OPINIóN
› Por Guillermo Lanfranco
Un cronista policial poco antes del mediodía, casi lamentándose, informa que las autoridades de la Unidad Regional II no reportan incidente alguno vinculado a las elecciones. Después de las seis de la tarde, con las urnas ya abiertas, una radio AM ameniza el operativo especial de información y comentarios -todo al mismo volumen, sin estridencias- con rocanroles y baladas. Un canal de televisión no da totalmente de baja su programación de fin de semana de moda y otros afeites, apenas la interrumpe para mostrar la pantalla del escrutinio oficial, la misma que puede verse desde cualquier PC hogareña conectada a Internet. Normal, muy normal. Como nunca. Parece un día de elecciones en Dinamarca, exagera alguien, alentado por la lluvia que enfría aun más la jornada dominguera.
Quien debutó en las urnas como ciudadano el 30 de octubre de 1983, el día que marcó el retorno de la democracia después de la dictadura, y no haya tenido una sola falta al cuarto oscuro, hoy encontrará veinte sellos en su documento de identidad, incluyendo elecciones de presidentes, gobernadores, intendentes, legisladores de todo orden, constituyentes, plebiscitos e interna obligatoria. Es decir, una vez cada trece meses en promedio, aunque los calendarios electorales no responden estrictamente a ese periodicidad. Para muchos, más idas a votar que vacaciones tomadas o que aguinaldos cobrados.
Esa normalidad electoral, que no ya no debería sorprender, en el caso de las elecciones de ayer se vio acentuada por un pronóstico de acuerdo al cual, si hubo apuestas, el favorito no pagó más de dos pesos por cada boleto jugado. Y si alguno soñó con el batacazo salvador de los rivales, por estas horas estará despertando de una pesadilla.
El peronismo lleva tanto años de gobierno en la provincia como los que van de democracia recuperada. Algo bueno hizo para sostenerse en ese lugar tanto tiempo. Pero desde ayer flota la sensación de que el electorado le ha empezado a cobrar lo otro, lo malo. En un inventario incompleto, esa columna puede incluir los juguetes de Vanrell, la ley de Lemas como recurso tramposo, la alternancia solo de gobernadores nacidos y criados en la ciudad patricia, la debilidad de un mandatario condicionado por la sombra de su mentor.
A caballo de un político casi incidental, como Carlos Reutemann, el peronismo intentará en los próximos dos años dar vuelta un destino que parece casi marcado después del abrumador resultado ayer. El tiempo dirá si puede hacerlo.
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