Lun 03.08.2015
rosario

CIUDAD › SIETE DíAS EN LA CIUDAD

Una transición larga y silenciosa.

Bonfatti y Lifschitz se muestran muy poco juntos. Dicen que hay reuniones pero nadie las comprueba. El gobernador electo se despegó del escándalo del juicio abreviado a Los Monos. Fein sigue demorando su anunciado relanzamiento de gabinete. Los encuentros con Javkin y Schmuck ya no se hacen tan seguidos. La quietud que imponen las elecciones nacionales.

› Por Leo Ricciardino

Hasta el menos perpicaz puede notarlo: La transición Bonfatti-Lifschitz no es igual a la transición Binner-Bonfatti hace cuatro años. Aquella parecía lineal, era un hombre del riñón del gobernador el que llegaba, es más, muchos creyeron que Bonfatti tendría poca autonomía y que sería Binner el que iba a tomar las grandes decisiones. En ese sentido, Bonfatti sorprendió a todos al revelar a un político distinto al que parecía ser y su antecesor tuvo menos incumbencias en los asuntos provinciales de lo que se creía. Para decirlo de una manera directa, Bonfatti termina siendo un mejor gobernador de lo que fue Binner. Claro está, muchas cuestiones no podrían haber avanzado sin los cimientos cavados por el primero.

Pero lo que ahora sucede es bien distinto. Lifschitz no parece ser la continuidad lineal de sus dos antecesores socialistas. Se sabe que la relación no es buena con ninguno de los dos y que sólo las necesidades políticas y el susto que les propinó el PRO primero y el peronismo después; los llevaron a esta convivencia estratégica que finalmente depositará a Lifschitz en la Casa Gris.

Pero Lifschitz ha mostrado durante estos últimos años permanentes gestos de independencia política y acercamientos circunstanciales a los otros dos referentes. En su momento, el argumento que Binner repetía en privado para explicar por qué debía ungir a Bonfatti y relegar a Lifschitz, que era el candidato natural del espacio, era el siguiente: "Tiene que ser un hombre que haya estado en la primera etapa del gobierno. La provincia es demasiado compleja. No podemos equivocarnos".

Es más, unos meses antes de las primarias de este año, cuando la renuncia de Binner a la candidatura presidencial era inminente, hubo un intento concreto de volver a postergar a Lifschitz. Esta vez con el argumento de que no le alcanzaría para ganarle al PRO con Miguel Del Sel a la cabeza, que en esos momentos picaba en punta en todos los sondeos. Sólo el carácter de Lifschitz y su reclamo airado frenaron la maniobra y fue él quien reclamó el turno que le habían quitado cuatro años antes.

Si algo distingue al político profesional del militante raso o del dirigente novato es la sabiduría de esperar y manejar los tiempos. La autocontención para no decir siempre lo que se piensa, el ejercicio de tener bien diferenciados los ámbitos públicos de los privados. Como decía el pensador francés Regis Debray, si uno viera a los políticos en el marco de lo cotidiano, en sus gestos más triviales, ya no los reconocería.

Y Lifschitz masticó esa sensación de derrota personal desde 2011 hasta ahora. Refugiado en el Senado de la Provincia, supo guardar silencio y poner poco el cuerpo a la gestión de su partido. Se preservó de los momentos más difíciles y sólo volvió a acercarse cuando notó que Bonfatti -contra todos los análisis- había sacado más votos que ningún otro candidato del espacio frentista. De alguna mágica manera, el gobernador había logrado sin siquiera proponérselo, transferir la responsabilidad de los gravísimos problemas de la provincia a otra esfera. Algo que, por ejemplo, no pudo hacer Mónica Fein, que terminó pagando sus propias cuentas y también la de unos cuantos más. Pero eso ya es historia antigua.

Lo que ahora hay es una larga transición, de aquí a diciembre, en la que todos juegan a hacer la menor cantidad posible de olas. Primero porque el domingo próximo se vota otra vez en Santa Fe como en el resto del país, en las primarias para los cargos nacionales de presidente y vice. La provincia elige tres senadores nacionales y 10 diputados nacionales. Y se agregan por primera vez las boletas de candidatos nacionales y también provinciales, al Parlasur.

El otro motivo que lleva a los dirigentes de esta provincia a hacer un rato más la plancha, es que el escarmiento que tronó en abril y junio aún es muy reciente. El electorado ya se expresó para los cargos provinciales pero aún puede olerse la bronca destilada por muchos sectores en las urnas. Todos esperan que esa cuestión se aquiete para disponer de los primeros movimientos fuertes.

En ese sentido, sólo falta fijarse en lo demorado y conversado que viene el anunciado relanzamiento del gabinete de la intendenta Fein. Varias fotos de unidad con Pablo Javkin y María Eugenia Schmuck, reuniones seguidas en las semanas posteriores, más espaciadas luego y hoy lo que tenemos es: nada por aquí, nada por allá. El statu quo a veces se aquerencia tanto que no hay como moverlo. Parece.

En esa misma situación parece encontrarse la relación de Bonfatti con Lifschitz. Unos pocos encuentros con Binner oficiando como padrino de ambos y nada más. "Sí, claro que nos reunimos", dijo el actual gobernador esta semana en un programa de televisión. Pero su cara reflejaba otra cosa. Su rostro aún tenía las marcas que la declaración de Lifschitz sobre el juicio abreviado a Los Monos le había propinado. El gobernador electo dijo públicamente que ese trámite judicial con la banda criminal más emblemática de Rosario no parecía demostrar "firmeza del Estado para enfrentar al delito organizado". Unos pocos días después, un tribunal especial anuló una parte clave de ese juicio abreviado y puso casi todo a fojas cero. Lifschitz dio la orden a sus colaboradores de prensa de excusarlo de las entrevistas personales. Sólo hablaría en los actos públicos. Es claro que no quería seguir complicando al actual gobierno con sus declaraciones y hacer más profundo aún el abismo que lo separa del titular del Ejecutivo.

Hay otras cosas de Lifschitz que molestan en igual grado a Binner y Bonfatti. Una de ellas son las conversaciones con algunos economistas cercanos a la Fundación Libertad. Un vínculo que el ex intendente de Rosario nunca dejó de aceitar por más que este conocido think tank neoliberal aportó cuadros, ideas y proyectos a la plataforma del PRO en la provincia y en Rosario.

Por ahora, Lifschitz se ha encargado de poner bajo siete llaves los nombres de su futuro gabinete provincial. Es claro que cada gobernador le pone su impronta a la gestión por más que haya continuidad del espacio político en la administración. Pero al parecer, en este caso, la impronta es demasiado personal y secreta incluso para los que siguen siendo los más encumbrados dirigentes del Partido Socialista.

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