CIUDAD › DECLARó POR PRIMERA VEZ
Beatriz Beletti guardó el secreto de su sufrimiento durante más de 20 años. Secuestrada el 14 de septiembre de 1976, en su casa, fue llevada al Servicio de Informaciones donde la torturaron. "Hace 34 años que me torturan", dijo ayer, y dio cuenta de un modo inapelable del efecto indeleble de esa crueldad. Esa noche de 1976, a su casa entró un hombre de contextura robusta, cabello rubio, ondulado, con nariz recta, más bien chica y ojos de un celeste intenso. Le pegó a su padre, amenazó con matarlos. Supo que era Alberto Vitantonio en 1997, cuando lo vio por televisión como policía en actividad, en plena democracia. Y ella, que jamás había denunciado el horror en carne propia, decidió colaborar con Esperanza Labrador por la desaparición de Miguel Angel, uno de sus hijos. El otro, Palmiro y su esposo, Víctor, fueron asesinados. "Yo guardé silencio durante todo el tiempo porque sentí que no tenía nada que decir. Era mío, me había pasado a mí. En este caso, era distinto, sentí que tenía la obligación de hablar", afirmó sobre su decisión de declarar, ya que Vitantonio había participado del secuestro de Miguel Angel Labrador.
Beletti fue explícita sobre la tortura. "Durante años pensé, sostuve, que no hay que hablar de la tortura. Sin embargo, voy a hacer una excepción porque creo que si todos venimos acá y decimos sólo que nos torturaron, no se va a tener la dimensión de lo que era eso". Le aplicaron picana en los genitales, en los pechos, hubo quemaduras con cigarrillos, bolsas de plástico en la cabeza para el tormento que después supo se llamaba submarino seco, golpes en la boca del estómago. Estaba vendada, pero al mover la cabeza para atrás podía ver, y vio a un compañero de la UES, Mancha Tartaglia, que presenciaba la tortura y les confirmaba a los torturadores si ella estaba diciendo la verdad. "Me decían que hablara, que iba a terminar teniendo un hijo de un hijo de puta. Me decían que tenían tiempo de hacerme un hijo, reventármelo y volver a hacerme otro", relató ayer. En ese momento, lloró. Lo hizo varias veces.
En la tortura, le preguntaban por el que había sido su marido. Como Tartaglia la conocía bien, decidió incriminarse. "Daba datos falsos de lo que ellos querían saber, de quién había sido mi marido. Para dar algo, para no dar todo", contó ayer.
Escuchó el sobrenombre de El Ciego (Lofiego), también pudo distinguir la voz de Carlos Brunato (Tu Sam), que le cantaba, en plena tortura, con ritmo de canción infantil, "a la SSA, a la triple triple A, en zanjones y cunetas aparecen las boletas". Le hicieron firmar una declaración que ni siquiera pudo leer.
El momento más duro de su declaración se refirió a los tormentos de una compañera, Ana Lía Murgiondo. A Beatriz, el 8 de octubre la llevaron a la Alcaidía. A los 5 días, la sacan de ahí para llevarla nuevamente al SI. "Apenas entro me vendan, me tienen esperando en una habitación, me gritan, me preguntan cómo se llamaba la hermana de su mejor amiga, mientras me pegan", rememoró. En ese momento, ubica a un hombre "muy imponente, con manos grandes", cree que se trataba del entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced. La amenazaron con volver a torturarla. La llevaron frente a una chica que estaba desnuda, con signos de haber sido muy torturada. Era Ana Lía, pero entonces, Beatriz no conocía su nombre, sólo que le decían La Polaca. La chica empezó a pedirle perdón. "Yo sé que vos no querés hablar, pero mirá cómo estoy", le dijo Murgiondo. Beletti le contestó: "Yo no te conozco". Al recordar este episodio, ayer, el llanto de la testigo fue incontenible. "Una cosa es recordar lo que me pasó a mí, otra es lo que vi que le hacían a otros. Fue uno de los peores momentos de mi vida", dijo. La chica le hizo un pedido: "Cuidame a la nena, por favor". Según sus cálculos, era el 14 de octubre de 1976. De todas las heridas, esa pareció ser la más abierta de Beletti. "La llevo en el alma. No era mi amiga, lo único que nos unió fue ese momento. Haberla abandonado, en cierta forma, y no haber podido hacer nada por su nena", dijo antes de llorar desconsoladamente. Murgiondo es una de las víctimas de la masacre de Los Surgentes.
Beletti volvió a la Alcaidía, donde también sufrió la desconfianza de sus compañeras, por haber sido sacada durante todo un día. "No las culpo, la desconfianza tenía un motivo", dijo ayer. En junio de 1977 recuperó la libertad. Pero en noviembre de ese año la llevaron nuevamente a la Alcaidía, por un proceso de la justicia federal. En ese momento, estaba embarazada. Tuvo pérdidas, pidió ayuda pero no se la brindaron, perdió el bebe. "Antes no menstruabas porque tenías miedo de estar embarazada, ahora como querés estar embarazada estás menstruando", le dijeron. "Al día siguiente estaba en un sanatorio, me estaban haciendo un raspaje con serio riesgo de infección, porque sí estaba embarazada", dijo.
Para terminar, la testigo agradeció la disposición de "todos los estamentos de la justicia" y a la política nacional de derechos humanos. "Me mueve a hablar, primero que quiero una sociedad realmente con justicia para mis nietos, y por los que no tienen voz. Yo decido declarar por Labrador, porque una madre tiene derecho a saber qué hicieron con sus hijos, y por la memoria de Ana Lía Murgiondo", dijo ayer Beletti, sobre el final de su declaración. La apelación fue concreta: "Considero que como víctima, como tantas víctimas, lo único que necesito es justamente una acción sostenida de justicia. Sería terrible que cayera en el agua, que se lo llevara el viento. Es un dolor tremendo venir acá a relatar esto", dijo Beatriz, con la voz quebrada, pero firme. "El único bálsamo que puede tener el alma de la víctima es un relato, un correlato de justicia", terminó. Se retiró con aplausos.
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