Sáb 06.12.2008
rosario

CIUDAD › UNA EXPERIENCIA INéDITA DE TALLERES SOBRE VIOLENCIA CON CHICOS DE ESCUELAS

Ponerle palabras al dolor

Un episodio de violencia escolar en una escuela de la periferia llevó a un equipo de profesionales de la municipalidad a realizar talleres sobre violencia, discriminación y abuso sexual con 180 chicos de entre 12 y 14 años.

› Por Evelyn Arach

A mediados de este año la violencia desbordó las aulas de la escuela n° 518, Fray Mamerto Esquiú: dos chicos de trece años golpearon brutalmente a una nena de 12 en la puerta de la institución, ubicada en Larrea y Garay. Por entonces, las autoridades pidieron ayuda a los agentes de la Guardia Urbana Municipal y en una experiencia inédita, a ellos se sumó un equipo de psicólogos antropólogos y trabajadores sociales de cuatro áreas de la municipalidad. Durante tres meses realizaron talleres sobre violencia, discriminación y abuso sexual con unos 180 chicos de entre 12 y 14 años. El equipo interdisciplinario descubrió que muchos de los alumnos con problemas de conducta habían sido sometidos a abusos, maltratos y vejaciones. Al no encontrar ni el lugar ni la persona a quien confiárselo recurrían a la violencia como vía de escape. Pero en todos los casos era una conducta que habían aprendido de los adultos. A partir de esta iniciativa ellos pudieron contar su pena y pedir ayuda. Ahora bogan para que el proyecto llegue a otras escuelas.

La Fray Mamerto Esquiú, está a pocas cuadras del asentamiento conocido como Villa Banana. Aunque muchos de los niños que concurren reciben la contención de sus familias, otros están en verdadero riesgo social, atravesados por los flagelos de la droga, la delincuencia y el abandono. "Tenemos ocho chiquitos de entre 6 y 8 años que tienen diagnóstico médico por desnutrición y sus familias no los atienden", se lamenta la directora, Nélida Damato. Y agrega que ha visto a niños que a partir de los nueve años "son tragados por la calle". Por eso desde hace varios meses la institución trabaja con agentes de la GUM: ellos ingresan al barrio, los buscan y los convencen de que vuelvan al aula. Esta era una tarea que solían hacer las maestras, pero ahora los asentamientos se han vuelto más peligrosos e inseguros.

Por su parte Lucrecia Donoso, psicóloga del área de la Mujer y coordinadora del proyecto explica que aunque muchas veces la violencia se aprende en el ambiente doméstico "los chicos no la quieren ni la disfrutan". De hecho, cuando en el primer taller se les pidió que escribieran cómo les gustaría que los traten y dejaran la hoja en una urna, algunos de estos niños considerados violentos o peligrosos pusieron: "Que no me maltraten, que sean cariñosos, que me escuchen, que me sepan entender".

Los testimonios recogidos entre los chicos que participaron en los talleres no dejan duda de que el contexto que los rodea es muchas veces desolador. Una nena cuenta: "Mi vecino violó a una nena de 7 años. Fueron los del barrio y le quemaron la casa". Y otra confiesa: "Conozco a una chica que el padrastro la violó dos veces. La primera vez tenía 12 años, quedó embarazada y lo perdió. La segunda vez fue a los 13, por suerte lo tuvo". En otra de las cartas un alumno narra el sufrimiento de su familia, sometida a reiteradas palizas por parte de su hermano mayor, un joven con problemas de adicciones.

Si bien la violencia es un flagelo que se filtra en todas las clases sociales, en los barrios marginales es la desprotección de toda índole, la que agrava el cuadro. Eduardo Marostica, de la Dirección de Política de Género Adolescente argumenta: "Todos somos vulnerables, pero ellos están desvalidos: tienen que llegar a la escuela caminando por calles de barro, tiritan de frío en invierno y se calcinan con el calor del verano. Pero además sufren la discriminación por ser pobres, algunos adolescentes cuentan que en los bares del centro nadie les quiere servir un café. A través de estos talleres aprendimos que necesitan afecto, protección y sobre todo que alguien los escuche".

Uno de los aspectos más destacados del proyecto es que por primera vez las áreas de niñez, política de género para adolescentes, el área de la mujer y la GUM trabajaron como equipo. "La mayoría de los chicos ni siquiera conoce la existencia de estos organismos -explica Donoso-. Mediante esta actividad les llevamos las herramientas para que pidan ayuda. Ahora saben que pueden contar con nosotros".

Evidentemente ellos y ellas entendieron el mensaje. Nerea, tiene 13 años y le explica a Rosario/12 para qué le sirvieron los talleres: "Si nos encontramos con una compañera que haya sido abusada ahora ya sabemos qué hacer: hablamos con los de la municipalidad para que nos ayuden". Y Griselda agrega: "Mi papá maltrataba a mi mamá, este taller me sirvió mucho, porque es la primera vez que puedo desahogarme". En algunas de sus cartas finales muchos chicos le escribieron a los coordinadores: "Yo te cuento esto porque confío en vos".

De todas formas es mucho lo que queda por hacer. De los cuatro chicos que José Islas, agente de la GUM, ayudó a volver a la escuela este año, Franco de 9 años y Tomás de 11 volvieron a dejar. Pero él está convencido de que hay esperanza. Los dos chicos que protagonizaron la golpiza a una de sus compañeras en julio de este año participaron de los talleres y encontraron un espacio para contar qué les estaba pasando. "Lo que vemos es violencia por falta de palabras ﷓asegura Islas-. Cuando llegaron las palabras y se les enseñó a identificar su dolor, sintieron que eran escuchados y lentamente mejoró la conducta de ambos".

Los profesionales están conmovidos por la conexión afectiva que generaron con los chicos y proyectan llegar a otras escuelas con la misma iniciativa. Aunque aclaran: "No queremos que esto quede sólo en un diagnóstico, lo importante es seguir ayudándolos a que puedan transformar esa realidad".

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