› Por Rudy
Lector, lectora... ¿usted paga sus impuestos? Seguramente sí. Y seguramente, se enoja cuando le llega cada factura de ABL, sobre todo desde que se duplitriplicó, hace un par de añitos, y para muchos vecinos pasó a ser el (IMA) Impuesto al Mauricio Agregado.
Bueno, vecina, vecino, vecinito. No nos quejemos más, porque todo lo que pagamos nos vuelve. A los que pagan poco, les vuelve poco, y a los que pagan mucho, les vuelve mucho, o viceversa. Pero ha llegado la hora de ser justos y reconocer que al menos la ciudad capitalina les presta a sus vecinos ciertos servicios que serían la envidia de muchos, la pereza de otros, la ira de unos cuantos, la soberbia de algunos, la gula de kilos de más allá, la avaricia de quienes así lo sientan, y la lujuria de... de... ¡No, no quiero decir de quiénes sería la lujuria! ¡No en vano se los conoce como “pecados capitales”, aunque algunos van más allá de la General Paz! ¿Pero, de qué estoy hablando? ¿No lo adivina usted, inteligente lector? ¡Bueno, si usted no lo adivina, seguramente el señor que está a su lado, y que simula tomar un helado de crema de cordero patagónico a la mostaza (hoy en día algunas heladerías venden cualquier cosa con tal de facturar), pero que en realidad lo está espiando a usted... sí, a usted, bueno, él se lo va a poder explicar. ¡Desde hace un tiempo y gracias a que pagamos nuestros impuestos, los porteños gozamos de un servicio de espionaje exclusivo, para que nadie quede sin ser espiado, para que nadie tenga que ir al psicoanalista y sollozar “¡Licenciado, nadie me mira!”, para que todos los porteños sintamos que nuestras espaldas están, si no seguras, si no protegidas, si no custodiadas, al menos secretamente espiadas. Así, si nosotros, nuestra posteridad, o cualquier habitante de la ciudad cometen un acto sospechoso (ser familiar de víctima de un atentado terrorista es un acto sospechoso), el gobierno tendrá conocimiento de sus actos.
Pero no sólo eso. También contamos con otros servicios nuevos. Por ejemplo, ahora podemos ocupar cualquier espacio público, con la absoluta tranquilidad de que no nos vamos a tener que quedar allí, de que van a venir unos señores, o tal vez señoras, o señoritas, con su uniforme oficial de incógnito, o no, y nos expulsarán del lugar, para que podamos volver a nuestras casas, en caso de tenerlas, o no, en caso de no tenerlas.
Con todos estos gastos, si se llegara usted a enterar de que se achicó el presupuesto de educación pública, no se atreva a quejarse, se dará cuenta de que todos estos nuevos servicios hay que pagarlos de alguna manera y, además, ¿para qué educar a tanta gente, si puede ser más barato espiarlos, o echarlos?
No se enoje, lector, sólo tenga cuidado con lo que dice, lo que hace, y sobre todo, lo que vota.
Nos vemos la semana que viene.
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