OPINIóN
› Por Amanda Paccotti
La primavera se lo llevó a caminar por sus veredas. Rosario ya no nos parecerá la misma ciudad sin sus pasos largos y la infaltable libreta bajo el brazo. Los jueves a la tarde no dará el presente, como lo ha hecho por más de 20 años, en la Plaza 25 de Mayo para acompañar en la ronda de los pañuelos blancos. Los chicos, chicas y jóvenes del Centro de Día CHICOS no podrán más gozar entre papeles y lápices de colores de su risa y su escucha en el taller de dibujo. Las Asambleas por la recuperación de la mítica Biblioteca Vigil carecerán de su experiencia y visión sobre qué es la educación popular. La biblioteca popular Pocho Lepratti no verá más a su director sentado en la sencilla sala de lectura. Las calles de tierra de las barriadas no escucharán más sus pasos acompañando visitas internacionales o acercándose a los vecinos para ser eco de sus reclamos. La comunidad toba no tendrá más interlocutor sensible y combativo para transmitir sus necesidades. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos no lo sumarán más en sus grupos directivos. Las manifestaciones populares por reivindicaciones o denuncias tendrán un espacio vacío en la primera línea.
No continuaré la lista de todos los espacios que sabrán de su ausencia. Fue un hombre necesario. Frontal, de cálido discurso, atrapaba al auditorio con sus palabras y anécdotas, pero sin jamás callar su posición ni dejar de denunciar, con nombre y apellido, a represores asesinos, a la policía de "gatillo fácil" y a corruptos dirigentes. Fue un hombre necesario también para marcar caminos. Al estar junto a Rubén, jóvenes -y no tan jóvenes- comenzamos a leer la realidad de la vida desde un ángulo abierto que abarcase toda la comunidad, no sólo la que complace o nos vende la publicidad, sino la oculta, la de los chicos, chicas y jóvenes de la calle, los desocupados, los viejos sin hogar, las familias destruidas por la pérdida de un ser querido.
La justicia social fue su meta. Subordinó a ella su vocación de artista plástico, su carrera docente, sus horas de vida familiar, sus posibilidades de viajes y presentaciones internacionales. Hoy quiero recordar al Rubén "de las pequeñas cosas". Su habitual recorrida por las aulas cuando era vicerector de la Escuela Provincial de Artes Visuales "Manuel Belgrano", allá por fines de los `60, en la bajada de la calle San Martín. Con la excusa de observar los trabajos solía sentarse al lado de los alumnos para escuchar y ofrecer luego su opinión.
También recordar su pasión, me atrevería a decir devoción, por el pedagogo Janusz Korczak. Cierta tarde de invierno, con la pava para el mate sobre el ladrillo caliente que ponía en la hornalla de su cocina a modo de estufa, hablando de las maestras Rosita Ziperovich y las hermanas Cossettini -que él deseaba rescatar editando sendos fascículos dentro de una colección popular que se vendiera en los quioscos de la ciudad- saltamos al tema de los grandes maestros ignorados. Se para y, certero, saca un sobre lleno de recortes de revistas y periódicos de uno de los estantes de su biblioteca. Sobres de papel manila y tijera fueron sus secretarios de archivo, ayudados por plantas y naipes perdidos que él encontraba por la calle y coleccionaba. El "te cuento que..." fue el inicio de una larga historia de admiración y reconocimiento.
Estudiando el genocidio judío en manos nazis y, en especial la resistencia de los confinados en el gueto de Varsovia, Rubén Naranjo descubre la figura del maestro polaco. Investigando, leyendo, recorriendo las bibliotecas -otra de sus adicciones-, entrevistando a sobrevivientes, se revela ante él la figura del pediatra, poeta y maestro por elección Janusz Korczak. Con tesón, durante años, Rubén se adentra en el mundo de este casi desconocido pedagogo, que con 63 años y absoluto conocimiento de la realidad decidió asumir la dirección y acompañar a más de 200 niños y niñas judías de un asilo de huérfanos hasta su destino final: el campo de exterminio de Treblinka.
Rubén –creo- encuentra simetrías a pesar de la distancia geográfica, de época, de cultura y formación, entre su accionar y el de Korczak. Hay un tema común que los une y que perdura en el tiempo: el niño "que dormía con el cielo como techo", el desamparado. Para Korczak fue el niño de la guerra que deambula por las calles devastadas y los campos de lucha; para Naranjo es el chico de la calle, víctima por lugar de nacimiento, abandonado o huyendo de su núcleo familiar con historias trágicas motivadas, principalmente, por la crisis social, económica y política en que estamos sumidos. Ambos eligen, deciden estar a su lado de verdad, escuchándolos, mirándolos de frente hasta el último aliento de sus vidas.
Rubén denunció las tragedias de vida pero no fue una persona trágica. Ojos maravillados e insaciables en su observación, risa pronta y afilados comentarios. En su primer viaje a Europa, invitado con insistencia -que doblegó su reiterada negativa a salir del país- por la Asociación Suiza de Amigos de Janusz Korczak, para dictar una conferencia magistral en el Congreso Internacional de Sion en 1995, pasó dos largas horas sentado frente a la estatua de Rousseau, que se encuentra en un islote del lago de Ginebra. Cuando regresa de este paseo peregrinaje que quiso hacer sin ninguna compañía, nos cuenta que se despidió del maestro suizo dejándole un reproche: "en qué lío nos metiste con este asunto del Emilio". Pienso que lo mismo podríamos repetir nosotros para despedirlo con una sonrisa: "Rubén, en qué lío nos metiste al no poder ser indiferentes ante los chicos de la calle."
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