Vie 26.03.2010
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ENTREVISTA

Que salga el toro

Gerardo Bégerez es el director, y Marcelo Iglesias el protagonista de Tengo miedo torero, la versión teatral de la novela de Pedro Lemebel que se puede ver los lunes en el Teatro La Comedia. Razones y entretelones de una obra que reconstruye la leyenda de La Loca enamoradiza y el ardor revolucionario en tiempos de Pinochet.

› Por Juan Tauil

¿Por qué se te ocurrió hacer Tengo miedo torero?

Gerardo Bégerez: —Porque me fasciné al leerlo. Yo sigo a Pedro desde que leí De perlas y cicatrices en Punta del Diablo. Un novio argentino me dijo: “Cuando lo leas, te vas a enamorar de su autor”. Y así fue. Cuando llegué a Montevideo no conseguí ningún ejemplar, así que tuve que esperar a venir a Buenos Aires. Cuando leí Tengo miedo... me pareció tan visual... que me la imaginé en un escenario, me la imaginé como película, estaba movilizado. Yo estaba trabajando en el teatro El Galpón, el lugar donde me formé, un espacio muy comprometido políticamente. Me propuse montarla ahí, pero el actor que daba justo con el perfil del protagonista no podía hacerlo, así que guardé el proyecto.

¿Era ese actor o nadie?

G. B.: —El gran desafío de la obra es encontrar a La Loca del frente, el personaje principal; me arriesgo a decir que cuesta más eso que la dramaturgia.

¿Y cuándo entra Pedro Lemebel en persona en esta historia?

G. B.: —Cuando decidí hacer la obra, le mandé un mail contándole mi idea. El me contestó muy pronto, fue muy amable y destacó las similitudes históricas entre Chile y Uruguay, ambos países bañados por la sangre de feroces dictaduras, y me dio la autorización para empezar a trabajar.

¿Por qué en Buenos Aires? ¿Que pasó en el camino entre Montevideo y Buenos Aires?

G. B.: —Pasó que, después de un tiempo, Pedro me mandó un mail preguntándome si seguía en pie mi proyecto porque unos productores lo habían llamado para presentar la obra en la calle Corrientes. Le dije que sí, que seguía en pie, pero que yo me había trasladado a Buenos Aires y que si se hacía algo, yo iba a hacerlo aquí. Así que de pronto iba a haber dos toreros... Ahí mismo me contestó que prefería mi proyecto, que era mucho más sencillo que el que le proponían los porteños, que odiaba el dinero y que si yo le aseguraba que la iba a dirigir, les decía que no.

La ética de Pedro...

G. B.: —El valor de la palabra empeñada, que es muy raro en estos tiempos. Valoro muchísimo esa actitud que tuvo Pedro, que te confieso me generó una sensación de responsabilidad terrible. Imaginate... Conseguí una excelente asistente de dirección, hicimos un casting muy arduo, durante varios meses. Fui mandándole las fotos de los candidatos a Pedro y él siempre los encontraba muy señores.

¿Cómo diste con La Loca?

G. B.: —Un día, una persona me recomendó a “un genio, un puto genial que hace más de 25 años que está sobre un escenario”. Era él, Marcelo, con quien me escribí primero por mail, después él vino a una obra que yo estaba dirigiendo, seguimos charlando hasta que le hicimos el casting. “Es éste”, me escribió mi asistente en una hojita que nos pasábamos por debajo, y comprobé lo que ya había decidido. A partir de que apareció La Loca, empezaron a llegar los otros personajes, como Hana Fleischmann, que hace una Lucía Hiriart impecable; Carlos Linale, que personifica al revolucionario; y Julieta Bottino, personaje que va tejiendo la trama de la obra.

El personaje de la esposa de Pinochet es descostillante...

G. B.: —Sí, Pedro quedó impresionado con lo parecida que es la Lucía Hiriart de mi puesta con la Lucía original, medio gagá que se la pasa hablando con un muerto.

¿Y qué desafío significó para la dirección?

G. B.: —Tratar de conseguir nuestra Loca, sin recurrir a estereotipos, la maricona que se quiere parecer a una mujer, entonces habla como mujer... ese esquema frívolo y banal. Me detuve a estudiar la vida, la biografía de Pedro para poder romper con el esquema de lo obvio.

¿Cómo fue el encuentro con Pedro?

G. B.: —Mirá, hasta que no lo vi en el aeropuerto no supe si venía o no. Me tuvo en vilo durante una semana y media. “Sí, mi niña, que voy” o “No voy nada, mi niña, me enamoré de un ecuatoriano que me encanta, te mando la foto, mira qué lindo”; hasta me llegó a decir: “Ay, cuando vaya voy a dar muchas notas”. Y después me llamó para avisarme que no venía, ni daba ninguna nota. Después resultó todo en unos días magníficos.

Marcelo, ¿en qué momento de tu vida llega este papel?

Marcelo Iglesias: —Yo estaba haciendo un taller con Claudio Tolcachir en Timbre 4 y Lautaro Perotti me cuenta que me había recomendado para el casting del personaje de La Loca. Ahí nomás lo googleé a Gerardo, a Pedro, bajé muchísimo material y me di cuenta de que esto era lo que yo esperaba hacer en teatro. Al casting me presenté con el monólogo Una ama como uno puede, de Griselda Gambaro, que habla de una travesti que va a visitar a su novio en la cárcel. Gerardo me pidió que cantara una canción y elegí “Ne me quite pas”, pero la versión en castellano de Liliana Felipe. Me dijeron que estaba en el elenco en ese mismo momento. En cuanto me fui de ahí me devoré Loco afán, porque Tengo miedo... estaba y sigue estando agotado y quedé enfermito.

¿Qué características compartís con el personaje La Loca?

M. I.: —El romanticismo, la cursilería... me recuerda a un momento de mi vida en que me sumergí en la locura promiscua de embarcarme en busca de un amor... Me siento muy identificado con ella. Cuando conocí a Pedro, empecé a darme cuenta de que él tenía posturas en su vida que yo sin querer había subido a escena.

Conseguís como un aire especial que recuerda al mismo Pedro...

M. I.: —Cuando trabajé con el grupo Caviar nosotros hablábamos del perfume de los personajes. No imitábamos sino que llevábamos el perfume de esa persona al escenario. Ahora que pasé este tiempo con Pedro, que se fue dejándome un pañuelo, fui adquiriendo muchas más herramientas para hacer a La Loca.

En el estreno, Pedro Lemebel estaba entre el público. ¿Te puso nervioso, tuviste miedo, torero?

M. I.: —Yo generalmente no miro al público, pero en un momento levanté los ojos y lo único que vi fue a Pedro. Ese día actué muy movilizado, con mucha energía, con los ojos de Pedro en mi nuca. Después no me despegué de él para nutrirme, para observarlo.

¿Qué mensaje político tiene la obra?

G. B.: —Sirve para recordar lo que fueron esas épocas, para recurrir a la memoria. Es importantísimo representarla hoy aquí, por eso Pedro estuvo tan contento, por las repercusiones que este hecho teatral, aunque él diga que odia el teatro, va a traer.

M. I.: —Aunque no soy muy político, entiendo de procesos. Empecé a estudiar teatro en los ’80, soy de la clase que tuvo que ir a Malvinas... vivía a dos cuadras del Olimpo. Tuve suerte porque yo era un loquito, andaba con pantalones anaranjados, pelado, con arito... Un día, dos canas que estaban en la puerta del garaje (del que años después nos enteramos de lo que pasaba adentro) me pidieron documentos, no los tenía... Y no sé qué fuerza intervino ahí, pero pude seguir caminando hasta mi casa.

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