Vie 30.05.2008
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Pepino en trozos

› Por Nati Menstrual

Lo amaba tanto que nada me impidió dejar todo por él. Yo era un novato gay con el culo florecido por la primavera del ’89, había blanqueado recientemente mi elección en casa dejando a mi madre llorando desesperada y a mi padre ausente, como se mantenía siempre. Vivimos 3 años y medio felices y contentos, aunque supuestamente él era un macho activo declarado. Yo superé el engaño cuando me pidió el vuelto en efectivo carnal en una noche de sexo desenfrenado. Luego le salió un trabajo en España y yo otra vez atrás de él. En la madre patria nos acomodamos a esas mutaciones que toda pareja tiene: no sólo había terminado sexualmente más pasivo que yo, si no que encima se había hecho VEGETARIANO.

Un día en el supermercado lo vi emocionado frente a una montaña de pepinos. Me miró y lo entendí de inmediato. Desde ese momento, cada vez que íbamos al súper, él se dedicaba a elegir sus próximos verdes amantes.

Por esa época éramos muy amigos de un matrimonio argentino-uruguayo a quienes recuerdo especialmente por una velada en la que estando Gustavo y yo encamados en nuestro ritual vegetariano, tocaron el timbre. Corriendo, acomodamos todo y yo, sin saber qué hacer, del apuro dejé el pepino en el carrito de las verduras. Pude ver cómo Gustavo recibía a la pareja sonriendo nervioso, algo incomodado por la presencia tan protagónica del pepino.

Al rato nos relajamos, charlamos, escuchamos música. Cuando quise improvisar una comida, Aldana, siempre muy comedida y atenta, me pregunta cómo podía ayudarme en algo. Yo le sonreí, disimulando y no la dejé pasar. Cuando ya estaba casi todo listo, me fui un ratito al baño. Cuando regresé al comedor, Aldana, con una sonrisa, le preguntaba a mi marido si comía ensalada de pepino. No podíamos hacer nada, menos ponernos en evidencia con nuestros gustos erótico-vegetarianos. Nos sentamos a comer todos contentos y la fuente de ensalada de pepino pasaba de mano en mano entre nuestros dos queridos invitados. En memoria de aquel pepino sacrificado, fuimos religiosamente al súper cada semana a elegir el más grande y verrugoso, y a fantasear quién iba a ser nuestro próximo invitado.

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