› Por Rudy
¿Cómo le va, lector? ¿Cómo lo está tratando marzo? ¿Vio que cada mes tiene una manera muy particular de tratar a la gente, sobre todo en la Argentina? Por ejemplo, hace unos meses –pocos– hacía calor, había problemas con el tránsito, se autoacuartelaba la policía, se cortaba la luz y los argentinos teníamos totalmente claro cuál era la causa, motivo, razón o circunstancia (Jirafales dixit) de tal bolonqui: ¡estábamos en diciembre!
Sí, lector: un corte de luz en octubre, o en mayo, o en agosto, es una desgracia, un hecho fortuito, una casualidad permanente o un episodio oscuro que se investigará hasta las últimas consecuencias. ¡Pero, si ocurre en diciembre, está todo bien!
Hasta podría explicarse como una manera de que los argentinos nos exasperemos a fondo, para después poder irnos de vacaciones libres de culpa, sintiendo que las necesitábamos de verdad, que son la justa compensación por ese mes agotador: “¡Es diciembre, ¿qué quieren?!”, dijo un político opositor, que también se había hecho famoso por decir que estamos condenados al éxito y que quien puso dólares, recibirá dólares.
Enero, en cambio, es famoso porque “se van todos”. ¿A dónde se van, de dónde se van, por dónde se van? No se sabe, pero que se van, se van. Entonces, los que no nos vamos actuamos como si no hubiera nadie.
En 2013, por ejemplo, se cerró una línea de subte, en enero, al tiempo que se arreglaba la avenida más cercana al mismo, total, ¡no hay nadie! O sea que los que intentábamos infructuosamente llegar a nuestros destinos éramos ¡nadie! ¡Ahora entiendo por qué les cierran bien las estadísticas a algunos: consideran que una gran cantidad de ciudadanos somos “nadie”.
Marzo suele ser el mes del inicio de clases y, también, el mes de los feriados y, también, el mes de los conflictos y, también, el mes de la memoria y, también, el mes “del regreso”. Todos los que se habían ido en enero, más todos los que se habían quedado, regresan, ya sea de sus vacaciones, o de su condición de nadie. Aparece así un montonazo de gente, quizá tostada, o al menos con expresión de haber descansado, y se va incorporando a la vida laboral, y otro montonazo de gente que va retomando su condición de “alguien” después de dos meses de inexistencia estadística y ciudadana.
Febrero suele ser un mes “bisagra”. Los que se fueron todavía no vuelven, aunque hayan vuelto. Algunos se van entrenando para los conflictos previstos para marzo, y empiezan a reclamar, a amenazar o a decir: “Así no se puede vivir”. ¡Y no me pida el lector que defina yo el sentido de la expresión “así”, ya que verá usted que si hay miles que la pronuncian, para cada uno la expresión quiere decir otra cosa. Por ejemplo:
n ¡Así (con este calor) no se puede vivir!
n ¡Así (con este alarmismo mediático) no se puede vivir!
n ¡Así (con estos vecinos que hacen ruido) no se puede vivir!
n ¡Así (con este gobierno/ esta oposición) no se puede vivir!
n ¡Así (con esta incertidumbre) no se puede vivir!
n ¡Así (con esta escasez de mujeres/hombres) no se puede vivir!
n ¡Así (con esta prohibición de fumar en todas partes) no se puede vivir!
n ¡Así (con mi psicoanalista de vacaciones) no se puede vivir!
Cada uno protestará por lo que le falta, o le sobra, en salud, dinero y amor. Y todos llegarán a marzo bien entrenados, para jugar el Torneo Victimal, que nada tiene que envidiarle al Inicial ni al Final.
Y este verano, lector, tuvimos corridas. Porque hubo quienes se dedicaron a correr de aquí para allá, pensando en batir todos los records, no en vistas al Mundial de Fútbol ni a las Olimpíadas 2016, sino a marcar, remarcar, los precios. ¡Y eso que todo aquel que corre sabe que hay que cuidarse, que no se puede hacer sin ton ni son!
La subida del dólar, el conflicto en Ucrania, los cien años del nacimiento de Cortázar, la campaña de Boca, la de River, el Día de San Valentín, el casamiento o el divorcio de algún astro de la tevé, el cambio en la fórmula del queso light, la ola de calor en el Sur, la de frío en el Norte, la de “ni frío ni calor” en el centro, todo fue bueno para subir los precios, para que usted, y yo, paguemos más. Digamos que los formadores de precios saben cómo seducirnos:
n “Tienen que entender, con todo esto que está pasando necesito más terapia, por eso aumenté el yogur.”
n “Me acabo de separar y mi ex me reclama alimentos, por eso subieron las carnes y la yerba.”
n “Soñé que me iba de viaje, y para pagar los pasajes aumenté el precio de las gaseosas.”
Con semejante argumentos, ¿cómo no los íbamos a entender, pobres?
Pero nosotros no los entendemos, lector, ¿verdad que no? Y tenemos la ridícula pretensión de que no nos cobren de más. ¡Somos así, no podemos “pensar en grande” y mucho menos “pensar en caro”! Y el Gobierno parece que tampoco entiende a nuestros pobres inflaprecios y les hace campañas de control. ¡Justo a ellos, acostumbrados al “libertinaje de precios” que les permite, en Carnaval, disfrazar los productos de ¡los mismos productos, pero mucho más caros!
Y así apareció “Precios Cuidados”, con la idea de que los precios tengan límites, y que además seamos nosotros, los ciudadanos, quienes vigilemos no sólo la calidad de lo que entra a nuestro changuito de compras, sino también la cantidad de lo que sale de nuestro bolsillo para pagarlo.
Y nosotros, mientras tanto, hacemos un suplemento sobre los precios, los desprecios, los menosprecios, los precios y los sobreprecios. Con chistes cuidados
Hasta la semana que viene, lector.
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