CIUDAD › GUILLERMO CAMPANA, DE LA DIRECCIóN DE JUSTICIA PENAL JUVENIL SOBRE LOS LINCHAMIENTOS.
Para este abogado, que además milita en la organización Causa y Efecto, los jóvenes excluidos analizan las reacciones de los que llaman "justicieros" como una posibilidad más de peligro en sus vidas. "Quizás la expresión extrema del hostigamiento que desde niños sufren cuando salen de su barrio".
› Por Luis Bastús
A contrapelo de los prejuicios denotados por quienes en los últimos días justifican el linchamiento de David Moreira y episodios posteriores y parecidos, alguien que conoce de cerca a esos pibes estigmatizados derriba algunos mitos y propone otra lectura del asunto. El abogado Guillermo Campana, empleado en la Dirección de Justicia Penal Juvenil y militante en la ONG Causa y Efecto y en la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud, advierte que lo que la opinión generalizada señala como "pibes chorros" no son jóvenes dedicados por entero al delito, sino que también sus vidas están compuestas irregularmente de escolaridad, de trabajo (precario), de familia, como casi cualquier hijo de vecino, incluso de aquellos que estarían dispuestos a romperles la cabeza a patadas, como ocurrió con Moreira. "La mayoría desea lo que desea cualquier pibe del centro, lo que le muestran como necesario para ser feliz. La diferencia está en que unos tienen garantizado el acceso y otros no. Unos acceden a ciertos trabajos, y otros llegan a trabajos mejores", analiza, en diálogo con Rosario/12. Campana cuenta que para estos jóvenes las reacciones de los que llaman "justicieros" es una posibilidad más de sus destinos, acaso la expresión extrema del hostigamiento que desde niños sufren cuando salen de su barrio y enfrentan la "otra" ciudad.
-La opinión propalada por medios y redes sociales acerca del caso David Moreira ratifica el estereotipo del delincuente como un joven pobre, moreno, con gorra y en moto. ¿Qué factores posibilitaron esta construcción social?
-Es una construcción cultural histórica que reproduce para el ámbito de la delincuencia las desigualdades sociales que vivimos, y en este caso particular vuelve a consolidar que hay un sector de la población que es peligroso, portador de todos los males y hay que combatir y del que hay que defenderse e incluso eliminarlo físicamente, como sucedió.
-¿Cómo puede conciliarse el relato de la familia Moreira, que David era un chico bueno y trabajador, incapaz de delinquir, con la posibilidad de que aún así él haya sido quien arrebató una cartera antes de ser masacrado?
-Lo que sucede con la generalidad de los pibes de sectores populares: tienen trayectorias de vida muy irregulares en todo sentido, en cuanto a institucionalización escolar, en cuanto al sistema de salud, en cuanto a conseguir trabajo. Aquellos que tienen experiencia vinculada al delito callejero -que es un porcentaje muy chico-, también lo hacen de manera muy intermitente. En un momento pintó que alguien viene: 'Eh vamos a hacer ésta'. Van, lo hacen, vuelven, se juntan en el lugar de siempre con los pibes y hacen otra cosa, incluso con pibes que no incursionan en el delito. Tiene que ver con trayectorias de vida que son muy discontinuas en muchos sentidos. La relación con el delito también se da de esa manera. No es que sean pibes que se dedican el 100% de su vida a salir a chorear y no hacen nada más que eso. En el caso particular de David, era un laburante y nada justifica, haya participado o no de ese hecho, una reacción como la que tuvo ese sector que llevó a su homicidio.
-Pero acabó condenado.
-Seguro, porque estos pibes están marcados de antemano.
-Describí cómo funciona esa construcción de identidad de los jóvenes con los que trabajás.
-Están en el medio de una disputa entre la cultura hegemónica, lo que uno tiene que tener para pertenecer, la cultura del consumo, y al mismo tiempo hay ciertos patrones más vinculados a su área, su territorio o su familia que lo hacen sentirse parte de ese barrio, de ese lugar donde han nacido y donde se han forjado. La mayoría quiere tener lo que tiene cualquier pibe o lo que muestran que hay que tener para ser feliz.
-Se desea lo mismo en los barrios que en el centro, pero el acceso es distinto.
-Sí, y también las posibilidades de ejercicio de derechos que están garantizados para un sector de la población y que no lo están en este caso y que les quitan herramientas para acceder sobre todo a bienes de consumo, pero principalmente al trabajo. El empleo al que pueden acceder los sectores populares son trabajos que pareciera que están siempre predestinados a esos sectores y que no son los mismos a los que acceden los jóvenes de clases media o más altas, que tienen otras herramientas y que buscan trabajos con mayor estabilidad y mejores ingresos.
-¿En qué momento se empieza a percibir el rompimiento del contrato social?
-La construcción de este estereotipo y vincular la inseguridad sólo a un determinado cuerpo de delitos empezó en la década del '90. Y a partir de los acontecimientos del 2001, cuando se cantaba la consigna 'Piquete y cacerola, la lucha es una sola', las clases medias se vieron más cercanas a los sectores más populares. Hubo un tiempo en el que ese quiebre no se notó, pero se volvió a notar cuando hubo cierta recuperación de la economía y ciertos sectores vieron que volvían al trabajo estable y a sus intereses sectoriales. Ahí se empezó a quebrar o debilitar la solidaridad con los sectores más desfavorecidos que lo continúan siendo, y acompañados por un discurso mediático que intenta no poner en discusión las causas reales de las desigualdades sociales y pone en la superficie que esos sectores son los que nos roban, los que pueden atentar contra nuestra vida.
-¿Has tenido registro reciente acerca de cómo perciben esos jóvenes estas reacciones colectivas de violencia?
-Algo hablamos superficialmente. Los hechos de linchamiento, por parte de quienes los pibes llaman "justicieros" los conozco y suceden desde hace años. Los pibes lo registran como algo similar a lo que hace la policía cuando los golpea o tortura, algo que está dentro de las posibilidades de lo que les puede suceder si intentan cometer un delito. Pero no es otra cosa que el mismo hostigamiento que la sociedad ejerce cuando caminan por el centro o cuando están saliendo de las avenidas que los retienen dentro de sus territorios. Ellos lo perciben habitualmente y les genera una suerte de incomodidad que inclusive muchas veces los hace preferir quedarse en el barrio para evitar las miradas, el hostigamiento que sufren. Cuando no es la sociedad es la policía que les pide documentos, que se identifiquen, y muchas veces les dicen 'Muchachos, vuélvanse a su barrio porque acá no tienen nada que hacer'.
-¿Y ellos qué sienten ante eso?
-Eso les genera bronca, por sentirse expulsados sin ninguna razón, por venir de un barrio de la ciudad, por tener una vestimenta particular o un color de piel. Y eso también muchas veces alimenta situaciones como la que se da cuando los pibes van en grupo a un shopping o a determinado lugar: también ellos buscan hacerse notar y buscan un poco esta rivalidad, hacerse ver y decir '¡Acá estamos nosotros y qué! ¿Te pasa algo?'. Es una provocación que muchas veces sucede, no hay que negarlo.
-Desde el Estado se enumera la cantidad de polideportivos, centros de convivencia barrial, programas de inclusión desde lo cultural, la educación, la salud. ¿Y por qué no alcanza?
-Las políticas destinadas a niños y jóvenes se llevan adelante con trabajadores precarizados, en malas condiciones. Eso es una definición política, así como lo es que la fuerza de seguridad tenga un básico de 8.500 pesos y los trabajadores de desarrollo social ganen 3.000 o 4.500 pesos y no tenga una computadora para trabajar, un auto para recorrer un barrio. Las políticas destinadas a los pibes en general son deficitarias, no son prioridad para el Estado, están más para contener el conflicto que para garantizar el ejercicio de sus derechos y que se llevan adelante gracias al compromiso de los trabajadores, que lo hacemos por una cuestión ideológica pero que no estamos en las condiciones que deberíamos para que efectivamente se pueda garantizar derechos con esas políticas.
-¿Es posible la recuperación del pacto social perdido y de la convivencia?
-Militamos para eso, para mejorar las condiciones de vida en la que estamos. La esperanza está. Creemos que la sociedad se puede cambiar y hay que luchar contra las causas más profundas que hacen que esta violencia emerja. Se trata de organizarse y atacar las causas reales, las desigualdades sociales, que es lo que seguimos viviendo, en conflicto con la sociedad con los patrones, con el Estado. Con militancia y organización vamos a transformar la realidad y vivir una sociedad mejor.
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