Vie 26.03.2010
soy

La canasta familiar

Una mirada crítica a ese sector del activismo que para destacar la “excelencia de las familias homoparentales” rescata argumentos reaccionarios, sectarios, precarios.

› Por Ernesto Meccia

Sinceramente nunca imaginé que algún día iba a escribir este artículo. Mientras lo hago, me domina un estupor que aún no logro saber si proviene del contenido de una nota que leí esta mañana o de haber descubierto mi miopía ante algunas torsiones macabras de una parte importante de la política gay y lesbiana.

Resulta que a través de Facebook una entidad promotora de los derechos Glttbi publica una nota de la Agencia EFE con el título “Las parejas homosexuales ofrecen un ambiente ‘excelente’ para criar niños”, que es, en rigor, la comunicación de los resultados de una investigación realizada en España por la Universidad del País Vasco y la Universidad de Sevilla, asesoradas por Cambridge. Las conclusiones son contundentes: “En la comparación de la calidad del entorno familiar, han destacado la ‘excelente’ evaluación que lograron las parejas de homosexuales, las cuales mayoritariamente son de mujeres, con buena solvencia económica, grandes deseos de ser madres y que dedican mucho tiempo a su hijo, que suele ser único”.

Ultimamente son varias las entidades gays y lesbianas que, con tal de avanzar en el terreno de la igualdad jurídica, se respaldan en informes de cualquier tipo y en representantes políticos de la más diversa calaña. En fin, serán cuestiones relativas al juego de las tácticas y estrategias propio de la política. Con todo, creo que las cosas están llegando a un punto patético. Dejar entrever que la solvencia económica es condición para lograr una excelente “evaluación” como padres y madres no heterosexuales —que, si no lo dice la investigación, es lo que la nota que difundió la entidad quiere significar— y agarrarnos de eso para que se nos crea que somos capaces de serlo, representa la antítesis del respaldo ético que debe tener una lucha política, porque tiene la reminiscencia del peor racismo económico, cultural y social.

Tal vez ningún activista crea en esa barbaridad, pero piensan (peor que peor) que en estos momentos puede producir resultados y llenar la agenda de legisladores y jueces. Si esto fuera así, seguiríamos en problemas porque en el medio de la lucha, además de pragmáticos, tendríamos que ser cínicos.

La verdad es que tendría que cruzar la vereda, pero... ¿a dónde voy, si enfrente hay más progresismo de papel? Qué terrible descubrir que entre ambas veredas se yerguen dos espejos que reflejan exponencialmente esa misma figura que es todo un símbolo: la familia decente y de buena posición económica, ideal para que sea visitada por algún inspector de almas que le entregue un niño en adopción.

¿Qué hago? ¿Cómo sigo? Por el momento, por default, me quedo en esta vereda, pero no sin antes gritar que gran parte de la política gay y lesbiana está confundiendo torpemente la lucha por la igualdad jurídica con la lucha por la igualdad simbólica.

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