OPINIóN
› Por María Inés Jasienovicz *
¿Cuál es la causa por la que un niño o niña necesita comer en cualquier otra mesa que no sea la de su familia? Esa es la pregunta que dispara el gran debate que desde hace mucho tiempo nos conmueve a los rosarinos y que, sin embargo, aún no hemos podido responder. Tampoco hemos arribado a una conclusión que nos permita, de una vez por todas, aunar algún criterio para desandar un camino que hace muchas décadas iniciamos, sin querer darnos cuenta.
La inadmisión, es decir, el rechazo hacia lo que nos desagrada como una reacción instintiva y violenta, es una característica intrínseca de todo animal. Lo particular de nosotros, los humanos, es que tenemos la capacidad de adquirir la conciencia de que en pos de nuestro progreso, tal característica debe ser dominada; es decir, sublimada, en el sentido más psicoquímico de la palabra.
En noviembre de 1989 se aprobó la ley nacional que ratifica la Convención Internacional de los Derechos del Niño, casi como "entre gallos y medianoche", norma de la que sólo algunos interesados nos enteramos. A mi entender, el más primordial de los principios de esta Convención que, junto a otras, integra desde 1994 el texto de nuestra Constitución Nacional, es aquel que establece que "los Estados están obligados a garantizar a los padres de los niños, las condiciones necesarias para ejercer adecuadamente su deber de crianza".
Sin embargo, a principios de la década del `90 la mayoría de la sociedad argentina decidió, sin tapujos ni medias tintas, aceptar una política económica y cultural que impuso directamente al desempleo como principal instrumento de ajuste económico, dejando así a infinidad de niños sin el principal presupuesto para su bienestar: el "presupuesto familiar".
Aquello que algunos llamaron "Estado de Bienestar" fue impúdicamente denostado y su correlato, la rápida institución de un "estado de malestar" nos ha traído hasta este lugar. Pareciera que estamos en tiempos de repasar las ideas de Keynes y Marshall, pero deberíamos comprender que no es volviendo al pasado que las cosas mejoran sino pensando en alternativas innovadoras, que aunque no estemos bien nos permitan alcanzar un "estado del bien hacer".
* Concejala del bloque socialista
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