OPINIóN
› Por Adrián Abonizio
Al canaya le dicen "fiebre porcina" porque quiere estar cerca de la A, alarga el Negrazón Julio de la barra del boliche "Los primos", cerca de la cañada. Es lo único sin humedad en este sitio que la exhuda a mares. Afuera un sol gigante. Barrio Alberdi, énclave pirata pero a salvo. Dentro una foto de Ludueña y su camiseta rayada de Talleres me garantiza inmunidad diplomática en tierras adversas. He llegado a la Docta para refugiarme con mi acreditación extraviada. Cavilando ante la pesadumbre de no poder entrar a la cancha había barajado algunas posibilidades de verlo:
a) En un bar de muchachones con camisetas celestes, con piezas dentarias endebles posiblemente, refugiados de varias muertes, tatuajes rancios y ánimo de asesinato. Suicida.
b) En un hotel 5 estrellas. Alquilar una suite por ese día e hipotecarme por el resto del año. Costoso.
c) Casa de algún amigo que es de Belgrano de esos que "a mi el fútbol me da lo mismo". En cuanto empieze a interrumpir y a hablarme de Fito o de la revolución cultural o del golpe en Honduras, puedo optar por irme o echarlo de su casa. Molesto.
d) En la Terminal que es un sitio neutro pero el kilombo es mayúsculo y el tornillo que se filtra da que pensar en un mal augurio de la lepra. Incómodo.
e) Vestirme adecuadamente la noche anterior, asistir a un centro danzante y levantar una dama de buen pasar o que al menos tenga cable y luego de una sesión amatoria distraída, convencerla que debo quedarme en su cama hasta que empieze el match. Luego del otro, claro, donde para mantener la honra y el lugar en el lecho lograr un gol válido. Incierto.
f) Disfrazarme de policía estudiar por google el uniforme cordobés y apelando a mi cara de milico entrar de queruza. Una vez allí, temería me ordenen reprimir o yo no poder reprimir el gol de Central. Surrealista.
Nota de Promoción, me sugirieron en la redacción. Cobranos más barata la nota. Ja, dije, con el alcohol que vengo tomando debido a la gripe yo lo uso hace días pero por dentro no voy a permitir regateos. Necesito cash para las barreras epidemiológicas, retruqué. Rememorando la charla. Pedí el septimo coñac en la barra de este bolichón que lo expende desde una garrafa a 5 mangos. Aflojale al chupi que la mezcla hace mal, advierte el Negrazón. Ha descubierto tabletas energizantes, clonzepan en panes, efedrina recetada junto a una estampa de la Rosa Mística, Kempes cabeceando a la red y un folleto sobre "Budismo zen y su sistema de liberación del sufrimiento".
Mirá le digo extendiendole una servilleta, te armé el equipo de los sueños, del amor: Noce pronúnciese Noche en italiano , Mesa, Messera, Flores, Blanco, Gamboa, Bustos, Orte, Camino, Alfaro y Mas. Le gustó, rió y me obsequió con algo misterioso salido de la cuba de plástico que guarda bajo el mostrador. Es "el mezcladito" la bebida oficial cordobesa de las bailantas : lo que va sobrando sobre la barra de madera se exprime con un trapo moderadamente limpio y cae sobre un receptáculo para luego ser expendido más barato.
Aguante Taiere, alarga mientras sintoniza la previa. Bebo para olvidar. Y por el azar, entro a la cancha, zona de césped. ¡Comegatos! aúllan los piratas. El cuarto árbitro me susurra no grite los goles, luego del zapatazo astral de Méndez. Ya en el atardecer, tras el medio litro de café por los brindis exagerados, recorro Barrio Alberdi para despejarme. La mitad de la verdad ya ha sido dicha. Ahora falta la otra. En mi caso, la otra mitad de la botella gigante de alcohol que nos está aguardando en el Gigante.
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