Franco T. es sólo uno de los niños que en condiciones similares, de extrema exclusión, viven en la comunidad toba de calle Rouillón. Ese día, el jueves pasado, una mujer muy bien puesta pasó, lo miró con desagrado en medio del griterío cruzado, le tocó la remera de Newell's Old Boys que llevaba puesta y le lanzó: "¡Qué linda ropa que tenés! ¿A quién se la robaste? La actitud de la mujer no exhibió casi ni un rasgo de humanidad, pero lo ocurrido en Sarmiento y Córdoba, es un emergente del sentimiento contenido en gran parte de la sociedad.

Los daños que en el tejido social dejó sobre todo el neoliberalismo no sólo fueron la desocupación, el hambre, la pobreza y la extrema exclusión, como la de Franco T. sino el culto por el individualismo a ultranza, el triunfo sobre la batalla cultural y por una sociedad más justa, que se da en el plano de las ideas, de las convicciones. ¿Qué contestarían muchas de las personas que allí estuvieron si pudieran elegir entre la renovación de todos los electrodomésticos del hogar, la vuelta de los accesibles viajes a Brasil o, en cambio, la distribución de la riqueza y la inversión económica en la deuda interna que alguna vez ﷓pasarían de todos modos muchos años﷓, terminen con la exclusión que genera inseguridad? Por lo menos la inseguridad grosera, sin sofisticación.

El problema tiene muchos pliegues: el Estado como tal no invierte en esas áreas vitales y, nuevas crisis mediantes, la desocupación amenaza con elevar los índices de pobreza reales. Pero algo más, el neoliberalismo trastocó la que debiera ser un reflexión necesaria que, a la vez, condujera a reclamar no por pena de muerte o multiplicación de cárceles, sino porque se pague con puestos de trabajo, vivienda, educación, salud lo que nos deben a todos los argentinos. El país entero no ve hasta ahora esa voluntad política pero tampoco la de cuidar a la infancia, porque a miles y miles de chicos como Franco la valiosísima ley 26.061 de Protección Integral ﷓y su correlato provincial﷓, todavía no los rozó.