades llega ésta.

Un estrecho colaborador de Binner que también trabajo para Lifschitz tiene una visión muy clara de la historia política reciente del socialismo. "A Binner le tocó gobernar la ciudad en la época más dura, con saqueos, 'que se vayan todos' y demás. Después llegó Lifschitz y le tocó el Congreso de la Lengua Española y el boom de la construcción y el turismo. Ahora, puede pasar lo mismo: Binner poniendo en marcha y en orden una provincia que -dentro de cuatro años- quizás le toque gobernar a Lifschitz en una situación mucho más positiva que la actual".

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