Vie 20.11.2009
soy

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PD

Omisión

Hola a todos. ¿Cuál es el motivo de que este suplemento no haya hecho una nota sobre la contramarcha que se llevó a cabo el mismo día de la Marcha del Orgullo Gay (friendly)? En mi opinión, la contramarcha representó los verdaderos reclamos de la comunidad Lgttbi, además del “clásico” pedido por el matrimonio: pedir por los derechos de lxs transexuales, el aborto, el rechazo por las discriminaciones de todo tipo por parte de la Iglesia a la comunidad, entre otros. En esta marcha no había camiones con dj ni merchandising, solo palabras de reclamos y cánticos. Solo espero que todo esto no haya sido motivo para que Soy no hiciera siquiera alguna nota referida a las personas que organizaron esta contramarcha.

Anabella Albano


Tiremos margaritas

Escribo en respuesta a una idea que vengo escuchando hace mucho, y cuya última manifestación fue la carta de José del número anterior “No tiremos margaritas”: el desacuerdo a ciertos “modos” de visibilización y militancia.

Parece que para muchos, el hecho de que una compañera travesti camine “en tetas” o “mostrando mucho culo”, o que un chico sienta la seguridad suficiente para exhibir sus plumas sin miedo resulta escandaloso o hasta perjudicial para la lucha de la comunidad Lgttbi. Pareciera que lo correcto es esconder un poco ciertos aspectos de la diversidad, limar ciertas asperezas, quizá las que resulten más “perniciosas” a la hora de lograr lo que en estos días aparenta ser nuestro fin último: integrarnos y encajar en esta sociedad. “Esas cosas no me representan”, me han dicho, “eso fomenta la imagen ridícula o bizarra que se tiene de nosotros”. Ahora yo pregunto: ¿esto no es comulgar con aquellos que quieren invisibilizarnos? ¿Esto no es conformarse con que lo integren a unx y que, si el otrx resulta más chocante para el ojo prejuicioso pues que se aguante solx? ¿Quién quiere integrarse en una sociedad claramente homofóbica, transfóbica y misógina? Yo me pregunto: ¿Hay una manera aceptable de ser puto? ¿Una manera respetable, que conforme a los intolerantes, que no provoque en el otro la burla? ¿La “aceptación” del otro tiene un precio que debemos pagar?

Pues a mí no me parece que esto sea correcto, sino todo lo contrario. Si celebramos la diversidad, la celebramos toda, si no es una diversidad coartada por los límites de lo que la sociedad acepta como diverso, y lo demás debe ser escondido con tal de que los que “se sienten parte” (por no caer en el estereotipo) puedan gozar de la igualdad y la integración supuestas.

Reconozco que estos prejuicios son muy comunes (cada vez más, quizás). Yo también los tuve. Quizás me sentía incómodo con la idea de participar de la marcha incluso. No quería llamar la atención: si no se me nota mejor, decía. Pero luego me di cuenta de que era solo una necesidad mal interpretada, y ésta era sentirme parte de algo. Fue algo que pude resolver al salir del closet y comprender que todxs somos distintxs, y cuanto más fieles seamos a nuestros deseos y más valientemente los expresemos, mejor. Darme cuenta fue un trabajo que me costó mucho, pero que pude construir desde el camino del debate y el comienzo de una militancia que, desde el grupo Jóvenes de la CHA, empecé este año. A mis compañerxs y amigxs se lo debo y se lo agradezco.

Celebremos la diversidad y todo lo que ella implica, y si a alguien le pesa, o lo encuentra gracioso o motivo de chiste, dejemos que lo digan y que lo cuenten, horrorizados de nuestros deseos y de nuestros cuerpos. Sólo estarán confirmando, una vez más, que algunos se quedaron en la época de las cavernas.

Mario Bedosti

Alegría revolucionaria

Como bien dijo Lux en el Soy del pasado 13 de noviembre, la alegría también es revolucionaria. Yo quiero redoblar la apuesta: la alegría es la pasión más auténticamente revolucionaria. Pregúntenle a Deleuze si no. Pregúntenle a Spinoza. Los tiranos y los esclavos por igual nutren sus almas con la tristeza. Tristeza quiere decir: poca, muy poca capacidad de actuar. Y de protestar. Y de reclamar. Y más aún, de bailar. Las almas represoras y conservadoras, de quienes la cúpula de la Iglesia Católica Apostólica Romana es el alma mater, prefieren siempre la tristeza de la muerte. Vean si no el rostro sufriente de los Cristos, sus rodillas destrozadas. Nunca un Cristo riente y activo, sembrando su mensaje entre los relegados. Quisiera responder a José y a Silvia Fontal, cuyas cartas publicó Soy el viernes pasado y que, cada uno a su modo, lamentaban la estridencia y la visibilización de ciertos estereotipos asociados con las Marchas del Orgullo. Estimada Silvia, por supuesto que en la última Marcha hubo mujeres, hubo lesbianas con hijos, chicos feos y travestis sin pretensiones de vedette. Por supuesto que todxs ellxs hacen la diversidad. Pero, ¿no le parece un desperdicio de tinta y energía protestarle, por unas fotos, al único diario del país que publica un suplemento enteramente Glttbi, habiendo tantos otros medios que verdadera y absolutamente nos invisibilizan? Estimado José, como usted bien dice, “hay que mostrar el orgulloso orgullo de ser como somos”. Pero entonces, debe advertir lo contradictorio que resulta cuando, inmediatamente después, usted añade el infaltable “pero...”. Nada de peros, José. Si la prensa amarilla o la “gente bien” ven nuestra alegría como un circo, allá ellos. Tanto mejor: el circo es un espacio de alegría. Ser como somos implica, entre otras cosas, no hacernos cargo por adelantado de lo que puedan pensar los demás, sobre todo si hacerlo va a impedirnos, precisamente, ser. Cierto, homosexuales somos todos: el que marchó y el que no, el que tiene miedo y el que no. Pero entonces, ya que usted propone “cambiar de método” sin ofrecer sugerencia positiva alguna, ¿qué hacemos? ¿Transformamos la Marcha en un acto solemne, para que se animen los que tienen miedo? ¿Será que no vienen porque temen nuestra alegría... o más bien porque temen los prejuicios de la sociedad, aquellos mismos prejuicios contra los cuales marchamos? ¿Y cómo se combaten esos prejuicios? ¿Marchando según la etiqueta social de la no-estridencia... o subvirtiendo esa misma etiqueta? En el fondo, lo que quiero decir es que el miedo sólo se combate con alegría (de nuevo, pregúntenle a Spinoza). Que hay que nivelar para arriba y no para abajo, o sea: que los que tienen que cambiar de mentalidad son los que van a ver “el circo”, no nosotros. Cuando entendamos que el circo está en todas partes, entonces dejaremos de preocuparnos por los culos y las tetas.

Yo, Matías, soy bailando. Soy en cueros. Soy plenamente en la alegría que significa para mí marchar junto a mis amigos, con un prendedor arco iris en mi morral y una corbata con la cara de Jack Skellington sobre mi piel desnuda. Para ponerme saco y corbata a rayas tengo los restantes 364 días del año. Pero ojo, que quede claro: si me quedé en cueros y bailé frente al Congreso no fue por superficialidad, fue para reclamar y bailar, para reír y reivindicar. Porque creo que no hay pasión más revolucionaria que la alegría.

Matías Soich

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