¿Sabe una cosa, lector? A mí siempre me preocupó el concepto de “jubilado”. Porque yo creí entender que estaba vinculado con “júbilo”, o sea, algo que ver con la alegría, con el placer, con la satisfacción, con la sensación de haber trabajado toda la vida, y ahora llega el momento del disfrute, de hacer lo que uno tiene ganas, sostenido por los más jóvenes... Dicen que se trata de algo de eso, pero, ¿usted los vio a los jubilados? Y no hablo esencialmente de los de ahora, por favor, no me tomen por lo que no soy, acuérdense de los jubilados de la época de Menem, con la vaquita en el Congreso y los 150 pesos que eran 150 dólares, pero en las carnicerías y verdulerías valían mucho menos que en las casas de cambio.

Cuando mi abuelo se iba a jubilar, las jubilaciones eran buenas, pero nadie conseguía jubilarse. Cuando a mis padres les tocó, todos se jubilaban fácil, pero la jubilación no alcanzaba para nada. Me preocupa el día que me toque a mí.

Seguramente hace unos 15 años hubo empresarios que supieron captar esa “preocupación de mercado” y nacieron las AFJP, como opción al Estado, que tenía una muy mala imagen.

Y los argentinos, seguramente, dijimos: “Pero miren qué inteligentes estos empresarios, qué bien que vieron el negocio, se merecen nuestros aportes jubilatorios como premio a su ‘viveza’”. Porque a la hora de premiar al ingenio, nadie nos gana a los argentinos, pueblo orgulloso de su creatividad.

Pero ahora ya no saben más qué decirnos. Ya no saben cómo explicarnos que en cada crisis se achica nuestro bife, nuestro choripán, e incluso la ensalada. Que vamos a tener que contentarnos con el olorcito a molleja. Y por eso, por no saber que más decirnos, los castigamos y les sacamos nuestros aportes. ¡Ah, no, si quieren nuestros aportes que inventen cosas bieen divertidas para que se los demos! Y si el Estado nos cuenta una historia mejor, le damos la plata al Estado.

¡Así somos, justos ante todo!

Hasta la semana que viene, lector.