MEDIA SANCION
› Por Liliana Viola
La palabra orgullo se hizo escuchar muchas veces en el recinto. Se dirá que el tema lo exigía, que es la consigna, el orgullo gay ... Pero no. Los legisladores se estaban refiriendo a un motivo de orgullo parlamentario: el clima de respeto que caracterizó al debate. Se asombraban de la armonía. Esperaban una discusión tan encolerizada como la del divorcio o la de diciembre del año pasado, cuando los debates previos a la firma del Dictamen de Comisión. La armonía fue asombrosa, es cierto, sobre todo cuando se tiene en cuenta que el disenso aún es grande. Que votaron 109 en contra, 125 a favor y que hubo 6 abstenciones. Pero si hay que enorgullecerse no hay que escatimar el crédito a quien lo merece. La mayor responsabilidad en este "clima civilizado" recae en quienes votaron en contra del proyecto de mayoría. Fueron ellos los que no se exaltaron ante el discurso de los otros que hablaba de la adopción como un derecho de niños y adultos con intención de dar amor, y fueron ellos quienes se abstuvieron de decir absolutamente todo lo que creen y sienten. En otro momento, no tan lejano, se habría argumentado sobre la anormalidad, las costumbres promiscuas, la tendencia a la pedofilia, la desgracia de tener un hijo gay o lesbiana, la aberración de una familia liderada por "un travesti", la necesidad de curar, aislar, corregir. Nadie dijo eso. Y si nadie lo dijo, no fue por hipocresía ni por buena educación, fue porque nuestros legisladores han trabajado mucho. Han recibido el asesoramiento de expertos en diversas áreas que van desde el derecho constitucional hasta los derechos humanos, la psicología, la sexología, la sociología. Los activistas de la comunidad socializaron saberes que circulan por el mundo académico y que no llegan a las calles de los barrios, ni a lo más profundo de las provincias. No todos esos expertos consultados adhieren a politicas progresistas pero ocurre que hoy no existe ningun estudio cientifico capaz de avalar concepciones que antes daban letra a los unos y tormento a otros. Por lo tanto, legisladores y legisladoras no quieren decir barbaridades. La ignorancia, que hoy es la palabra más próxima a la homofobia, es garantía de batalla perdida.
Entonces aparece un eufemismo: “Necesitamos un tiempo para pensar”, “otras sociedades se han tomado décadas”. “No estamos haciendo previsiones en este proyecto vinculado con la adopción de homosexuales, sino que estamos absolutamente convencidos de que esta situación merece un tratamiento más profundo”, dice el diputado Pinedo mientras su compañera de bancada Gabriela Michetti agrega que es nueva en la Cámara y que además en esto no quiere ser vanguardista. El argumento se cae al recordar que el proyecto, presentado hace años, se viene tratando desde octubre, que las parejas de hecho existen desde siempre, que las familias con niños adoptados o nacidos a través de la fertilización asistida cada vez son más, que hay una parte de la sociedad humillada desde el Estado.
Por eso, pedir gancho, pedir tiempo para que una sociedad madure, también es escudarse en la exclusión y en la ignorancia. No casualmente y de modo descarado, Cynthia Hotton, en su intervención, arenga a votar, “no como pensamos en la Capital” sino como quiere la gente de las provincias. ¿En qué pensamiento de las provincias está pensando esta legisladora?
Habla de las provincias o utiliza las provincias como metáfora del desamparo, del lugar donde las noticias llegan tarde. ¿Será tal vez que el tiempo que se pide es el equivalente a lo que pueda tardar en llegar hasta cada habitante de este país el saber que alertó a estos legisladores a no decir barbaridades?
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