› Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo anda esa vida? ¿Cómo que “cuál” vida? ¡No me diga que tiene usted varias vidas, y entonces elige una distinta para cada día, ocasión o coyuntura!
Usted es de los que todas las mañanas se ubican frente al placard y dicen “¿A ver, qué vida me pongo hoy?” y piensa:
n ¿Me pongo la exitosa, esa que provoca envidia al pasar, y hace que todos me pregunten “¿Dónde conseguiste una vida así?” y yo los miro de reojo, y les sonrío como agradeciéndoles? ¡No, mejor no, porque si salgo con esa vida a la calle y me la llegan a afanar, después no tengo cómo conseguir otra igual!
n ¿Y si me pongo la vida “uy, todo está muy mal, nada vale la pena, el mundo fue y será una porquería, nadie sabe qué hacer con nada, es todo todo tan fugaz, que ni el tiro del final te va a salir?” Mejor no, mirá si justo aparece alguien que me guste, o una perspectiva de laburo y me ven así...
n ¿Y si me pongo la vida de “Hmmm, podría ser, capaz, dejámelo pensar, vamos a ver, esto tendría que decidirlo con más tiempo, esperá que lo consulte arriba, si me das unos días te lo averiguo”? Hmm... esa vida... no es tan fácil decidirse a usarla, habría que pensarlo un poquito más.
n ¡Uy, qué bueno, podría ponerme la vida llena de acciones, de saltos, de decisiones rápidas y furiosas, de puro músculo, de “¡vamo, vamo, vamooo!”. Ah, pero no la encuentro, ¿dónde estará? ¡Uy, cierto, todavía no la fui a buscar a la tintorería! Es que la última vez que la usé, ¡quedó hecha bolsa!
n Podria elegir la vida cautelosa, llena de miedos, fobias y obsesiones, que mal que mal me protege de todo, aunque no me deja hacer nada. Pero bueno, hoy tengo sesión, capaz que se la llevo y me la arregla un poquito, me la plancha... Mejor no, me da un poquito de cosa...
¿De verdad tiene usted, lector, tantas vidas como para elegir? Bueno, quizá sí, no. Quiero decir, quizá todos tenemos todas esas vidas y muchas más: la vida llena de utopías, la vida amarreta, la vida aventurera, la vida en la que uno se pone en “lo sé todo” y da consejos que no le sirven a nadie, la vida en el que uno se pone en “no sé nada, yo no fui, no tuve nada que ver”, y se queda un poco afuera, justamente, de la vida misma. Tantas vidas, lector, que parece que la vida misma no alcanza para vivirlas todas.
Pero no hemos llegado a este punto filosofando. Porque no somos filósofos (al menos yo no lo soy, quizás usted lo sea, lector), y entonces, no sabemos (no sé) cómo hacerlo. La filosofía se define como el amor al conocimiento, y seguramente tanto usted como yo lo amamos.
Ahora, tampoco podemos estar seguros de que el conocimiento que amamos sea el mismo en ambos casos. Quiero decir, hay mucho conocimiento suelto por ahí, por suerte, y eso hace que cada uno y cada una pueda amar al conocimiento sin por ello quitárselo a otra persona.
Será terrible que un día, una mañana, en medio del desayuno, el conocimiento de pronto lo mire a usted (o a mí), como nunca lo hizo, y en voz casi trémula, le diga: “Mirá, tengo que decirte algo. Me voy con Juan (o con Luisa). Es que me ama mucho más que vos. Me comprende, me escucha. Y vos hace rato que me dejaste de lado, no te ocupás más de profundizar en lo nuestro, como antes. Ahora te dedicás a opinar y opinar por ahí, de cualquier cosa. El (ella), en cambio, se pasa las noches leyendo e investigando para estar mejor conmigo. Chau”.
Y usted, yo, de golpe, de pronto, nos quedamos pasmados, sin saber nada de nada, como si nos hubieran borrado todo... perdemos.. el conocimiento. Por eso, lector, está bueno que haya para todos y todas. Que sea accesible, alcanzable, querible, amable.
Y entonces, si hablamos de elegir, y hablamos de conocimiento... digamos que hay conocimientos antiguos (digamos “vintage”) y modernos (digamos “fashion”). Y que hay conocimientos antiguos, que de pronto se vuelven modernos.
Y ahí aparece la comida. Bueno, la comida siempre está ahí, acá, everywhere, partout. Es como la madre (no por casualidad llamada nutricia), a la que acabamos de homenajear, en su día, el domingo pasado.
Hablamos entonces de vida. De elegir. De conocimiento. De comida. De Madre. De fashion. Todo eso, todo, se puede resumir en una serie de eventos que están haciendo estragos en el sentir más popular, intelectual, y por qué no, en el mediopelo. ¡Las ferias de comida!
¡Ahí podés comer de todo, y encima sacarte una foto con el cocinero, y darle un beso a la molleja, enamorarte de una ensalada vegana, darle tu email a un pollo, volverte loco por el portobello, comer pan amasado en 1830, disfrutar de los mismos manjares que apreciaban los esclavos en las minas de Africa, degustar una hamburguesa de origen ignoto, hacer una marcha del orgullo vegetariano, y hasta decir, “¡mi mamá esto lo hace mucho más rico!”.
De todo esto, lector, trata este suplemento que, esperamos, nos haya salido tan sabroso como de costumbre, o más.
Si le gusta, puede repetir, el sábado que viene.
Nos vemos en una semana, lector.
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