Jue 28.04.2011
rosario

CIUDAD › MARíA DEL CARMEN SILLATO RECORDó EL HORROR Y LA SOLIDARIDAD

Cómo poner en palabras la tortura

La jefa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Waterloo, de Canadá, contó cómo fue secuestrada, en enero de 1977, y atormentada por José Lofiego.
Tuvo a su hijo en cautiverio, y amamantó al hijo de una detenida, que sufría raquitismo.

› Por Sonia Tessa

María del Carmen Sillato se emocionó más de una vez durante su extenso testimonio en la causa Díaz Bessone. Secuestrada junto a su pareja, Alberto Gómez, en la pensión donde vivían, el 18 de enero de 1977, pasó más de 15 días en el Servicio de Informaciones. Estaba embarazada de dos meses. En medio de una sesión de tortura, la segunda, en la que sintió la presencia de varias personas alrededor de la camilla obstétrica que utilizaban para aplicar los tormentos, se le cayó la venda que le habían puesto sobre los ojos y pudo ver al propio José Rubén Lofiego con la picana en la mano. La solidaridad de las compañeras de cautiverio, el nacimiento de su hijo, Gabriel, el 11 de julio de 1977, en la Asistencia Pública, adonde fue llevada apenas un rato de parir, los esfuerzos de su madre y sus hermanas para mejorar las condiciones de detención en la Alcaidía de policía fueron algunas de las referencias que convocaron sus lágrimas. También lloró al recordar su deseo de permanecer en el país pese a la represión sufrida, y la decisión de emigrar a Canadá después de ser liberados, tanto ella como su pareja, el 24 de febrero de 1981 y en julio del mismo año. "Yo no quería irme del país. Amo mi país. Pero no veía solución, me acostaba a la noche pensando qué hacía con mis hijos", relató la testigo frente al Tribunal Federal Oral número 2.

Antes de comenzar, preguntó por qué había tres imputados ausentes. El presidente del tribunal, Jorge Venegas Echagüe, le explicó que Ramón Genaro Díaz Bessone, Lofiego y José Carlos Antonio Scortecchini tienen permiso para seguir las audiencias desde una sala contigua.

Sillato contó que a ella la interrogaron Nidia Folch, la Polaca, prófuga en esta causa y Ricardo Cady Chomicky, uno de los imputados. Afirmó que a él lo vio moverse libremente por el Servicio de Informaciones. También recordó que José el Pollo Baravalle instó a su compañero a colaborar. Entre las víctimas, mencionó a Roberto Luna, "un muchacho de la villa al que le decían Zapato".

Gómez les dijo a los represores que no golpearan a su compañera, porque estaba embarazada, pero las torturas llegaron igual. Ella gritaba por su hijo y en un momento les preguntó a los torturadores si no tenían hijos. Alguno de ellos le contestó: "Ustedes tienen animales". Después de esos primeros tormentos, la llevaron al lugar que los presos llamaban el bulevar perdiste, porque permanecer allí era pasaporte seguro a ser torturado. Cuando la dejaron a ella, comenzaron a atormentar a su compañero. "Creo que estuvo todo el día. Cuando lo tiraron al lado mío pensé que estaba muerto", relató ayer.

Los llevaron al sector del entrepiso conocido como la Favela. Allí compartió la habitación con una chica que parecía una niña, Analía Urquizo, que preguntaba por su hermano, Mario. Sillato supo después que a Mario lo habían asesinado unos días antes.

Cuando estaba allí tirada, Sillato sintió que la iban a buscar, le hicieron sacar la bata que tenía puesta desde su secuestro y le pusieron una ropa "ridícula, seguramente de alguien que había caído antes". La subieron a un auto para ir a una cita falsa. Cuando llegaron a San Martín y bulevar Segui, vio cómo ante la sospecha , fusilaron a un chico. En ese momento, el propio interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, se acercó al auto y le dijo: "Mentirosa, no colaboraste". Le dio una trompada que le quebró un diente. Otro de los represores, Jorgito, le pegó dos culatazos en el estómago. Otro represor, la Pirincha, César Peralta, le sacó la ropa, la hizo correr y le golpeó la cabeza contra la pared.

Sillato relató también que el represor conocido como el Cura (Mario Alfredo Marcote), intentó violarla. Una noche le dijeron que se preparara, que iban a ver a un juez militar. También llamaron a Marisol Pérez y Analía. Sillato fue la primera en entrevistarse con el supuesto juez, en la sala de torturas, donde la interrogaba mientras la picaneaban. En esa sesión se le corrió la venda y vio al ciego. El juez militar se detenía en las zonas más sensibles del cuerpo. Ella saltaba del dolor, y se dislocó una rodilla.

Lloraba, le pidió a uno de los represores, Darío (Julio Fermoselle), que la matara, pero una de las compañeras, Marisol Pérez, la confortó. Le dijo que su hijo iba a nacer fuerte. Esa noche se despertó cuando Analía y Marisol eran trasladadas, al igual que Zapato. Los tres siguen desaparecidos. El mismo Darío le confirmó, por gestos, que ella se salvaría pero sus compañeras no.

Más tarde, en la primera semana de febrero, la llevaron a la Alcaidía. Primero fueron trasladadas, desde el SI, las hermanas Luisa, Gladis y Teresita Marciani. Las tres estaban embarazadas. Varios testimonios relataron cómo a Luisa (Tita) la dejaron morir al negarle atención médica por su embarazo. Tita estaba confundida, habían secuestrado también a su hija Gladis, de 20 años, y la habían torturado para obligar a Tita a colaborar. Un día Tita le contó que había perdido el tapón mucoso, y estaba verde. Después de muchos, demasiados reclamos la llevaron a la Asistencia pública, donde un médico se negó a recibirla porque tenía una infección generalizada. A las pocas horas, Tita murió. Con ese temor quedaron las otras tres embarazadas. Primero nació Eduardo, el hijo de Gladys, y después Juan Marcelo, de Teresita, un bebé que lloraba mucho. El último fue Gabriel, el hijo de Sillato.

En ese punto, la enorme gratitud de Sillato hacia su madre volvió al relato. "Tengo una familia de oro, una madre y unas hermanas de oro", dijo la testigo. Cuando le dieron el alta en la Asistencia Pública, fue su madre la que insistió para que Gabriel fuera visto por un pediatra. Cuando el médico llegó a la Alcaidía, revisó a los cuatro niños: Cristina Bettanín, de 6 meses, Eduardo, Juan Marcelo y Gabriel. El profesional descubrió que Juan Marcelo se estaba muriendo de raquitismo. "Nadie se había dado cuenta de que la mamá no tenía leche. Yo lo amamanté", relató la testigo, con la voz inundada de emoción. "Son momentos de orgullo para mí que hayamos podido salvarle la vida a ese bebé", rememoró.

Si entre las compañeras primaba la solidaridad, los represores devolvían amenazas, cinismo y dolor. Lofiego llegó a la Alcaidía a interrogarla y la amenazó con llevarla nuevamente al SI, algo que no se concretó, pero le valió un susto y dos días sin leche para amamantar. También en la Alcaidía recibió la visita de Eugenio Zitelli, capellán de la policía. Sillato integraba una familia profundamente religiosa, tenía dos tías monjas y un tío sacerdote. Cuando le contó, con horror, a Zitelli que en el otro extremo del mismo edificio torturaban y mataban gente, el sacerdote se limitó a decirle que se ocupara sólo de salvar su alma.

El traslado a la cárcel de Devoto fue humillante y violento, llevaron a unas 20 detenidas políticas desde Rosario, a los golpes, con la cabeza entre las piernas, esposadas. Una vez en esa cárcel, continuó un tiempo con su hijo y a los 6 meses se lo dieron a su familia. En Devoto la visitó el coronel González Roulet, a quien ella le reclamó que la liberaran, porque había sido sobreseída por la Cámara Federal. En julio de 1980 recibió la libertad vigilada, pero debió concurrir permanentemente al SI para los controles. Recién el 24 febrero de 1981 fue liberada y pudo comenzar las visitas a su pareja en la cárcel de Coronda. Se había casado por un poder, para que él pudiera ver a su hijo.

La decisión de irse del país fue difícil, pero no encontró salida. El 16 de marzo de 1983 viajó junto a su esposo, después de largos trámites para conseguir el pasaporte. Cuando volvió la democracia intentó volver a la Argentina, pero no conseguía trabajo. Finalmente se quedó en Canadá, donde es profesora titular y jefa del departamento de estudios latinoamericanos de la Universidad de Waterloo, en Canadá. En ese carácter, realizó un proyecto de escritura creativa con víctimas del terrorismo de estado, al que respondieron 21 sobrevivientes. Una de las que participó fue Marta Bertolino. La hipótesis de Sillato es que la escritura es reparadora de experiencias traumáticas. "Los actos de tortura son los que no se pueden verbalizar. Incluso cuando uno busca del holocausto judío, es difícil ponerle palabras. Marta ha podido escribir en primera persona", dijo ayer Sillato, cuyo trabajo se plasmó en el libro Huellas, memorias de resistencia. Ayer afirmó: "Ojalá todo esto sirviera para saber qué ha pasado con los 30 mil desaparecidos. Este es nuestro aporte, porque no puede volver a pasar. Nuestro país está lleno de vida", dijo casi al final, cuando los jóvenes presentes tenían los ojos llenos de lágrima, y el aplauso estalló como un torrente de reconocimiento y afecto.

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