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Clubes de motoquerxs gays y lesbianas en Internet, o una manera de sentir el viento en la cara sin miedo a las rutas argentinas.
La impresionante introducción en el site de estos motoqueros franceses marca una diferencia notable. Sonido de motores acelerados y vibrante música electrónica, un diseño de audio y video que cualquier serie de televisión envidiaría. Estamos en un sitio exclusivo, propio de un grupo de elite. La página cuenta con una agenda muy poblada y registro de miembros; una foto personal y una de su resplandeciente máquina. El álbum: hermosos paisajes de la campiña francesa, las moderadas montañas europeas y los lagos suizos. Paseo tranquilo, pausado y sin apuro, con todo el tiempo del mundo para quedarse contemplando las torres de un castillo o un vitraux. Los miembros del club aparecen poco en las fotos... y son pocos. Su número, que no suele superar las de diez personas, se dejan ver en actitud de “estamos pensando si los invitamos”.
Nada que ver con los antipáticos franceses: pretenden nuclear a la mayor cantidad de gente de cualquier país y orientación sexual (héteros incluidos). Con sede en Inglaterra, los gays bikers funcionan desde 1977 y se reconocen como el club de motociclismo gay/lésbico más grande de Europa. El activo cronograma incluye salidas locales, nacionales e internacionales y ofrece actividades extra como un curso para aprender a manejar motos de gran cilindrada en pista de carreras. Cada miembrx recibe un diario donde se detallan todas las salidas así como también los eventos sociales. Lxs organizadores pretenden evitar la costumbre (americana) de concebir al club como secta hermética: no poseen escudo o logo que los identifique, ritos de iniciación u otras ceremonias típicas de la cultura motoquera. Para integrar el club sólo es necesario tener una moto.
Desde la Madre Patria estos 154 miembros organizan viajes por las rutas europeas. En su estatuto se aclara que “es una página motera con gente gay, no una web gay con gente motera”. De confección amateur evidente, pero la única de su clase en nuestro idioma, recibe a los visitantes con el logo del grupo, una cara de ojos bizcos y lengua afuera: la idea es divertirse arriba o abajo de la moto. Como prueba, basta el nutrido álbum de fotos, casi todas iguales (maldito vicio de la fotografía digital) sobre cómo los moteros paran para comer a cada rato. Cada excursión, la misma secuencia: viajar, comer, viajar, comer. Los acompaña un oso de peluche que se asoma en más de una foto. No deja de ser una sensación extraña: personas con coloridos trajes de cuero y cascos flúo por la estrechas calles de los pueblos de casitas blancas, una invasión de alienígenas. Y sí, provienen de un planeta lejano donde a nadie le interesan las mujeres ni los vehículos de cuatro ruedas.
Exclusivo para chicas, su distintivo es una sirena alada de piel verde y cola bífida que sujeta un hacha. Fundado en 1986 se ufana de ser el primero de su clase de la ciudad de Nueva York. Orgullo y un profundo sentido de pertenencia transmiten las imágenes de las mujeres dentro de las camperas de cuero, inclinadas sobre los manubrios, mirando fijo a la cámara. Cualquiera puede presentarse como candidata para ser una sirena, sólo hacen falta registro habilitante, saber andar en moto y tener 40 dólares que es lo que cuesta la inscripción. Aun así, la nueva aspirante pasa un período de prueba de un año, donde debe asistir a las reuniones y demás actos protocolares. Otra peculiaridad: las sirenas tienen una suerte de cementerio virtual que recuerda a sus compañeras fallecidas. En el reglamento interno se destaca en mayúsculas: “Está absolutamente prohibido el uso tanto de alcohol como de drogas, mientras estemos de viaje”.
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