LUX VA AL REGISTRO CIVIL
Nuestrx cronista fue hasta el Registro Civil para guardar en su retina el momento histórico en que una pareja gay se acerca al mostrador, pide un turno para casarse. Y se lo dan.
“Lo primero para hacer la revolución es ir bien vestida”, decía Severo Sarduy. Y vaya si le hice caso el lunes, cuando me apropincué al Registro Civil de la calle Beruti al 3300, en el barrio de Palermo, para ser testigx de un acontecimiento histórico. Con mi capelina de organdí y unos guantes de terciopelo negro que me puse más allá del calor, descendí del taxi deseando que tan siquiera uno de los miles de granitos de arroz que un grupo de personas le tiraba a una pareja de recién casados se depositara en mi cabeza a manera de augurio. Pero nada. Ni uno solo. ¡Si hasta estuve a punto de arrodillarme y disputarles a las palomas esa comidilla del amor que también se me niega en corchos voladores y ramos de novia! Pero estaba lleno de periodistas y fotógrafos y camarógrafos (estaban todos los medios), así que preferí quedarme en el molde. ¿Y la red carpet? Se la ahorraron, parece. Aunque tampoco hacía falta. Lo que ocurre es que mi desconcierto era tal, luego de tanto pedir e insistir con esto del matrimonio (¿estoy soñando despiertx?), que por un momento pensé que había llegado a la avant première de una película. Pero no. Allí estaban Alex Freyre y José María Di Bello, los verdaderos protagonistas, solicitadísimos por la prensa, llegando de la mano para pedir turno para casarse. “¿Quién te dice que ahora no llueve arroz del cielo como maná y pido fecha para casarme con el notero de Crónica?”, me codea Cindy, una amiga travesti que aparece como desaparece en la marea de cables y micrófonos y cámaras que va siguiendo a los tortolitos. Y es en el amontonamiento que se arma a la entrada (“No vinieron los padres de los novios”, me sopla una fuente, “para no verse acosados por la prensa”) que el camarógrafo de TN me pega un pisotón para desquitarse de que yo hiciera oídos sordos a sus reclamos de que mi capelina lo tapaba. Entramos todxs, agolpadamente: los medios, los militantes, los curiosos y hasta un conjunto de mariachis que quedaron de una boda previa. Yo me amucho con la gente que quiere presenciar en una salita de dos por dos cómo Alex y José María formalizan el trámite, y los aplaudo, emocionadx, no sin antes sacarme los guantes como si fuera Gilda. Después nos sentamos en el living y los novios, entre beso y beso, siguen respondiendo las preguntas. “Cualquier pareja que se casa se toma un año para preparar la boda, ¡pero nosotros tenemos sólo quince días!”, dice Di Bello, apelando para los preparativos a la solidaridad de los presentes. Mientras tanto, la cronista de Canal 7 insiste con que hablen de su historia de amor, pero ellos le retrucan con la derogación de los códigos de faltas en las provincias. “Y qué querés, son militantes...”, me dice una señora que se identifica como fundadora del club de fans de la jueza Gabriela Seijas. La misma que falló en primera instancia a favor de estos muchachos y que abrió el paraguas jurídico para que las parejas del mismo sexo puedan casarse en la Argentina. El 1º de diciembre será el turno de Alex y José María, a las 2 de la tarde. Y allí estaré, con una bolsita de arroz, un paquete de papel tisú y maquillaje indeleble. Vestidx de negro, al igual que hoy, para que después no me tilden de “novix fugitivx”.
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