OPINIóN › 7 DÍAS EN LA CIUDAD
› Por Leo Ricciardino
* Aumento. Los cargos exigen no sólo dedicación y esfuerzo para sobresalir en una tarea, sino también -y muchas veces- la asunción de costos que de él derivan. Quizás el presidente del Concejo Municipal, Miguel Zamarini, debió revisar estos conceptos en la semana. De haberlo hecho se hubiera evitado la rabieta que dejó entrever en más de un reportaje cuando lo consultaron por el aumento de la dieta de los concejales de 3900 a 4300 pesos. El funcionario quiso evitar el incremento que venía enganchado al dispuesto para el personal político del Ejecutivo de Miguel Lifschitz, a sabiendas de que los 400 pesos extra por mes terminarían por darle un dolor de cabeza mucho más caro. Y así fue.
En principio se había acordado con los bloques no aceptar el incremento, y casi todos estaban de acuerdo (Se sabe, nada cae más antipático que un aumento de sueldos en el ámbito legislativo). Pero para concretar la decisión hacía falta una medida mucho más drástica: Cortar de una vez y para siempre el enganche con el Ejecutivo, y esto sí que no pasó por el consenso de los jefes de bloque. Nadie quería ser el autor de semejante hipoteca hacia el futuro.
La marcha atrás encendió a Zamarini que, sabía, sería el único que tendría que salir a dar las explicaciones públicas correspondientes. Pero el enojo con los periodistas que lo entrevistaban, terminó siendo peor que la "mala" noticia. Zamarini se decidió por culpar al mensajero ante la imposibilidad de ventilar a otros "culpables" de su exposición pública. En la síntesis, pareció que el presidente del cuerpo quería ocultar el tema o restarle importancia, y concluyó por darle una trascendencia que -en verdad- no tenía. Como le dijo un periodista tratando de frenar su ira: "Algunos concejales son muy caros a 4300 pesos por mes; otros, en cambio, merecerían ganar más. Todo depende de quién se trate". Y así es. Lo bueno para destacar que tenía Zamarini es que desde hace tiempo, no son ya los mismos concejales lo que se fijan su propia dieta. Y eso sí es un signo de transparencia para un cuerpo que -a pesar de sus defectos- fue uno de los pocos que se hizo eco del "que se vayan todos" de 2001; o al menos lo hizo en parte al perder a casi el 50 por ciento de sus miembros; evitando crecer hasta una cantidad que sí resultaría tan ridícula como onerosa para debatir los temas importantes de una ciudad en cuya Carta Orgánica se establece casi todo el poder para el intendente.
* Candidato. El intendente Lifschitz admitió esta semana que será candidato a la reelección si su partido se lo pide. Algo que resulta tan obvio en el marco de la estrategia provincial del socialismo, que no tiene demasiado sentido analizar. Pero sí resultó destemplada la crítica de un sector del peronismo local que pretendió buscar en los ecos de esta reelección las sombras de Misiones. Otro intento vano de la oposición que muchas veces elige muy mal los temas para tratar de hacer impacto en la figura más relevante de la política local.
Intentar ver señas particulares del "rovirismo" en Lifschitz es tan iracundo como pretender hallar similitudes de Binner con De la Rúa; dicho -encima- por el único ex funcionario de De la Rúa que está en carrera electoral en el territorio. Tanto Binner como Lifschitz tienen -como cualquiera- decenas de otras particularidades que sí pueden ser observadas por sus adversarios políticos. Hay que dedicarse a buscar mejor, eso es todo.
A veces hay desmesura en la política y se tarda en comprender que el cambio de dueño en los votos -sólo y afortunadamente- requiere hoy de un arduo y sólido trabajo de construcción. Como el que tienen por delante muchos de los opositores en Rosario, cuyos máximos referentes partidarios dejaron los espacios vacíos hace décadas -muchas veces de manera deliberada- y otras por una impericia casi indescriptible. Recuperar el terreno perdido en la política, no es una tarea para impacientes o para aquellos que confían en un golpe de suerte. [email protected]
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