LUX VA > A VER LIA CRUCET
Recién aterrizadx de su viaje a la China, nuestrx cronista se conecta con la ciudad y recorre la mítica esquina porteña. Donde muchos encuentran nada, Lux encuentra el kilómetro cero de la felicidad.
El grito de Beba, mi amiga publicitaria, me tomó por sorpresa: vamos a caminar por ahí, dale, que Chuda vino desde el campo y quiere aprovechar para ver gente en dos patas (tres máximo) y hacerse un poco la city. Pero si yo hasta hace diez minutos estaba en la China, le respondí tratando de recordar cómo había dado la vuelta al mundo en una noche. Una semana dirás. Y si te olvidaste de cómo tuvimos que expatriarte, consulado mediante, te felicito. Yo no podría vivir con el bochorno. Chuda me tiró unos trapos y me dijo: ¡Arre! Pobre Chuda, la conocí en los tiempos en que estudiábamos publicidad en la UCC (Universidad Concheta Católica); no finalizó, pero terminó en el campo con un chacarero que la mantiene. Ella le cacerolea cada semana para mostrarle su apoyo, pero algo me dice que la relación está alambrada. Caminamos por avenida Santa Fe, miramos ropa y como por inercia llegamos hasta Pueyrredón. Sí, ya sé, el yirotaje de la mítica esquina está hecho añicos, pero hay que reconocer que el que sabe puede recoger los pedazos. Muchxs prefieren pasearse panchxs por la web antes que hacerlo en la vida real, y más cuando te hacen doble mano las calles de un día para el otro. A Beba la salvamos de milagro de una muerte segura cuando cruzó Pueyrredón sin mirar cual yegua vieja que conoce el camino. La rastrojera casi le pega en las ancas, repetía Chuda haciendo gala de su léxico agropecuario recién adquirido mientras nos depositábamos en el barcito que está pegado al Olmo (no iba a hacerme ver por todas las locas de Buenos Aires con una mariliendre desmayada). Pedimos un café lleno de azúcar y esperamos hasta que subiera la lipotimia. Muy pronto estábamos lxs tres comiendo sánguches de matambre, cerveza y papas fritas. Locas solas y en pareja, jovencitos casi adolescentes, señores abuelos y turistas borrachos se pasean por la vereda. Una loquita joven y flaca que menea las caderas y cuyas tetitas asoman impertinentes por la musculoca nos acercó unos descuentos para Km Zero: “¡Vengan chicxs, es acá nomás a la vueltita, hoy canta Lía Crucet!”.
“Vamos, por lo menos no hay que cruzar otra calle”, acotó Chuda. Eran casi las dos de la mañana y la entrada estaba llena. La cajera se saludaba con las travas, chongos y locas que bajaban la escalera como panchas por su casa y se perdían en la oscuridad del subsuelo. Nosotrxs hicimos la cola como buenas reses, pagamos y nos pegamos al escenario cubierto con una cortina de baño de papel film y aluminio. Al ratito nomás un locutor nos puso el corazón en la boca. “¡Buenas noches señoras y señores, aquí, en Km Zero la única, la mejor, la más grande Lía, Lía, ¡Líaaaaaa Cruceeeeeeeet!” Y apareció la diva, toda ella una sirena de mar y de bomberos, escoltada por un locutor trajeado que no paró de acotar, corear y hasta acompañar en dueto a la señora tetona durante todo el show. Después entendimos que la lipotimia es contagiosa y que la estrella cumbiera necesitaba de un guía para mantenerse a raya. Un par de hitazos y sobrevino un concurso de strip tease, lluvia de clichés, premios populares, aplausos pedidos.
“Soy honesta con él y contigo. A él lo quiero y a ti te he olvidado. Si tú quieres seremos amigos. Yo te ayudo a olvidar el pasado.”
La rubia tanque, Pachamama bolichera, se despidió con estas palabras con ritmo tropical mientras me miraba a los ojos. Por lo visto también está enterada de lo que me pasó en China. “Me voy para el camarín”, les dije a mis escoltas. “No señor, vos te tomás la pastillita que nos recetó el chino homeópata.” Abrí la boca y en un cerrar de ojos volví a Oriente. Creo que Chuda dice algo sobre unos salames caseros que sólo se consiguen en Tandil, y creo que Lía me dijo algo de venite a dormir entre melones, que de a poco todo se acomoda.
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