Vie 26.03.2010
soy

LGBTTI

La sonrisa de mamá

› Por Silvia Maddaleno

Camino. Voy por la vereda más rota. Camino, pienso poco y desorganizado. Piso una baldosa floja. Puteo en idiomas. El pantalón, manchado. Las manos, libres. La mochila, colgada. Los hijos, en el jardín. La esposa, trabajando en casa. La mente, en blanco. La calle, despoblada. El silencio, gratis. Al menos hasta que llegue Pato.

Hay dos bares, elijo el que tiene mesas en la calle. Llega Pato. Pide disculpas por el retraso. Beso y abrazo. Hace tiempo que no nos vemos. Toma asiento. Pido un café con crema.

“Que sean dos, mejor —dice—. Si no te lo digo ya, exploto —suelta—.

Ayer hablé con mamá, porque no daba para más. Le dije que soy lesbiana. Les-bia-na, nena, les-bia-na –sube un poco la voz—. Estoy exaltada, perdón.”

Mira hacia los costados, para ver si la están observando. Hago gesto de ¡guau! Me alegro, se lo digo. Un grupo de chicos americanos que están en la mesa de al lado nos tiene en la mira. Cuando los miramos, levantan la cerveza y gritan ¡yeah! Nos da gracia. Nos reímos con ellos. No sé si de lo mismo.

“Me dijo que ya lo sabía. Que esperaba que llegase esta conversación.”

Ella tantea dentro de la cartera. La sigo con la mirada. Saca los cigarrillos. Me convida. Acepto.

—Después de cenar, me fui al cuarto —continúa—, porque mi vieja se quedó muda y no se me ocurrió nada mejor. Como a la hora me trajo un té a la habitación. Me preguntó si Cecilia es mi novia, le dije que no, que somos amigas, que cuando tenga una novia se la iba a presentar. Me dijo que Cecilia no le gustaba para mí, que le gusta más Silvia, mi ex compañera de facultad. “Pero mamá, Silvia no es lesbiana.” “Bueno, uno nunca sabe”, dijo y me hizo un gesto despreocupado.

Mientras habla, Pato conmueve. Parece otra, fresca y riéndose de sí.

Le tomo la mano y me la estruja. Revuelvo el café frío. Dudo si tomarlo.

“Esperá que esto no termina acá”, apunta Pato, mientras juega con un sobre de azúcar. “Me dijo mi vieja que le gustaría tener nietos. Le dije que a mí me gustaría tener hijos, pero que primero me gustaría poder enamorarme. Me dijo que enamorarse no es para cualquiera; le pregunté si piensa que es para mí. Lo dudó, pero dijo que sí. Me confesó que ella no era de las que se enamoraban, hasta que se enamoró de papá. Pero le duró poco, y por eso se separaron. Dijo que papá es un buen hombre, preguntó si ya hablé con él. Le dije que no, pero que lo pienso hacer pronto. Me propuso que primero les hable de mis amigas, las que tienen hijos, que así le va a caer mejor, que a él el tema de los nietos le urge. No se le escapa una, ¿viste?”

Mientras charlamos trato de recordar todo. Quiero preguntar mil cosas, pero sigo en silencio. Puedo intuir que lo agradece, quiere seguir contando sin interrupciones. Me levanto ligeramente de la silla. Le doy un beso en la mejilla y le digo que ser su amiga me da orgullo. Ella me abraza. Quedamos tambaleando un tanto torpes por encima de la mesa. Nadie lo nota. La brisa se hace más fuerte a esta hora. El sol cae. Nosotras nos levantamos para seguir la charla mientras caminamos por la calle de la arboleda.

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