Dom 10.09.2006
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CIUDAD

Cuando el fascismo quiso poner un pie en Rosario

Ochenta años atrás se fundaba el Fascio Italiano para apoyar -con el aval del Consulado- al duce Benito Mussolini. Los intentos por imponer el fascismo chocaron con la indiferencia de la colectividad.

› Por Guillermo Lanfranco

La celebración de un nuevo aniversario del nacimiento del fascismo convoca a decenas de personas en el Consulado de Italia; un periódico reclama el uso de la "camicia nera" (camisa negra) por parte de la colectividad; instituciones educativas como la Dante Alighieri o el Colegio Salesiano adhieren a la causa; se critica con dureza a los diarios locales que repudian al régimen del Duce. Ochenta años atrás, el fascismo surgido en Italia con Benito Mussolini tenía seguidores y dejaba improntas en Rosario, por entonces con cerca de un tercio de población de origen peninsular. Pero si bien los fanáticos locales del Duce se esforzaban por hacerse visibles, en Rosario "la política de penetración fascista fue apenas capilar", resalta Ada Lattuca, investigadora de la UNR y el CONICET y autora del trabajo "Algunas reflexiones sobre el fascismo en Rosario". Fascistas italo﷓rosarinos, parte de la historia oculta de la ciudad, en una página donde se mezclan el grotesco con la ingenuidad.

A principios del siglo XX, Rosario estaba cruzada por la inmigración europea, principalmente italiana. En 1869 era de ese origen el 9 % de la población, mientras que en 1910 ya ascendía al 32 %, ocupando el primer puesto entre los extranjeros vecinos de la urbe. Era previsible que los acontecimientos políticos que se vivían en la península, repercutieran de inmediato en la colectividad local. Así, a poco de que en 1922 Benito Mussolini encabezara la "Marcha sobre Roma" que abrió paso al nacimiento del régimen fascista, en Rosario comenzaron a reverberar los cantos de sirenas de un sistema que prometía el rescate de la "italianidad", incluso para quienes estaban "all'estero" (en el extranjero).

Cuatro años después, el 12 de setiembre de 1926 ﷓hace exactamente ocho décadas﷓ se fundaba en Rosario el Fascio Italiano, emulando los grupos de acción -y violencia- que habían dado origen al régimen. Bajo la dirección de Giulio Lencioni, el Fascio rosarino tenía el declarado propósito de divulgar "la esencia del régimen" a través de un periódico "cuyo título resumía una de las más caras aspiraciones del Duce dentro del partido: Disciplina", señala Lattuca.

Sin embargo, las fascistas no parecían encontrar el eco esperado en una comunidad de tal magnitud como la itálica. Incluso, los diarios locales parecían más interesados en resaltar la amenaza de los nazis: "Escuelas antiargentinas en Santa Fe", "Los nazis quieren eludir la ley nacional", "Complot Nazi" y "la garra del nazismo se cierne amenazante sobre la segunda ciudad de la República" eran alguno de los titulares que exhibía el diario La Tribuna.

Entonces los "fachos" decidieron organizar otras actividades con la esperanza de recoger adeptos: fiestas, representaciones teatrales y proyecciones cinematográficas, con la presencia constante del Fascio Femminile (femenino) y del sector Giovanile (juvenil). Para estos jóvenes se organizaban torneos deportivos y algunos viajaban a la península itálica para comprobar in situ las bondades del régimen que se veía tan lejano desde las márgenes del Paraná. Desde Buenos Aires, la revista de la Federación de Sociedades Italianas de la Argentina resaltaba "la ímproba labor desarrollada por los fascistas" rosarinos y el accionar de Argentina Giovannini, que meses antes de la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial llevó un álbum con miles de firmas de fascistas rosarinos para entregarlo al Duce en solemne ceremonia. Pero lo cierto es que el Comitato Argentino Pro Italia, creado para sostener el esfuerzo bélico, tuvo escasa influencia. Algo similar sucedió con el Comitato Patriótico Italiano, fundado en 1940 con el consentimiento del cónsul Paolo Vita Finzi. Es claro que el representante diplomático comulgaba estrechamente con el fascismo y asistía a cuanta reunión se convocase, siendo el orador central en todas las actividades programadas.

Los representantes de la Iglesia no quedaban afuera de su apoyo al Duce. "El enlace pasaba generalmente por la orden salesiana ﷓indica Lattuca﷓ cuyo amplísimo colegio (Presidente Roca y Salta) cobijaba a los inmigrantes en la mensual misa dedicada a ellos o en las ceremonias implorando por la obtención de una `pace secondo giustizia' precedidas por el coro de alumnos entonando la Marcia Reale y Giovinezza".

Mientras, desde la Rivista Italiana, el periodista Arnaldo Penco trataba de convencer a sus connacionales sobre las bondades del fascismo, aunque con magros resultados. Al punto de que se veía obligado cada tanto a resaltar las "actitudes anti﷓italianas" de quienes realizaban compras en comercios extranjeros; no asistían a los actos patrióticos; desoían los pedidos de colaboración de las organizaciones fascistas; no aprovechaban las instalaciones del Club Italiano en Alberdi o leían los periódicos que criticaban el régimen del Duce ("non compatre, non leggete quei giornali che ci denigrano e ci ofendeno"). "Cabe suponer la esterilidad del reclamo al ser levantada la sección algunos meses más tarde, bajo la indiferencia general de los destinatarios", ironiza Lattuca. Ni siquiera los símbolos del fascismo lograron arraigarse. La "camisa negra" era usada por muy pocos y las fotos de la época que registran actos "dei fasci" no muestran ninguna.

En definitiva, "l'attivitá patriotica" se reducía a la distribución de útiles escolares, ajuares y víveres a los connacionales necesitados o la provisión de corbatas azules a los alumnos de la escuela Dante Alighieri imposibilitados de adquirirlas, para que se mantuviera alta la elegancia "de la nostra italianisima y fascista Dante", como la calificaba la Rivista Italiana. Ya en 1938 el Fascio Femminile se congratulaba por haber organizado cinco reuniones de beneficencia en la Dante. Y, en 1940, el rector del instituto medio de la Dante, Gaetano Bani, disertaba sobre "Italia y su imperio", inaugurando las sesiones del Instituto Colonial Fascista, en la escuela misma. Años después, el periódico Patria Argentina denunciaba la "estrecha vinculación" existente entre las instituciones educativas italianas, especialmente la Dante Alighieri y la curia de Rosario, en sus "respectivas tareas pro﷓fascistas".

Donde la belicosidad verbal de los fascistas locales se hacía más evidente, era a la hora de enfrentarse al diario La Tribuna de contundente militancia anti-Duce. Los exasperaba los magros titulares que les dedicaba a los "triunfos militares" de Mussolini, y consideraba a sus periodistas como "indiferentes y bolcheviques", tributarios de la "ola de traición" implementada por Moscú. Desde los diarios liberales le respondían que "en el seno de la colectividad italiana las ideas fascistas no llegaron muy a la profundo. Son los pequeños duces que aun pretenden perpetuarse".

Justamente cuando en 1941 comienza la decadencia del Duce ﷓embarcado en la guerra como furgón de cola de Adolfo Hitler, lo que precipitarían el derrumbe del régimen y su propia muerte en 1945﷓, decae el fervor de los fascistas rosarinos. Ya no hay artículos enfervorizados a favor del líder y su obra, mientras la Casa de Italia reformula sus estatutos para prohibir las actividades políticas a cargo de instituciones extranjeras, justamente lo que se hacía sin tapujos hasta poco tiempo atrás.

En definitiva, resalta Latucca, "en Rosario la política de penetración fascista fue apenas capilar. La sociedad no se transformó, ni se mutaron las relaciones trabajosamente conseguidas con las autoridades argentinas o el resto de las colectividades extranjeras. El italiano asumió así su parcela de `cumplimiento' sin arriesgar imprudentemente la cuota de seguridad conquistada".

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