› Por Rudy
¿Cómo le va, lector? ¿Cómo está? Esperemos que esté usted muy bien y la esté pasando lindo. Y, por favor, entiéndase eso como una expresión de deseos, si quiere como una galantería amable, pero de ninguna manera una intromisión en su intimidad, en su privacidad, ni mucho menos como un acto agresivo, intimidatorio o acosador.
Lector/a: nos gusta, y mucho, que usted sea nuestro lector/a, que todos los sábados nos permita acercarnos adonde sea que usted lea el suplemento, que nos deje acompañarlo/a un momento, un café, un desayuno un viaje, una siesta. Nos encanta que nos sonría, que nos ría, que nos mire y nos devuelva una carcajada, o una mirada cómplice, ante nuestros chistes, frases, ideas.
Nos gusta pensar que le gusta nuestra compañía, lector/a. Hasta nos animaríamos a arriesgar que usted espera nuestra llegada con un poco de ansiedad, abre el diario con ganas y, al divisar que ahí estamos, que no nos borramos, usted dice, piensa, murmura, algo agradable. Nos gusta imaginar ese momento, lector/a.
Y, perdónenos, creemos que compartir la risa, el humor, tiene algo de erótico. De erótico en sentido amplio, vital, creativo, eso que tiene que ver con esa eterna batalla entre Eros y Tánatos.
¡Ay, lector/a..., las cosas que nos dice! ¡¡Gracias, es usted maravilloso/a, en serio!!
Porque de eso se trata, lector, lectora. Cada sábado llegamos adonde usted está, con su permiso, amablemente, y le expresamos nuestro deseo de permanecer con usted ese rato, esa risa. Y si usted quiere, lo compartimos. Y si no, no.
Y capaz que usted sí quiere, pero no en ese momento sino más tarde, u otro día. Entonces, será más tarde, u otro día. Creemos que se puede poner en juego el deseo sin que nadie agreda a nadie, con respeto. Teniendo en cuenta al otro/a. Sin agredirse ni sentirse agredido. En el humor, o en lo que sea.
No nos sentimos “un objeto”, lector. Ni lo/a tratamos a usted como si lo fuera. Sabemos que puede reírse o no con nosotros y a la vez. ¡Claro que sí! Deseamos que usted se ría, una y otra vez.
¿Tan difícil es acercarse sin agredir?
¿Tan difícil es entender que el otro/a es una persona, tal como lo somos no-sotros, y tiene todo el derecho del mundo a su intimidad, privacidad, sin ser molestado?
¿Tan difícil es entender que la otra persona puede sentirse agredida, sobre todo si la agredimos, acosándola, usando palabras, gestos, tonos, actitudes que apuntan a su vulnerabilidad y a nuestra impunidad?
Y usted, lector, lectora, ya lo sabe. No me refiero solamente al piropo, sino a cualquier forma de agresión. A veces, incluso se “confunden” con el humor. Uno pega, insulta, y luego dice que el otro/a “no sabe aceptar una broma”. Digamos, entonces, que los golpes, los insultos, las groserías, nada tienen que ver con el humor.
Y no todos ni todas lo entienden, lamentablemente.
Entonces “alguien” puede decir, casi impunemente, que “a las mujeres les gustan las groserías que ‘elogian’ alguna parte de su cuerpo” y que si alguna dice que no, o se siente ofendida... ¡no le cree!”.
Es como si ese mismo individuo realizara una encuesta sobre su gestión, y a los que dicen que no les gusta cómo gobierna, a los que detestan que aumente el precio del subte... a los/las que no van a votar por él... ¡no les cree!
¿Quién lo asesora? ¡Ah, cierto, uno que dijo hace poco que Hitler era un tipo espectacular!
Por suerte, a veces la sociedad reacciona. No sabemos si el autor del exabrupto entendió cuál era su error, pero al menos pidió disculpas. Esperemos que sepa por qué las pidió, y no solamente porque “eso mide mejor en las encuestas”.
Sabemos que creyó hablar en nombre de cierto “sentido común”, de cierta “sabiduría popular”, que en verdad tiene muy poco de popular, y nada de sabiduría, pero a veces nos hacen creer que sí.
También esperemos que aquellos que reaccionan y se enojan tengan la “sabiduría para reconocer la diferencia” (como dicen en los grupos de autoayuda) entre un amable elogio, un respetuoso acercamiento y un acoso, una agresión verbal...
Porque en el caso del que hablamos él imaginó desde el vamos que la receptora es una mujer (y acá nos tendríamos que poner a hablar, otra vez, del tiempo, porque parece un tanto medieval, la imagen), a la que se le acerca un varón (o dos, o diez, o dos millones) y en tono agresivo le diga una grosería sobre su cuerpo (de ella) o lo que le haría (generalmente violento) ¡le gusta! Y que la que dice que no le gusta ¡miente!
Esto puede ser visto, y no está mal, como especialmente denigratorio hacia las mujeres, pero quizás un poco más allá podamos entender que las mujeres... y los varones... y los niños... y los batracios, y los nematelmintos nos sintamos ofendidos o agredidos frente a semejante razonamiento. Porque no se trata solamente de una agresión. También se trata de naturalizarla, volverla “simpática” (insisto, lo más agresivo de todo es pretender que “le tiene que gustar, si dice que no le gustó, no le creo”).
Como somos humoristas, tratamos de ver el tema desde el absurdo, lector/a. No de banalizarlo, sino de mostrarlo de otra manera. Quizás el humor ayude a repensar un poco ese “sentido común”. Por este camino, no podemos dejar de imaginar los “piropos” que el personaje tiene en carpeta para futuros cercanos:
n ¡Vení que te privatizo!
n ¡Te miro y me aumenta todo!
n Tu trasero es como Hitler... ¡espectacular!
Y éste es el tema de esta semana, lector. La diferencia. Y el saber reconocerla. Porque quizá sea ése el espacio posible para los humoristas, el de poder señalar absurdos, o poder decir, como el niño del cuento: “¡¡El gobernador está desnudo!!” (¿o era el rey?).
Y, como siempre, lo hacemos desde ese lugar en el que sentimos que podemos dialogar con usted, el de los chistes.
Hasta la semana que viene.
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