Una de las voces que no pudieron hacerse oír.
› Por Gabriela Campos
Juan tiene dos años y medio, pero empezamos a hablar de él hace seis; y ya hacía diez que estábamos juntas. La idea de formar una familia cobró forma como en casi todos los casos en los que se planea una familia: el deseo de formarla a partir de un vínculo de amor. La concreción no fue rápida. Nos mudamos para darle más espacio, cambiamos con dos años de anticipación nuestras apuestas laborales, nos unimos civilmente, transitamos un tratamiento desgastante emocionalmente y, durante el embarazo, ahorramos y planificamos seis meses de licencia sin goce de sueldo para afrontar el cambio de pasar de dos a tres, más tranquilamente.
Disfrutamos el embarazo, fuimos al obstetra y a los estudios juntas. Llegué tarde cuando nos enteramos de que Juan era Juan, y no Carmela. El día que nació era el cumpleaños de una de sus mamás, y al día siguiente, el de la otra. Todo un festejo escorpiano. Mientras Eli esperaba el efecto de la epidural, yo me cambiaba en la sala en donde un cartel en la puerta decía “papás” (aun cuando la ley permite a quien pare elegir a cualquier acompañante durante el parto). Cuando Juan salió de la panza, ambas estuvimos ahí; él escuchó apenas nació las mismas voces que escuchó durante nueve meses. Nos quedamos tres días en el sanatorio. Tuvimos suerte de encontrar un equipo médico que nos acompañara en todo el proceso; tuvimos suerte de que permitieran el ingreso al quirófano a un acompañante en la cesárea y de que fuera la madre no reconocida legalmente la que firmara el visto bueno de la planilla de neonatología. También me cantaron el feliz cumpleaños.
Cuando elegimos pediatra, nos hizo una entrevista. Como es muy prolijo, tiene un formulario ya armado para cada familia en donde anota toda la historia clínica. Nos gustó enseguida su organización. Cuando completó la planilla, llenó los datos de la madre y donde decía “padre”, tachó; completó con mis datos: los biológicos y ocupacionales; y seguimos hablando. Tuvimos suerte de cruzarnos con un buen profesional y que fuera “tan buena onda”.
La primera semana la casa se llenó de gente que quería conocerlo; pronto descolgamos el teléfono. Nunca tuvo problemas para dormir y eso fue un milagro porque era uno de nuestros mayores temores. En este tiempo tuvimos un par de encuentros con nuestra escribana, era un contraste fuerte pasar de hablar de chupetes, pañales, vitaminas y hierro de un recién nacido a pensar en qué hacer si una de nosotras muere o queda inválida y tratar de encontrar el marco de mayor legalidad para ello. Tuvimos suerte de que en la primera reunión nos blanqueara el límite de lo posible, para enfrentar el tema con mayor frialdad. Resolvimos con algunos documentos insuficientes, librados a la buena voluntad de nuestras familias de origen. Tuvimos suerte de tener los recursos económicos y cruzarnos con una buena persona una vez más, cada tanto nos pide por mail una foto de Juan.
Organizamos las tareas de la casa y los trabajos para tener más tiempo juntos: yo armé mi estudio en casa y Eli consiguió un trabajo de mediodía. Compramos un auto para salir más y más cómodos. Tuvimos suerte de que las familias estuvieran presentes y nos ayudaran en todo este camino. Desde las ayudas económicas hasta las suplencias por cansancio o la necesidad de salir a tomar un café sólo de a dos. Tuvimos suerte de formar una familia más amplia aun de amigos y tíos que exceden los lazos sanguíneos.
Cuando pensamos en el jardín de Juan tuvimos una entrevista con la directora y otra con la maestra. Hablamos de nuestra familia de la llegada de Juan a ella y nos hicieron muchas preguntas sobre nuestro modo de crianza, realmente se interesaron en conocernos. Yo lo llevo todas las mañanas, lo va a buscar quien lo cuida al mediodía, a veces, las abuelas. La semana pasada, cuando la maestra nos dio el informe de su adaptación, nos pidió que lo firmáramos al pie, al lado de la firma de la directora y de la docente decía: FIRMAN LAS MADRES. Tuvimos suerte de encontrar un equipo docente receptivo, inclusivo, permeable a los cambios y respetuoso de las diferencias.
Tuvimos suerte, pero no es suerte lo que queremos, mucho menos lo que necesitamos. Porque si nos separamos, si nos morimos, si una se queda sin trabajo, si Juan necesita una decisión médica de urgencia, un sustento económico igualitario ante una separación, un reconocimiento legal de su verdadera familia (y, aun así, si nada de esto sucediera), no queremos depender de la suerte; queremos que él, su familia, nosotras, tengamos la protección de los derechos.
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