Vie 19.03.2010
soy

ENTREVISTA

A la izquierda del padre

Está autorizada por la Cámara Federal de la Capital a declarar como testigo en el juicio que se le sigue a su padre por la apropiación de Juan Cabandié, su hermano menor. Actriz, lesbiana y testigo de una historia violenta, Vanina Falco ha contado su verdad arriba del escenario, abajo, y sigue contando en esta entrevista.

› Por Paula Giménez

En Mi vida después, el biodrama de Lola Arias, vos interpretás la historia de tu vida... ¿Cómo te decidiste a hacerlo?

—Como actriz fue una experiencia totalmente nueva y atípica. Cuando Lola me propuso trabajar en el proyecto tuve una sensación contradictoria. Me parecía un proyecto interesantísimo y al mismo tiempo me preguntaba cómo será esto de contar mi propia historia, de actuarla. Era algo más parecido a un abismo que a una certeza, pero la experiencia fue hablando por sí sola. El trabajo se fue armando entre todos, pero el texto es de Lola y se desliza en un borde entre la ficción y la realidad. No es fácil interpretar algo biográfico. Claro, una dice: un texto, sí, pero ese texto era yo: “Muere Perón y nazco yo, después de un parto de catorce horas”.

¿Y cuál es tu historia?

—Nací en el ’74, en una familia de clase media, hija de un padre que supuestamente era visitador médico, además de algo relacionado con la policía, y de una madre contadora. Nosotros nunca teníamos muy claro qué era mi padre. No lo veíamos vestido de policía, pero íbamos al Círculo Policial, nos movíamos como familia de un policía. No entendíamos, él no se posicionaba como tal y después supimos por qué: era de inteligencia y había trabajado durante la época del proceso. Yo era la más grande de dos hermanos. En el medio, tenía conocimiento de que mi madre había perdido una beba y que después de ella llegó mi hermanito. El primer registro que tengo es el de mi padre entrando con él en brazos a mi casa. Pero en realidad nunca supe que era adoptado, yo era muy chica. Nos creíamos hermanos biológicos. Mi padre se encargó de que nadie se enterara. Hace seis años, mi hermano, que en ese entonces se llamaba Mariano, comenzó a tener dudas sobre su identidad. El venía acumulando muchas cosas, sobre todo una historia tristísima y violenta con mi progenitor. Lo maltrataba sistemáticamente. Conmigo también fue violento, pero mucho más con mi hermano. Cuando me planteó sus dudas, yo le dije: “Bueno, tenemos que ir a Abuelas”. Antes se lo preguntó a mi mamá: primero se lo negó y después, en medio de todo esto, le confesó que era adoptado. Ella aparentemente no sabía nada, mi padre vino un día diciendo que había un niño abandonado en el hospital. El se encargó de hacer todos los papeles y mi madre pecó de muchísima ingenuidad, o directamente hizo la vista gorda. Yo, por mi parte, empecé a tener problemas con él en la adolescencia porque soy muy inquieta y él es un tipo muy controlador. Me fui de mi casa a los 21 años después de un último episodio violento a raíz de haberse enterado de que yo estaba teniendo mi primera relación con una chica. Tuvo una reacción nefasta. El, cada tanto, una vez por mes, me preguntaba si había cambiado de opinión y yo le decía que no. Y un día se armó una discusión y él se puso más violento; ése fue el quiebre total para decidir irme. Yo estaba esperando a cumplir la mayoría de edad, porque él me venía amenazando con que yo era menor. Así que cuando pasó lo de Juan me agarró independizada y lejos de mi padre.

¿Cómo fue el íntimo reconocimiento de lo que te estaba pasando con una mujer en medio de un contexto así?

—Fue bastante duro para las dos, para mi novia y para mí. Ella también tuvo que soportar una embestida violenta de parte de sus padres. Pero no fue un conflicto la vivencia íntima sino el contexto, la persecución mental de mi padre hacia mí: él me esperaba en un lugar del que yo no podía salir, me preguntaba si había cambiado de opinión, yo le decía que no y hablaba sólo él. Era una tortura psicológica, un interrogatorio, una mecánica hostigadora que discerní a la luz de saber que había sido policía de inteligencia. Me decía cosas como: “Vos estás enferma, yo te voy a destruir”. “Vos conmigo no vas a poder.” “Yo sé bien lo que es que alguien me suplique.”

Tu hermano y vos tienen en común que tu padre ejerció sobre ambos un cercenamiento de la identidad...

—Conmigo lo intentó, sí, pero no pudo...

En el caso de tu hermano también lo intentó y finalmente tampoco pudo...

—Claro, no lo logró, pero lamentablemente en el caso de mi hermano duró mucho la supresión de la identidad. Juan la recuperó recién a los 25 años, yo, cuando me di cuenta de que me gustaba una chica, me gustaba una chica. Fue inmediato. No hubo un momento en el que yo dijera “bueno, lo oculto”. No. Yo estaba convencida de que si deseaba eso iba a ir contra viento y marea. No es que yo había tenido episodios antes y por miedo, o porque había nacido en un entorno violento y autoritario, me los había callado. Esa fue mi primera vez, pero, por suerte, tuve un gran apoyo de mis amigos y de mi novia de ese momento.

¿Y de tu hermano?

—Mi hermano era muy pequeño cuando se desató todo esto y él estaba afuera y al volver encontró la casa explotada. Para él era difícil por crianza, porque nosotros fuimos a un colegio religioso. Y fue difícil para él porque, por parte de mis padres, había mucho ocultamiento y el argumento era: “Tu hermana está mal”. Pero después, con el correr de los años, cuando nos reencontramos, él enseguida aceptó. Estaba preocupado porque yo iba a ser actriz, en realidad. “¿De qué vas a vivir?” era la pregunta, no con quién. Yo siempre me sentí muy acompañada por él. Además de ser un hermano, es un gran compañero para mí.

¿Cómo es hacer el coming out en cada función de Mi vida después, delante de todo el público?

—Es verdad que una lo dice arriba de un escenario, pero yo no sé lo que es estar en el closet. Yo siempre, de entrada, lo comuniqué, tanto a mis amigos, como a mi entorno laboral. Incluso a mis padres. Y esto que doy a conocer en la obra aparece dentro de un contexto de un friso de él, de mi padre, de mostrar su violencia sistemática. No creo que él hubiera reaccionado de modo muy diferente si le hubiera aparecido con cualquier otra cosa, como por ejemplo embarazada, sin saber quién es el padre. Claro, él esperaba que me recibiera en una carrera y que consiguiera un marido que me hiciera feliz y le diera nietos. Por supuesto que su hija, la abanderada, porque yo era muy buena alumna, le dijera que le gustaban las mujeres, era un poquito fuerte para él. Esto lo detonó más que otras cosas. Entonces, creo, volviendo a la obra, que Lola, la directora, lo expone como parte de un accionar violento y cierra la imagen de un tipo con una violencia desmedida. A mí él me pegó una vez y me desfiguró la cara. Ese fue el único episodio violento, físico, que tuve en relación con mi elección sexual. Por otra parte, lo que le pasó a mi mamá es que no podía entender que yo fuera bisexual. A mí me encantan los hombres, también. En verdad, estoy hace años en pareja con una chica, y elijo mayormente mujeres, sobre todo para compartir mi vida. Pero creo que las identidades sexuales son móviles. Yo lo vivo así. No creo que algo se establezca y quede para siempre así. Ese no establecerse para mi madre era tremendo. Ella necesitaba una definición.

¿Estás por declarar contra tu padre?

—En el juicio que lleva mi hermano, desde un principio, con los abogados de Abuelas empezamos a pensar que era importante que yo declarara porque hay muchas cosas que puedo confirmar. Ya lo había intentado hace cinco años, pero fue rechazado ese pedido porque la ley me prohibía que yo declarara por mi vínculo sanguíneo. El año pasado presentamos un escrito en el que pedí directamente a la jueza actual declarar. Lo presentamos. Estaba de vacaciones, me sonó el celular y era el abogado diciéndome que la cámara lo había aprobado. Fue un momento muy fuerte. Yo estaba descreída de que lo íbamos a conseguir. Es un fallo histórico: sienta el precedente de que una hija pueda declarar contra su padre y esto habilitaría a que otros familiares puedan también hacerlo. Esto abre un campo importante para la causa y lucha de Abuelas. Es una alegría y una gran responsabilidad. No experimenté ningún tipo de contradicción cuando se aprobó mi declaración. De hecho, me quería volver de mis vacaciones. Fue un 23 de diciembre. Es como me dijo un amigo: un regalo de Papá Noel.

¿Alguna vez imaginaste que tu padre podía ser un apropiador?

—Apropiador no, pero en mi casa el tema de los desaparecidos era un tema prohibido. Yo me enteré de grande de lo que había pasado en este país porque empecé a investigar por mi cuenta y a militar en una agrupación en la facultad. En realidad, la época en la que me hacía los interrogatorios coincidió con el momento en que se dio a conocer el caso de los mellizos Reggiardo Tolosa, que fueron apropiados por Samuel Miara. La bestia de Samuel Miara era mi tío Lito y esos chicos fueron criados con nosotros como mis primos. En ese entonces tuve por primera vez dudas en relación con el pasado de mi papá. No ligaba a él la figura del apropiador, pero sí lo relacioné con cierto accionar en las fuerzas. Y a raíz de esto yo pensé que podía ser hija de desaparecidos, pero yo nací en el ’74 y dije no, además soy igual a mi madre. Pero lo que me pasó es que no pude girar la cabeza y ver a mi hermano. Me llevó años de terapia sacarme esa culpa. Ocurrió que fue una mentira bien guardada por ellos y además, mi hermano y yo somos muy parecidos físicamente, ése fue un detalle que nos jugó en contra. Además era un discurso reforzado: “Mirá qué iguales que son”, nos decían todo el tiempo. Nos vestían iguales. Esa duda que tuve en un primer momento la dejé morir, y después, inmediatamente, pasó a primer plano mi conflicto con mi padre por mi elección sexual, así que todo ese combo me impidió profundizar.

¿Pensás que tu padre fue torturador?

—Si me dejo llevar por la intuición o por el rechazo de piel que me produjo él cuando accionó de esa manera conmigo y cuando me enteré de lo de Juan, yo te diría que sí. Yo no necesito que la Justicia me asegure algunas cosas. Yo siento que él no estuvo afuera de la maquinaria represiva. Y tengo sospechas fuertes de que pudo haber sido un torturador, son pesadillas que me acompañan. Igual, cuando decidí irme de mi casa, di vuelta una página de mi vida para no volver a girarla nunca más. Yo sabía que yo quería otra cosa para mí y él formaba parte del pasado. Cuando se desató lo de Juan tuve una reacción epidérmica peor que cuando tuve que enfrentar a mi padre por lo de mi decisión sexual. Una vez me dijeron: “Pero vos no podés ir en contra de tu padre, pensá que puede ir preso”. Pero yo no puedo ir en mi contra, en contra de la verdad, tengo que ser leal a mí misma. Aunque sea mi padre, yo no tengo dudas en relación con mi deseo de justicia.

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