Vie 07.05.2010
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FETICHES > LA PULSERA POWER BALANCE

Usar para creer

› Por Raúl Trujillo

Notre Dame de París fue construido con los fondos recogidos por la venta en miles de relicarios de “jirones del prepucio del niño Dios”. Hoy los europeos pagan entre 32 y 43 euros por el nuevo tecno fetiche de temporada, la pulsera Power Balance: “un trozo de plástico con “un holograma de Mylar en el que ha sido almacenada una frecuencia procedente de materiales naturales conocidos por sus efectos beneficiosos para nuestro cuerpo”, dicen sus productores.

Todo empezó hace poco y, en cuestión de tres años, las tripas de silicona salieron del valle californiano y se popularizaron no sólo gracias al boca a boca; han auspiciado tantos certámenes deportivos como a “stars” que las lucen en sus muñecas cuando asisten a los sociales y se dejan registrar en la red carpet con una, generando un fenómeno de “credibilidad mediática” que ha contribuido al éxito de las ventas.

Troy y Josh Rodarmel, dos hermanos nacidos en California y amantes del surf, lanzaron al mercado la pulsera Power Balance. El propio Josh explicó el invento a la revista deportiva Slam: “Hemos introducido en hologramas frecuencias que reaccionan positivamente al campo magnético del cuerpo. Todo tiene una frecuencia, al igual que los teléfonos móviles, el wifi, las ondas y antenas de radio, y todas reaccionan entre sí. Hay frecuencias que reaccionan negativamente con el cuerpo, pero otras lo hacen positivamente. Hemos descubierto cómo ‘fijarlas’ en un holograma que, en contacto con el cuerpo, te proporciona equilibrio, fuerza y flexibilidad”.

Ya fueron denunciadas por las ligas de consumidores de varios países europeos y el fraude de las pulseras mágicas parece más un asunto de copia, réplica y original que de lo efectivo o no del concepto del holograma sanador.

No sé qué tan poderosas serán, pero sí sé qué energía positiva tienen nuestras versiones criollas de la cinta roja Gauchito Gil o la pulsera trenzada en hilos Umbanda blanco o multicolor. O las famosas cuentas de madera y olor a sándalo.

Que no me cobren por una banda de cobre en la muñeca como la que mi abuelo solía llevar.

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