OPINIóN
› Por Analía Aucía*
La paradoja de militar contra el aborto y ser al mismo tiempo pro-abortista, existe. Los pro-abortitas no me gustan. Cuando los escucho, en general, reniegan del cumplimiento de las leyes en nombre de sus más íntimas convicciones personales. Es importante decirlo, entre los pro-abortistas y yo hay algo mucho más que personal.
Los pro-abortistas piensan que aquello que no es idéntico a ellos mismos, por ejemplo, quien se afirma como persona autónoma y libre para decidir sobre su cuerpo y su sexualidad es, lógicamente, el enemigo, por eso se lo puede perseguir, denunciar, dejar morir o matar. ¡Y para qué me voy a extender en señalar, si Ud. ya lo sabe, lo que pasa cuando el enemigo es una enemiga!
Los pro-abortistas sienten un asco agustiniano por el cuerpo y por el sexo. Estos aspectos humanos les provocan una serie de gestos religiosos, tales como rezos, persignaciones, sacrificios y castigos para sí y para terceros. Pero no olvidemos que para las terceras los castigos son siempre mayores.
Los pro-abortistas están en contra del derecho a la educación sexual en las escuelas y en los hogares, rechazan el derecho a la salud sexual y reproductiva; están en contra del derecho a la diversidad de las familias, porque por supuesto ¡familia hay una sola!, el modelo que ellos asumen e intentan imponer al resto de la humanidad. Por esa visión, anclada en el medioevo, censuran los métodos anticonceptivos, las diversas formas de planificación de la reproducción, obstaculizan la adopción de conductas responsables respecto a la maternidad y paternidad, negándose a aceptar los avances científicos y los desarrollos jurídicos.
Los pro-abortistas le tienen miedo a la vida plena y gozosa que no es sino vida deseada, proyectada, elegida. Sienten pavor al deseo propio, pero sobre todo al de los otros. Aunque es necesario apuntarlo con todas las letras: ese pavor se transforma en t-e-r-r-o-r cuando ese deseo es de las o-t-r-a-s.
Hay varios tipos de pro-abortistas, pero hay una tipología que merece especial atención. Todos dicen estar en contra de la interrupción voluntaria del embarazo y militan esta idea de diversas maneras. No obstante, hay un sector incuantificable, pero claramente detectable, que está en contra del aborto en el hospital público, pero a favor del mismo en su clínica privada. Tremenda paradoja.
Los pro-abortistas promueven el aborto de mujeres -niñas, adolescentes y adultas- al negar el derecho a la educación sexual para poder decidir, a la salud reproductiva, al uso de métodos anticonceptivos para no abortar, pretendiendo que hay un destino para las mujeres y ese es el de la reproducción a cualquier costo. Entre los pro-abortistas y yo hay millones de mujeres muertas, incapacitadas, obligadas a ser madres, niñas-madres, millones de proyectos frustrados. Corolario de la perversión.
Entre ellos y nosotras, todo esto, por sobre todo, es políticamente personal
¿Cómo entender esta posición en contra de los derechos más elementales? Se me ocurre que los pro-abortistas son tipos muy raros. Ojalá que pronto sean una especie en extinción.
*Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM).
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