OPINIóN
› Por Susana García *
El mapa de la tala del bosque nativo en nuestro país es alarmante: de 105 millones de hectáreas que apuntaba el censo forestal de 1914, sólo quedan 33 millones según indican los datos del Primer Inventario Forestal de Bosques Nativos realizado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación. Claro que esta cifra tiene una variación diaria porque el proceso de devastación es permanente y continuo. La cuestión es gravísima. La tala se realiza en zonas habitadas por pueblos originarios, que tienen al bosque como único medio de subsistencia, con una celeridad que debería sacudir la conciencia de los senadores. Ellos tienen en sus manos la posibilidad de comenzar a revertir el proceso: como lo grafican las entidades ecologistas, en Salta y Jujuy la tasa de desmonte equivale a 40 canchas de fútbol por hora. Los bosques cumplen un rol fundamental en la conservación de los suelos y la regulación climática. Es el ecosistema que concentra la mayor riqueza y variedad de flora y fauna, así como los insumos necesarios para la producción de medicinas y alimentos.
El proyecto de Ley de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental para los Bosques Nativos, aprobado hace varios meses en la Cámara de Diputados y que, según todo indica, ha sido cajoneado por los senadores, constituye un primer paso necesario para la atención de la emergencia y la base para la generación de políticas de mediano y largo plazo. Se requiere una intervención urgente para planificar debidamente el uso de los recursos forestales, una mirada estratégica sobre las distintas áreas que permitan anticipar la respuesta a las problemáticas surgidas de la combinación explosiva del cambio climático y lo que ya constituye el peor costado de nuestra identidad argentina: la falta de planificación, el estado de ensayo permanente, de actuar sobre la marcha de los acontecimientos, es decir, fatalmente tarde.
En este contexto, insistimos en la apremiante necesidad de debatir temas medulares que refieren al diseño de políticas productivas que integren las distintas variables económicas, políticas, sociales y culturales. Es necesario superar un manejo del suelo que tiene más que ver con la extracción minera que con un manejo sustentable. El monocultivo y la expansión sin pausa de la frontera agropecuaria implican la consolidación de una geografía que apunta a la desertificación y a la pérdida de
emprendimientos regionales que permitirían mantener la biodiversidad y la variedad productiva, base de un desarrollo consistente, menos vulnerable a los vaivenes del mercado externo.
* Diputada de la Nación. Bloque ARI.
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