OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD
Cuando Rosario cayó en el descontrol de los saqueos hace 25 años, no podía imaginar que su futuro estaría ligado a la violencia de la narcocriminalidad. Las nuevas cifras que entusiasman a las autoridades locales, los 60 días de las tropas federales en el territorio y las incertidumbres para el escenario próximo.
› Por Leo Ricciardino
Se fue mayo. Y en este mayo se cumplieron 25 años de los saqueos que cambiaron de una vez y para siempre la trama social de esta ciudad. A partir de allí Rosario dejó de ser la ciudad obrera y combativa que se destacara en los '70, abandonaba definitivamente el mote de Capital del Peronismo e ingresaba en una época menos gloriosa que la ponía al tope del emblema de la pauperización social en la Argentina. Siempre virulenta y excesiva, la urbe se iba descontrolando por los márgenes. Nunca fue una postal exclusiva del país, pero a lo largo de las últimas décadas fue adquiriendo motes varios que la marcaron con algún estigma poco conveniente para el desarrollo y el progreso.
Es que el conurbano bonaerense ya es la desmesura misma y Córdoba es demasiado mediterránea -un poco más aislada y provinciana, siempre-, Rosario es lo más a mano para mostrar las crisis de toda índole. Es como una escala, una unidad de medida para el entramado pyme, comercial, pero también social, económico y político. A esta altura ya deberían dejar de molestar determinados señalamientos. No hay planes que se urden afuera para perjudicarla, nadie tiene tampoco tanto tiempo e interés para eso.
Cuando las masas desbordadas atacaban los supermercados frente a la mirada atónita de la policía; nadie podría haber imaginado que 25 años después el mote que vendría estaría vinculado al narcotráfico y la criminalidad compleja, que dejarían un reguero de sangre que aún no termina de ser totalmente obturado.
Es legítimo y esperable que las autoridades locales se entusiasmen con las cifras del Observatorio de Convivencia y Seguridad de la Municipalidad, que ayer difundieron los diarios de la ciudad y que marcan una caída del 50 por ciento en el registro de heridos por hechos violentos. También los hospitales públicos registraron una baja de casi el 35 por ciento en el reporte de heridos por accidentes de motos, lo que se adjudica en primer término a la presencia de las tropas federales en el territorio y, en segundo lugar, al incremento de los controles de tránsito en los que también ha colaborado la Gendarmería. Pero al día siguiente, es decir ayer, mientras los lectores veían estos datos auspiciosos en tapa, un joven de 16 años moría de un escopetazo en la espalda y una chica casi se desangra apuñalada por una amiga y su novio. Una cosa no invalida la otra, pero la relativiza y la pone en contexto.
Que los vecinos estén contentos con la presencia de las fuerzas federales, en un país que sabe muy bien lo que es estar bajo el dominio de tropas, demuestra hasta qué punto de orfandad se había llegado. Mucho se habla de la coordinación con la Nación, pero en realidad también se nota que faltaba coordinación con la provincia aunque fuera el mismo signo político el que gobernaba. Rosario no fue precisamente la más beneficiada en la primera administración del Frente Progresista Cívico y Social en Santa Fe. Esta ciudad debió arreglárselas como pudo con su presupuesto porque el conglomerado político que se hacía cargo de la gobernación debía consolidar su proyecto en lugares más refractarios como la propia capital provincial y las localidades del centro norte santafesino. En los últimos tiempos, y urgidos por los acontecimientos, se volvió la vista hacia la ciudad más grande de la provincia. Esa cuyos Fonavi representarían en realidad la tercera ciudad santafesina por delante de Rafaela y Villa Gobernador Gálvez. Pero se había perdido un tiempo precioso que ahora se empieza a recuperar. El Plan Abre lanzado en estos días es una clara muestra de la decisión política de volver a orientar la mirada hacia el sur.
Rosario no sólo estaba abandonada a una policía corrupta y poco eficaz sino, también, escasísima. Se tardó demasiado tiempo en comprender que no podía ser cubierta por turnos de poco más de 900 policías, muchos de ellos montados en unos 85 patrulleros desvencijados. Cómo el gobierno no va a pedir que se quede Gendarmería y Prefectura. De qué manera podría suplir en número y presupuesto semejante cobertura territorial. Pero hay que convenir que el escenario no puede ser permanente, que un pequeño destacamento móvil para el futuro sería lo ideal para complementarse con una policía provincial con mayor desarrollo. La comparación con la provincia de Buenos Aires directamente no tiene sentido: Estamos hablando de un millón de habitantes contra casi 10 millones.
El Estado local estaba en retirada porque no tenía cómo afrontar la totalidad de las políticas públicas. Concentrado como estaba en el desarrollo pleno de los proyectos que ponían a Rosario al tope de los ecos de la bonanza económica y el boom inmobiliario-sojero; se dio vuelta tarde hacia esa otra cara de la urbe que seguía su pendiente hacia el empobrecimiento y la falta de proyectos. No es que haya sido del todo una elección de las últimas gestiones municipales, sino más bien que los recursos empezaron a llegar a su límite. Su riqueza y nivel de recaudación tributaria ponen a Rosario en el marco de una autonomía que la diferencia de otras localidades directamente inviables en la provincia. Pero no le alcanza más para escapar del todo al paraguas protector del Estado provincial.
Por más quejas que haya y facturas políticas que se crucen, la mayor parte de las obras públicas de envergadura en la ciudad cuentan con financiamiento de la Nación. Lo mismo que en otras ciudades del país. Un ejemplo claro fueron las obras de la terminal de ómnibus Mariano Moreno. La municipalidad y un consorcio privado se hicieron cargo de las obras. Los trabajos demoraron hasta lo insólito y -la verdad- no quedó conformada la terminal que esta ciudad merecería. En cambio, la terminal de ómnibus de San Salvador de Jujuy la inauguró la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por teleconferencia y se hizo en tiempo récord y es enorme para la población de esa provincia norteña. Hoy los recursos locales no dan más para las grandes obras. El intendente se tiene que conformar con equilibrar sus cuentas pagando los servicios esenciales que cada vez son más. Y esta realidad es para todos, no para una gestión política en particular.
Rosario deberá seguir buscando su autonomía, pero está claro que sola no podrá seguir avanzando. Las obligaciones del Estado local se multiplican y los recursos crecen en mucha menor medida. Más allá de las prioridades y las decisiones políticas este conglomerado urbano es de los más sensibles a las crisis, aunque también se muestre permeable a los momentos de crecimiento pleno.
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