OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
El estudio de Ingeniería sobre los efectos que hubiera generado finalizar la canalización del Ibarlucea frente a las intensas lluvias de marzo; marca un análisis para tener en cuenta hacia el futuro. Pero el accionar político en la emergencia seguirá siendo el que marque la sensación de las víctimas a la hora de sentir cerca o lejos al Estado en esas situaciones.
› Por Leo Ricciardino
"Con el diario del lunes, todos pueden opinar". Es una sentencia que tanto políticos como periodistas utilizan habitualmente para desmerecer comentarios sobre hechos ya acontecidos. Pero en algunos casos, la frase pierde sentido porque es necesario analizar lo que ha pasado para proyectar hacia el futuro, evitar los errores de cálculo y -sobre todo- evitar reiterar males mayores en base a la previsión.
En esa línea se ubica el estudio que hizo la Facultad de Ingeniería sobre cómo se hubiera dado la inundación de la última semana de marzo en la ciudad. Las conclusiones de ese análisis que publicó este diario en su edición del domingo, dan cuenta que la tan mentada obra de la canalización del Ibarlucea no hubiera evitado absolutamente todos los males y que, por el contrario, hubiera agravado la situación en otras zonas de la ciudad.
Ni el estudio, ni el comentario que aquí se hace pretenden deslindar responsabilidades políticas entorno a una obra que se venía prometiendo desde hace más de tres años y que pasó de manos de la Nación a la Provincia y que el Municipio extendió más de la cuenta en los trámites por encontrar un lugar para trasladar a los asentamientos precarios de la zona donde se asientan unas cien familias.
Pero lo cierto es que con el Ibarlucea canalizado -señala el estudio- hubiera llevado un caudal mucho mayor de agua hacia la cuenca del arroyo Ludueña. Y esto finalmente, si bien hubiese reducido notablemente la inundación en barrios como Cristalería, Municipal y Nuevo Alberdi; hubiese determinado un colapso en la zona del entubamiento del Ludueña, desbordando éste a la altura de Empalme Graneros: un barrio que esta vez no tuvo ni un centímetro de agua pero que en el caso de que la obra del Ibarlucea hubiese estado terminada, seguramente hubiera terminado con 40 o 50 centímetros de agua en sus calles y casas, aseguran los expertos.
Con todo, la reflexión de los ingenieros (que aclaran que no se trata de un estudio cerrado y directamente vinculante a la hora de planificar las obras), no persigue el objetivo de señalar de manera contundente que la canalización del Ibarlucea no debe hacerse, sino que de llevarse a cabo, será necesario repensar la manera para evitar un fenómeno de vasos comunicantes que termine por complicar seriamente a otras zonas. Es decir, hará falta en todo caso una replanificación de estos trabajos teniendo en cuenta lo que sugiere este estudio pero también sopesando la recurrencia de estos fenómenos hídricos.
Lo que desde el punto de vista de un modelo aplicado este estudio sugiere, se podría aplicar también en esta última inundación de Santa Fe. Allí, en esta oportunidad se afirmaba que lo que inundó la ciudad en 2003 (el tramo del anillo de la defensa oeste del río Salado que no estaba terminada), con las lluvias de marzo (al ya estar cerrado ese anillo) terminó por hacer un muro de contención que retuvo el agua en los barrios más afectados. Pero los expertos, una vez más, señalaron que esto era relativo ya que el Salado también había crecido mucho en esta oportunidad y que hubiera agravado la situación ya que a la lluvia se hubiera sumado caudal desde el crecido lecho del río.
Como sea, lo importante siempre será la manera en la que se comunican estas obras sensibles y -sobre todo- cómo se actúa en la emergencia una vez que estas fallan o porque simplemente no estaban ejecutadas. Allí se da otra etapa en la que las víctimas de estos flagelos pueden determinar con las certezas que da el sufrimiento si el Estado está o no al lado de los que más lo necesitan.
Ayer en Santa Fe, un masivo acto recordó la historia más triste de Santa Fe. Esa que recuerda a los que murieron tapados por el agua el 29 de abril de 2003 y a los cientos de miles que deambulaban absortos por las calles buscando un refugio, atónitos como después de una gran bomba, y que sólo encontraron parcialmente a un Estado que había sido tan sorprendido como ellos. Aunque su función, claramente, era reponerse lo más rápido posible y actuar en la emergencia. Y también, esa marcha pidió, como lo viene haciendo desde hace mucho tiempo, que alguien alguna vez pague por esa figura tan extraña que establece la justicia para estos casos: Estrago culposo. Y un estrago, nunca deja todo como estaba antes.
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