› Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo anda? Note usted que le preguntamos “cómo” y no “en qué” anda. Lo hacemos porque lo queremos, nos interesa, y no esperamos de usted una respuesta tipo “bien”, “mal pero acostumbrados”, “acá bancándonos el frío” o “mejor sería un lujo asiático”. Pero mucho menos un lacónico y a la vez sorprendente “y... ahora ando en subtrenmetrocleta”.
¿Qué es eso? Se preguntará usted, sobre todo si está leyendo este suplemento más allá de la General Paz ( o más acá, depende de su punto, ya no de vista sino de estadía).
¿Qué es eso? Le responderemos nosotros, desde el mismo lado de la General Paz en el que ha sido inaugurado, o al menos presentado, un extraño artefacto, que podría ser tomado como un nuevo hallazgo arqueológico, un extraño saurio amarillo de los tiempos mesozoicos. Pero este saurio no se expone en el museo de París, sino en la mismísima Reina del Plata, a la que su preclaro jefe de Gobierno intenta modernizar por un camino que quizá lo conduzca paradójica, o voluntariamente, al mismo mesozoico al que nos referimos.
Se trata en verdad de un híbrido medio de transporte, cuya imagen fue presentada hace un par de días, en medio de multitud de globos amarillos. Esto es razonable, ya que estamos en tiempos de campaña, y todos sabemos que los globos amarillos constituyen una parte importantísima del electorado que vota al partido gobernante. Por lo menos la mitad de los votos de ese partido son los globos amarillos, que, inexplicablemente, se las ingenian parta entrar al cuarto oscuro disfrazados de votante, y ahora también, quizá con el piolín que los ata, lograrán generar su voto electrónico.
Pero nosotros sabemos de política mucho menos que los globos amarillos, y quizá por eso votamos a otra gente.
Y de “subtrenmetrocletas” sabemos menos todavía.
Tratemos de reflexionar sobre el asunto...
No le voy a negar que lo de “cleta” al final hace acordar a “Cleto”, aquel del voto no positivo. ¿Será que este nuevo “maurimóvil” es también “voto no positivo”? ¿Votarán a otro, los globos amarillos? Lo dudamos.
¿Nos volveremos los porteños, por su causa –no Cleto, sino Cleta–, objeto de burla? ¿Nuestros compatriotas, hermanos latinoamericanos, terrícolas en general, marcianos o alfacentauritos, señalarán nuestra ciudad, con el dedo? ¿Nos espetarán, en medio de sonrisas cómplices o carcajadas cuasi agresivas, “ustedes son la cleta del plata”, o cantarán “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, andaré en subtrenmetrocletaaa”?
¿Cómo vamos a hacer ahora los porteños, otrora altivos, soberbios y orgullosos, para justificar la nueva perla de la corona macrista? Algunas opciones no muy convincentes:
- Bueno, son cosas que se hacen antes de la campaña.
- Es sanita, barata, y te distrae un poco de la política.
- Vos te reís ahora, pero vas a ver. En el siglo XL todos van a usarla... ya me vas a decir.
- Bueno, la otra opción eran los triciclos voladores.
- Las hicimos para evitar a los “trapitos”.
- Es una manera de que la gente se olvide de Horacio.
- No serán muy bonitas, pero son amarillas.
- “¡Es que son tan PRO!, ¡nosotros no desperdiciamos la plata de los jubilados en subsidiar vagos!”
Y tantas explicaciones más, de esas que suelen brindarnos nuestras autoridades citadinas, sabiendo que no tienen sentido ni gollete, pero que no importa, porque “la gente” los vota igual, desde hace 8 años y “El pueblo”, si no le gusta la subtrenmetrocleta”, que se tome un taxi, o un “subanempujenestrujenbajen”, como decía aquel chiste de la infancia que se lo llamaba al colectivo en alemán.
La cuestión es que los porteños ya tenemos un nuevo personaje para que se burle de nosotros.
Pero conciudadanos, habitantes de esta bella ciudad que supo ser, y después se olvidó (dirían Les Luthiers): ¡No os amilaneis, ni os amilaneseis a la napolitana, ni os caneloneis, o ravioleis, que ni siquiera sabemos en qué consiste eso!.. ¡Todo tiene su lado B, incluso las estadísticas, por extraño que parezca!
Se ha difundido... y de hecho fue noticia hace muy poco tiempo que, en la Ciudad de Buenos Aires, en estos últimos tiempos, ¡hay más divorcios que bodas!
¿Se da cuenta, lector, lo que esto significa? ¿Se da cuenta de lo importante que es esto para la ciudad? ¿Se da cuenta de la cantidad de negocios, turismo, souvenirs y demás transacciones que esto nos puede traer? ¿Se da cuenta de que ser una ciudad “divorcio-friendly” es el mayor logro del gobierno, que seguramente lo consiguió sin proponérselo –o a su pesar–, ocupado como estaba en fabricar o comprar subtremetrocletas?
Por ejemplo, viene una pareja de belgas, o de tailandeses..., de somalíes, un sueco y una cordobesa, un santiagueño y una galesa, dos siberianas, un japonés y un bielorruso. Cada pareja ocupa una habitación. Hasta que el juez porteño los divorcia... ¡y después ocupa dos! Se duplica nuestra industria hotelera. ¿Y organizar la “marcha del orgullo solo y sola”? ¿Y las fiestas de divorcio... que, a diferencia de las de casamiento, implican dos por pareja, tal como los hoteles? ¡Maravilloso!
De este tema, lector, trata este suplemento.
Hasta el sábado.
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